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Tribuna
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¿Por qué vuelvo a Rusia?

¿Por qué vuelvo a Rusia? Para responder a esta pregunta debo, primero, responder a otra: ¿por qué me encontré, a los 21 años, fuera de Rusia, en Occidente? Me limitaré a lo esencial sin entrar en los detalles. En esa época, en Rusia reinaba un régimen comunista totalitario. Parecía inamovible, instalado en el poder para siempre. Mi oposición no se debía a razones políticas o ideológicas (no era ni anticomunista ni antisoviético), sino a las reacciones de mi medio a mis trabajos científicos y literarios. Dicho medio me rechazaba como fenómeno extraño a la naturaleza de la sociedad soviética (comunista). Y fui expulsado de la Rusia soviética a Occidente contra mi voluntad y deseo. Esto ocurría en 1978. En esa época, la guerra fría se hallaba en pleno auge. Occidente estaba en plena expansión de la democracia, del liberalismo, de la libertad de pensamiento, del pluralismo creador. La naturaleza de las armas de la guerra fría de Occidente contra el comunismo soviético pasaba a segundo plano. Esas manifestaciones parecían ligadas orgánicamente a la naturaleza misma de la civilización occidental. En esas condiciones, la posibilidad de una vuelta a Rusia era impensable. La difusión amplia de mis obras se castigaba con dureza. Aunque hubiera querido, me habrían prohibido entrar.

Pero a comienzos de los noventa la Unión Soviética se hundió y el régimen social soviético (comunista) fue destruido en los países que la componían. Sin embargo, no le sucedió, como prometían la ideología y la propaganda occidentales, el florecimiento de Rusia, sino al contrario, la degradación acelerada de todos los ámbitos de la sociedad: político, económico, ideológico, moral y social. Empecé a hablar y escribir guiándome por el principio de la verdad ante todo.

Me atuve a este principio al describir la sociedad soviética, lo que supuso que me expulsaran. Ahora, lo que escribo, honesta y verazmente, a propósito de la Rusia postsoviética, supone, en Occidente, el boicot de hecho de mis trabajos científicos y literarios, la imposibilidad práctica de publicarlos y difundirlos. He experimentado en mis carnes la estrechez, el exclusivismo, la arbitrariedad y el carácter tendencioso de la libertad de creación a la occidental.

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Aunque ello haya influido, no es lo que ha determinado mi decisión de volver a Rusia. El factor fundamental ha sido el cambio sufrido por Europa occidental tras el fin de la guerra fría y el derrumbamiento de la Unión Soviética. Ese cambio consiste, en esencia, en la total americanización de Europa occidental. Mientras existió la Unión Soviética y constituyó la segunda superpotencia del planeta, Europa occidental estaba protegida frente a esa americanización, mortal para sus mejores realizaciones, entre las que se incluyen el liberalismo, el pluralismo de creación y la libertad de pensar.

Al faltar dicha cobertura, Europa occidental ha capitulado prácticamente ante la batuta del americanismo. No es sólo una época poscomunista: es también posdemocrática. Mi estancia en Europa ha perdido, pues, su sentido. Lo esencial de mi vuelta a Rusia no es que vuelva a mi país, sino que dejo un Occidente que para mí se ha vuelto adverso.

Hace algunos años que comencé a pensar sobre un posible regreso a Rusia, cuando tuve claro cuáles eran los designios de los amos del mundo sobre Rusia y el pueblo ruso: poner a Rusia de rodillas para que jamás pueda elevarse al nivel de una potencia fuerte en el seno de la comunidad internacional, y transformar su territorio en una zona de colonización occidental. En cuanto al pueblo ruso, se trata de rebajarle al nivel de una tribu étnica primitiva poco numerosa, no más de 30 a 50 millones, incapaz siquiera de gobernarse de manera autónoma. Pero lo que ha provocado la decisión definitiva e irrevocable de abandonar Occidente ha sido la agresión, cínica y brutal, de Estados Unidos y la OTAN contra Serbia, que me ha hecho revivir los recuerdos de los años de la agresión hitleriana contra mi patria. He visto con claridad que la misma suerte esperaba a Rusia; que, ebrios de superpoder mundial, los amos estadounidenses del mundo occidental y sus criados de Europa no retrocederían ante nada para liquidar toda veleidad de resistencia por parte de Rusia, para hacerla desaparecer de la superficie de la Tierra y borrarla de la memoria de la humanidad.

Como ruso, no puedo permanecer como mero observador de la muerte de mi país. Considero un deber moral estar al lado de mi pueblo en este momento trágico de su historia y compartir su suerte. En conclusión, afirmo que la capitulación de Europa occidental ante la americanización tendrá consecuencias inevitables para sus países, de manera análoga a lo que ha pasado con Rusia -la destrucción de las bases mismas de su civilización y la pérdida de la soberanía nacional de sus pueblos-. Como muchos compatriotas de mi generación, no me siento solamente ruso, sino también europeo. En Rusia no sólo se han hundido los valores del comunismo, sino también, y en mayor medida, los auténticos valores (no los de la propaganda) de la civilización europea occidental. En lo que a mí respecta, sólo veo un modo de defenderla: salir de una Europa occidental sacrificada en el ara de una democracia totalitaria mundializada o del americanismo.

Creo que Rusia tendrá todavía un papel importante que desempeñar frente a la americanización del planeta, como ya desempeñó un papel fundamental en la lucha contra la amenaza mundial del fascismo. Volviendo a Rusia, permanezco fiel a los principios de la Europa occidental.

Alexandre Zinoviev es filósofo, escritor y científico ruso. © EL PAÍS / Le Monde.

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