Jolgorio en el consistorio
JAVIER EDER Ayer, en Leyre, un anciano catedrático de la Universidad de Navarra cuyo entusiasmo por el sistema liberal-parlamentario nunca ha sido preocupante (este amigo personal y compañero intelectual de Carl Schmitt más bien se ha mostrado siempre proclive a que el pueblo sea briosamente guiado hacia lo universal por una mano férrea y carismática), pidió al heredero de la Corona, con adusta oratoria, una nimiedad ciceroniana: que abrace la santidad para hacerse merecedor del amor de su pueblo. El heredero, forzado a improvisar, no sin reflejos vino a replicar que la Carta Magna, soberanamente instituida, le impone rendir ciertos servicios al pueblo, aceptados por él de mil amores, mas no le obliga a tanto como sería auparse a los altares, el lugar donde todos esperamos que esté pronto, felizmente y en olor de multitudes, el beato Escrivá. Ayer se fue y hoy San Fermín dicta desde los altares el único punto capital del día: olor de multitudes y jolgorio en el consistorio. Cierto que, además, hoy asciende al ministerio consistorial la primera alcaldesa de Pamplona. Pese a que la alcaldesa Barcina peregrinó en la campaña electoral al Vaticano (al ser honrada su familia política con una de esas exclusivas entrevistas que el Santo Padre sólo reserva a los devotos del beato Escrivá), no hay necesidad de pedirle santidades: con que tire hoy el cohete y mañana dé servicio ciudadano, bastará. Tampoco vamos a empezar a pedirle muestras del progresismo del que, como todo joven conservador que se precie, hizo gala en la campaña. El estilo municipal de Yolanda Barcina, cuyas maneras políticas parecen acercarla al modelo de alcaldesa homologado por el PP (mano de hierro en medias de seda, al Pleno rogando y con la maza dando), o tal vez al de aquellos tecnócratas de cuando las huestes de Escrivá tomaron los ministerios, es todavía un misterio. En el pasado inmediato, la ex-consejera medioambiental Barcina no tuvo el santo de cara y su mandato se vio empañado por mil contrariedades: los buitres del lugar observaron una mutación extrañísima que les llevó a lanzarse como kamikazes contra ovejas vivas; en el Pirineo apareció un oso estrepitoso con la misma inclinación que los buitres mutantes; el río de Pamplona se vio una y otra vez afectado por una mortandad insólita que la hoy alcaldesa atribuyó a inverosímiles fenómenos clímaticos... Misterios, muchos misterios. Pero hoy no estamos para misterios de ministerio: hoy es día de jolgorio en el consistorio.
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