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Reversibilidad de RTVE

Como consecuencia del tratamiento informativo dado por TVE al pasado debate sobre el estado de la nación y también de otros abusos, como, por ejemplo, los detectados durante la última campaña electoral, vuelve la oposición donde solía, es decir, a sus protestas por la utilización de Radiotelevisión Española y los restantes medios públicos de información -entre los que apena la necesidad sobrevenida de citar a la agencia Efe- como servicio doméstico del Gobierno. Se evidencia así la falta de voluntad política para alcanzar la neutralidad multidireccional de los medios de propiedad pública, asunto sobre el que atronaba el programa del PP del 96. Los populares se consideraban entonces perjudicados y exhibían su propia discriminación como si fueran los estigmas de Teresa Newman. ¿Qué fue de aquellos propósitos solemnes formulados en la adversidad? Han resultado ser verdura de las eras, que dijo el poeta de Paredes de Nava. Los del PP, entonces penalizados, al llegar al Gobierno han comprobado la plena reversibilidad de RTVE, sin que nadie haya formulado objeción de conciencia alguna. Así que ahora se gozan de cómo les beneficia lo mismo que antes les perjudicaba. En cuanto a los 11.000 del Ente -¡sea por siempre bendita y alabada su plantilla!-, sorprende que nada hayan tenido que objetar a ninguno de los sucesivos y antagónicos denunciantes de la manipulación, como si ésta pudiera efectuarse sin colaboracionistas de todo signo. Una vez más, todo es contento en Prado del Rey y sus anexos, donde parece comprobarse la certera visión de don Quijote, cuando le dijo a su escudero aquello de bien se ve, Sancho, que eres villano de los que gritan viva quien vence. Por eso, el presidente Aznar, mientras reitera su deseo de agotar la legislatura, de llevarla a su extinción natural, se abstiene sagazmente de cualquier referencia a la creación del consejo audiovisual o a la reforma del estatuto de RTVE. Se diría, por tanto, que en La Moncloa han terminado por adoptar la perversa idea de que gobernar es durar; de que aquí quien resiste, aunque sea merced a prácticas envilecidas, gana.

Este comportamiento, ya derive del cinismo o de la abulia, está siendo fomentado por los socios parlamentarios del PP -CiU y CC-, siempre partidarios de un Aznar del menor tamaño posible. En todo caso, ninguna de las tres fuerzas políticas mencionadas tiene demostrado el menor interés en la reforma comprometida de la financiación de los partidos, que sigue aplazada sine die. Y los aznaristas se han olvidado enseguida de respetar el sistema vigente de incompatibilidades entre la actividad pública y la privada. Sus normas habían sido arrancadas al anterior Gobierno, pero se han declarado inaplicables cuando han afectado a los del propio. Además, de las exigencias del pregonado código de conducta, al que se vinculaban todos los candidatos avalados por Aznar decididos a erradicar la corrupción de sus filas, apenas queda otro rastro que la doctrina Gallardón. Una excentricidad según la cual a quienes se dedican a la política les es exigible ejemplaridad, es decir, algo más que la legalidad bajo mínimos a la que puede acogerse el común de los ciudadanos.

Pero volvamos a la manipulación sectaria de los medios de comunicación públicos y observemos cuán lejos queda ese proceder avanzado por los buenos ejemplos que nos vinieron del Norte durante la transición. Recordemos que así quedaba excluida de nuestro ámbito político la aplicación de las leyes de la guerra, desaparecía la mutua consideración de enemigos entre los contendientes y dejaba de ser objetivo propio la aniquilación ajena. Por eso, resultó sospechoso que, en vísperas de su triunfo, Aznar invalidara aquel proceso y propugnara una segunda transición. El PP se presentaba aureolado de un derecho natural a la gobernación de España y empeñado en reducir la etapa de Gobierno socialista a una anomalía histórica. Pero, para nuestra desgracia, en lo de RTVE tanto los de UCD como los del PSOE y los del PP, en vez de emular a la BBC o a las cadenas públicas alemanas ARD y ZDR, se han ido tras la propia inercia modulada con los malos precedentes franceses e italianos. La solución contra el sectarismo manipulador de RTVE, al que propenden todos los Gobiernos a todas las escalas, debería empezar por que nos tuvieran un respeto sin el cual ya se ha visto cómo todo estatuto resulta degradable si se lo propone una mayoría parlamentaria suficiente. En ese ambiente, la retirada de los once mil invocando la cláusula de conciencia garantizada en la Constitución demostraría que eran merecedores de la confianza universal en ellos depositada.

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