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Una palmera de 253 millones

Nadie la podrá comprar puesto que no está a la venta y, por supuesto, tampoco tiene una etiqueta con el precio. Pero sí tiene un valor que sirve de estimación de su rareza, su porte, su estado de salud y hasta su importancia histórica y cultural. Y además calculado en pesetas. La palmera conocida popularmente como La Carcasa, una Phoenix dactylifera o, vulgarmente, palmera datilera ubicada al noroeste del Botánico de Valencia, de 25 metros de altura y con 27 brazos que se ramifican con la forma de los fuegos artificiales, vale 253.831.968 pesetas. Al igual que con La Carcasa, un reciente estudio científico, titulado Estudio y valoración del arbolado monumental del Jardín Botánico de Valencia, hace la valoración de otros 201 árboles del famoso jardín. Según su autor, Alejandro Constant, ingeniero forestal de 29 años, se trata del primer estudio de este tipo que se hace en un jardín botánico español. Constituye su proyecto fin de carrera, está recién acabado y en él se han utilizado las últimas técnicas de valoración. En el estudio científico, iniciado en octubre pasado, incluso se usó, antes de que estuviese aprobada, la última revisión de la Norma de Granada, la herramienta metodológica de valoración de árboles aceptada por el colectivo científico y por la UNESCO. Los estudios de valoración pretenden dar una aproximación económica a las cosas, da igual que no estén a la venta. Y lo mismo sirven para dar una cifra a un cuadro de Velázquez, al Miguelete, a los bosques valencianos o al Cañon del Colorado. Así, el valor da una idea de la estima que las personas dan a las cosas mientras que el precio es la cuantía que se alcanza en una transacción económica. En los países más desarrollados hasta los jueces aceptan y encargan, como pruebas periciales para establecer indemnizaciones, estudios de valoración. Por eso, el estudio de Constant, dirigido por Vicente Caballer, servirá a los responsables del Botánico para defender mejor la gestión de tan importante patrimonio, con más del 70% de especies exóticas. No en vano, la suma del valor los árboles monumentales, los grandes ejemplares y los árboles singulares (las tres categorías en que divide a los 202 ejemplares estudiados) se eleva a 6.778 millones de pesetas. Y eso que en el trabajo sólo se analizan las coníferas (33 ejemplares que valen 1.051 millones), las palmeras (95, con un valor de 1.340 millones) y, las más valiosas, las frondosas (74 especímenes que suman 4.386 millones). Quedan fuera del objeto del estudio cactus de tamaño considerable, arbustos de enorme antigüedad y yucas, pitas y cicas de portes gigantes debido a su enorme edad. Para comparar la importancia de las cuatro hectáreas del Botánico sirve el Plan Verde de Valencia, que valoraba en 12.000 millones todo el sistema de arbolado de alineación (calles, avenidas y bulevares) de la ciudad, unos 23.000 ejemplares. Además de las múltiples jornadas que ha empleado en el trabajo de campo, la mayor dificultad a la que ha hecho frente Constant es la ausencia de una datación exacta de los ejemplares. No hay ninguna ficha en la que se diga cuándo llegó ese roble americano (Quercus virginiana) que ha quedado segundo en el ránking de árboles más caros, con 242 millones de pesetas, o la Ginkgo biloba, una especie casi fósil, de los tiempos de los dinosaurios, que roza los 200 millones de pesetas y ha quedado sexta. Por ello, para el autor ha sido imprescindible la ayuda de dos conservadores del Botánico, José Plumed y Vicente Isach, que con sus innumerables excursiones a las copas le han informado puntualmente de las dimensiones y la salud de los árboles. El autor, gran conocedor del Botánico, resalta los problemas de espacio que sufren las plantas en el enclave debido a su alta densidad de población: casi un 80% de cobertura arbórea, cuando otros parques monumentales, como los Jardines del Real o el de Benicalap no llegan al 50%. Según el autor, en las 4 hectáreas del Botánico "se encuentran los árboles más importantes de Valencia, los más raros, los de más edad y los de más porte". Y aunque todos los ejemplares singulares merecen su admiración (destaca la impresionante colección de robles americanos), tiene especiales sentimientos para un olmo del cáucaso (Zelkova serrata) de apenas 40 millones al que ahora se están afianzando los dos grupos de ramas de su copa mediante tirantes.

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