Pintadas y rayajos
El fenómeno social conocido como graffiti surgió hace un par de décadas y, gracias a los medios de difusión televisuales, se extendió como un reguero de pólvora por el mundo desarrollado y civilizado: paredes, fachadas, vallas, fuentes públicas, estatuas e incluso vagones de metro en Nueva York, Londres, París o Madrid se vieron embadurnados de pintadas multicolor que abarcaban toda una gama de firmas, signos, eslóganes, anagramas y mensajes. Esta muestra de incultura e incivilidad no ha decrecido; antes al contrario, parece mantener su intensidad y originalidad... Pero ahora, otra moda igualmente popular y cultural, pero de consecuencias más perjudiciales en cuanto a los daños que origina, está teniendo lugar: los graffiteros -u otros especímenes similares- están alternando, o sustituyendo, el bote de aerosol por un diamante (bruto, como ellos...) y proceden a arañar, rayar y deteriorar, de forma perenne e irreparable, cristales y vidrieras de vagones de metro, autobuses, cabinas telefónicas y hasta escaparates. ¿Qué puede hacerse contra estas tribus culturales y artísticas que afean y deterioran el patrimonio común o privado, además de censurarlas?
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