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Todos contra el neoliberalismo en México

Los cuatro aspirantes del PRI a la presidencia se distancian públicamente de la política económica de Zedillo

Juan Jesús Aznárez

Ninguno de los cuatro aspirantes a la candidatura del gobernante Partido Revolucionario Institucional (PRI) en las elecciones presidenciales del 2000, las más disputadas de la reciente historia mexicana, es tecnócrata, escolarizado en economía en universidades norteamericanas como Yale o Harvard, y contrariamente son políticos profesionales, hechos en la cantera tradicional, duchos en la adaptación al terreno. Todos atacan estos días el neoliberalismo, sueltan lastre de la dos últimas administraciones, de las que formaron parte sin pronunciarse contra el modelo, y en las tribunas apuestan por un capitalismo de rostro humano, y por los pobres, holgada mayoría en el padrón electoral.

El ex ministro del Interior, Francisco Labastida, citado como el preferido del presidente, Ernesto Zedillo, los ex gobernadores Manuel Bartlett y Roberto Madrazo, y el ex presidente del partido, Humberto Roque Villanueva, participan en la pública exposición de programas o intenciones y pugnan por ganar la nominación en la convención del 7 de noviembre alejándose en lo posible de la tecnocracia.

Madrazo, más respondón de lo previsto, denuncia con inusitada acidez las consecuencias de los programas aplicados por los gobiernos de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) y Zedillo, y planta cara a Labastida.

"Está claro que la nominación del PRI será disputada entre Madrazo y Labastida", señala el analista Juan María Naveja. El dedazo, la antidemocrática práctica ejercida por los sucesivos presidentes mexicanos, que consistía en designar directamente a su sucesor, es ya historia, aseguró Zedillo.

La oposición conservadora y de centroizquierda lo menciona engañoso o fingido. Junto con una parte de los analistas, arguyen que la tradición priísta, la cultura política mexicana, la inercia, son tales que Francisco Labastida es percibido ya por las bases como el candidato del dedazo, del Estado, y por tanto, el hombre al que se debe votar. Con eso basta.

Los otros tres aspirantes, según esas tesis, serían por tanto relleno de pasarela, políticos a los que Labastida habrá de recompensar cuando sea presidente de acuerdo al gancho demostrado por cada uno en campaña. El analista Jorge G.Castañeda, autor de La Herencia, libro que aborda los mecanismos de la designación, sostiene que el electorado priísta con ambiciones trata de colocarse estos días, de no equivocarse en el compromiso, de ser el primero en felicitar a su candidato. "Si yo soy un político del PRI de medio pelo, diputado por Tlaxcala o alcalde de Acapulco, y quiero comenzar a colocarme, ¿a quién apuesto? ¿Voy a apostar por políticos sin posibilidades de ganar o voy a apoyar al candidato del Estado?", dice Castañeda.

Pero no parece que el dinosaurio Roberto Madrazo, el mejor situado entre los tres contrincantes del exministro del Interior, clasificado éste como renovador, esté asumiendo que las bases del partido vayan a arrojarse en brazos de Labastida. Aparentemente quiere ganar de verdad la nominación, o, al menos, vender cara su participación y eventual derrota en el proceso para negociar con fuerza lo que supuestamente tenga que negociar dentro del PRI.

En su primer discurso como aspirante, atizó duro, blandiendo las estadísticas de la pobreza y de la injusticia, al modelo aplicado por los últimos Ejecutivos. No sentó bien en la casa de gobierno, en Los Pinos, esa arremetida desde las propias filas, el aldabonazo populista del tabasqueño, quien al fustigar abiertamente el modelo cumplió su objetivo: llegó a los mexicanos castigados por las crisis, el paro, o la debilidad salarial.

Sus cifras asombraron no tanto por su crudeza como por haber sido esgrimidas por un alto funcionario del partido en el Gobierno, circunstancia que demuestra la existencia de codazos por un espacio en la próxima administración si queda en sus manos. La capacidad adquisitiva de los salarios, proclamó el de Tabasco en el mitin del susto, descendió un 75% respecto a los sueldos percibidos tres décadas atrás y, citando a la Comisión Económica para América Latina, agregó que el indicador de la pobreza en México es casi un 20% superior al promedio latinoamericano, y que la miseria también lo supera.

Gobernador antes de su entrada en liza, rindiendo homenaje en aquel acto a lo más granado del rancio sindicalismo vertical nacional, Madrazo no se detuvo: el 10% de los hogares más ricos concentran casi la mitad del ingreso nacional, y al 10% más pobre le toca menos del 2% de la riqueza. "No hemos podido construir una economía para la gente, una economía con rostro y alma humanas".

Bartlett, también dinosaurio, también cómodo con los siete decenios de excluyente hegemonía priísta, sumó a la calamitosa relación porcentajes igualmente penosos.

Se les pidió a los denunciantes alternativas a las políticas aplicadas hasta ahora por el Gobierno, opciones contra la apertura y las privatizaciones capaces de generar empleo y crecimiento, y ninguna dieron desde su imprecisa invocación al rectorado del Estado en el manejo económico.

Francisco Labastida debió subrayar que él tampoco es neoliberal, que está comprometido con una corrección humanista del modelo económico, y que bastante ha hecho la presidencia de Zedillo con remontar los desastres anteriores, sanear las grandes cuentas, y encarrilar al país por la senda del crecimiento. "Yo me voy a poner del lado de los pobres", proclamó.

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