"A su querida memoria"
En el verano de 1924, Ricardo Urgoitiz, director a la sazón del diario El Sol, pasaba unos días en el chalé que el Club Alpino Español poseía en el Ventorrillo (Cercedilla) cuando vinieron a avisarle de la muerte de su padre. Hombre de costumbres, Urgoitiz tenía, entre otras, la de pasearse todas las mañanas por el camino de la pradera de las Cortes y la de demorarse leyendo recostado en un pino de su gusto: el regente del albergue, Isidro Jiménez, sabía que lo encontraría allí. Isidro le contó este sucedido a su hijo Cipriano, quien a su vez, ya septuagenario, nos lo refirió a nosotros. Simetrías del destino, aquel pino albar acababa de ser señalado para el corte. Don Ricardo, a pesar de su dolor, reparó en esa secreta alianza de hachas y guadañas y no la quiso permitir: localizó al maderista, le compró el ejemplar y dispuso que se le ciñera la base del tronco con una gruesa cadena de cuyos eslabones pendía un escueto epitafio: "A su querida memoria, 1840-1924". ¡Qué antiguo misterio es la sociedad de los árboles y los muertos! ¿Será preciso decir que le estaba dedicando a su padre algo más que un símbolo de larga vida: un árbol concreto, un ser vivo con su savia, su simiente, su ansia de sol y su carne de madera; con su sombra, su vereda, sus hermanos, su río Navalmedio y su sierra de Guadarrama?
Tres cuartos de siglo han pasado desde entonces por el Ventorrillo. Ya no es aquel paraje agreste y remoto al que los primeros esquiadores subían a patinar caminando desde la estación de Cercedilla. El refugio que construyó en 1907 Manuel González de Amezúa -y que amplió en 1909, al poco de fundar el Club Alpino Español- fue demolido tras la guerra. Residencias bancarias, cocheras de máquinas quitanieves y otros edificios salpican hoy esta ajetreada curva de la carretera del puerto de Navacerrada. Pero muy cerca, a la vera del camino de la pradera de las Cortes, el pino de la Cadena sigue hablando con palabras de hierro a los paseantes y a los guardas forestales que, cada cierto tiempo, abren el candado y lo pasan por el siguiente eslabón para evitar que el árbol se estrangule.
En vez de acercarnos al pino de la Cadena bajando desde el Ventorrillo, con mucho tráfago y poco carácter, lo hacemos remontando el valle desde la presa de Navalmedio, a donde nos llegaremos en coche por la carreterilla que se desvía a la izquierda de la M-601 (Villalba-puerto de Navacerrada) junto al restaurante La Fonda Real. Tras recorrer dos kilómetros de asfalto maltrecho, aparcaremos junto a la valla que rodea el embalse y nos echaremos a andar por la pista de tierra que nace a mano derecha, tras una barrera verde.
Ascendiendo siempre por el frondoso pinar, el camino cruza enseguida el río Navalmedio, bordea luego una serie de praderas -la mayor de todas, la de las Cortes, en la que yacen las ruinas de un campamento juvenil- y, tras salvar de nuevo la corriente, vira bruscamente a la derecha para llegar a la altura del pino como a tres cuartos de hora del inicio. A sus 175 años, no está ciertamente en la flor de la vida. De hecho, la mayoría de sus ramas están secas, y diríase que lo único que aún lo ata a este mundo es la cadena que abraza amorosamente su tronco de cuatro metros de circunferencia, doble símbolo de amor filial y de amor a la naturaleza.
En la siguiente bifurcación de la pista, tomaremos por el ramal de la derecha -el de la izquierda nos llevaría al puerto de Navace-rrada-, que discurre llano hasta el Ventorrillo. Entre el garaje de las máquinas quitanieves y la casilla del Icona, nace un camino que, tras franquear un rústico portillo de alambre y bances de madera, desciende derecho hacia el embalse de Navalmedio. Es el viejo atajo del Calvario, casi tan viejo como el pino de la Cadena.