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Maragall "versus" Pujol, o cómo cenar con empresarios PILAR RAHOLA

¿A cuánto se cotiza, en el mercado electoral, el kilo de empresario? La verdad es que confieso no entender del todo esta dèria por la caza del empresario cada vez que en el aire se huele a campaña electoral. Quién conoce más empresarios, quién tiene más de ellos en nómina... ideológica, quién puede exhibirlos con más estridencia en los ágapes correspondientes... Conozco un comerciante de Barcelona que asegura que siempre acaba engordándose en elecciones. No hay un solo partido que no le invite, y todos están convencidos de contar con su voto. Mirándolo de cerca diría que, con tanta gastronomía política, al hombre se le ha puesto cara de okupa antisistema. Sea como sea, llevar empresarios a una cena y enseñarlos en la foto de familia viste políticamente, da imagen virtual de poder, es como si se avisara al electorado que uno es el candidato fuerte, que puede y debe gobernar justamente porque quien gobierna de verdad, el mundo económico, le ha dado su preciado aval. Mis dudas, si me permiten, de la virtualidad de la cosa... La cuestión, sin embargo, no es si se cena o no con empresarios por motivos partidistas, si no cómo se cena con ellos. Cómo se monta un encuentro de esta naturaleza y, sobre todo, cómo se escenifica el montaje. Acabamos de asistir a un espectáculo de alborozo crítico estridente, con vestiduras rasgadas incluidas, por parte del mundo convergente, a raíz de la cena que Pasqual Maragall celebró con 400 empresarios. A 100.000 pesetas el cubierto, al estilo norteamericano de financiación electoral, todo transparente, nombres y apellidos, foto pública, etcétera. Las voces convergentes, fieles al pensamiento único, se han unido en un único discurso de denuncia: "Ha sido un montaje", "ha habido presiones y chantajes", "esto es un atraco a mano armada", ha llegado a decir un consejero inteligente. Más allá de los motivos políticos de Maragall, que son legítimamente suyos, y de algunos elementos a mi parecer negativos, como es la restricción informativa -aunque, ¿quién no juega, en el mundo de la política, con el poder que representa el reparto arbitrario de la información?-, lo que ha ocurrido me parece de una enorme higiene democrática. De tal higiene democrática que incluso ha conseguido poner en evidencia la gran hipocresía que sustenta las bases de nuestro poder nacional. Resulta que esta cena, pagada por cada uno desde la madurez de un acto individual y público, es un atraco. En cambio, montar cenas con 4.000 comerciantes, a mayor gloria electoral de Jordi Pujol, organizadas desde el departamento del ramo -es decir desde la institución-, pagadas con dinero público, utilizando la presión de las subvenciones recibidas e incluso imponiendo el carácter y el partido de los oradores, ello sencillamente representa "la normalidad institucional"... Conozco bien el patio desde la responsabilidad de Comercio y Turismo que he asumido estos últimos años en el Ayuntamiento de Barcelona. Presiones para que no estuviera en una mesa presidencial, olvidos y silencios en las menciones, alcaldes sin invitación, y detrás de todo ello una sociedad civil semisecuestrada por la calderilla mensual de la subvención. A menudo el nivel de intervención era de tal minuciosidad que el director general del ramo llegaba a diseñar las mesas de una cena organizada por una entidad civil. Los ejemplos que quieran y cuando quieran. Sinceramente, bienvenida la transparencia y, sobre todo, el págueselo usted mismo si le gusta el candidato. La perversión de la democracia nunca se produce en los ámbitos de la transparencia, sino en la opacidad, en la presión camuflada, en el secuestro civil, en la utilización partidista de la institución que se gobierna. Que cene con Maragall quien quiera y que lo diga. Y sobre todo, que se lo pague. Y que aprenda Pujol a hacer lo mismo: a silenciar su legión de directores generales con repartidora, y a pedir a los empresarios que pongan la mano en el propio bolsillo en lugar de financiar sus ágapes partidistas con el dinero de todos. Que si lo de Maragall fue un atraco, lo de Pujol es mucho peor, es un permanente abuso democrático.

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