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La escuela del interés mutuo

Emilio Menéndez del Valle

La cumbre que los siete grandes (G-7) celebraron hace 10 días en Colonia perdonó las dos terceras partes de la deuda externa de los 41 países HIPC (siglas inglesas para Países Pobres Altamente Endeudados). Desde luego, la cifra, 70.000 millones de dólares (11,2 billones de pesetas), es para quitar el hipo, si fuera cierta o si los problemas del Tercer Mundo no fueran tan espeluznantes como para que se necesiten aún medidas más drásticas. Oxfam y otras organizaciones internacionales de promoción de la solidaridad estiman que las medidas de Colonia son insuficientes si se quiere afrontar el futuro con algún optimismo. Sin embargo, los siete grandes han manifestado que la decisión implica el comienzo de nuevas perspectivas económicas y sociales para el Tercer Mundo. Romeu lo tiene claro y conciso. Uno de sus personajes sentenciaba desde la viñeta del otro día: "La gracia de perdonar parte de la deuda a los países más pobres está en que quedas rumboso. Tampoco ibas a cobrar, se confían y siguen entrampándose". A quienes piensen que la ocurrencia de Romeu es reduccionista brindo esta ampliación. Desde la izquierda solidaria al Banco Mundial, todos sostienen que el abismo entre ricos y pobres continúa hoy, al igual que hace décadas, indefectiblemente creciendo. Durante años, los defensores a ultranza de la globalización -o quienes la han considerado un fenómeno ineluctable-, esto es, quienes la controlaban, han elogiado sus virtudes y minimizado sus inconvenientes. Sin matices. Ahora, quienes en el Banco Mundial han decidido entonar un mea culpa (mejor esto que lo contrario) y admiten las equivocaciones de algunas políticas del pasado reciente por ellos establecidas, asumen lo que antes rechazaban. Por ejemplo, que "el impacto social de la crisis asiática ha sido enorme. Millones de personas han sido expulsadas de su trabajo. Su repentino desempleo y ausencia de ingresos resulta mucho más dramático porque el boom económico había duramente erosionado las redes de seguridad tradicionales que en Asia suponen la familia y la comunidad". (Joseph Stiglitz, vicepresidente del Banco Mundial). Ahora se acepta que en cuestión de pocos años puede producirse un crecimiento meteórico (lo que ayuda a reducir la pobreza, siempre que la distribución de los frutos del crecimiento no sea manifiestamente desigual, lo que, lamentablemente, ocurre en la mayoría del Tercer Mundo). Pero también que puede desvanecerse en unas semanas.

Estamos ante una llamativa paradoja. Por un lado, los directivos de algunas instituciones financieras internacionales llevan tiempo criticando los efectos dañinos de una mala estrategia por ellos planeada, al tiempo que mantienen que "invertir en la gente suministrándoles educación primaria y secundaria, atención médica básica y alguna forma de protección social para los pobres es un asunto capital" (Stiglitz). Y, sin embargo, el ingente endeudamiento causado por sus decisiones o las de sus predecesores impide a los Gobiernos HIPC invertir en educación o sanidad, cuyos ministros de Economía, además, dedican prácticamente todo su tiempo en negociar con el Banco Mundial en lugar de ocuparse de promover propiamente el desarrollo.

La bancarrota de los países HIPC ha sido evidente desde hace por lo menos tres lustros y, sin embargo, el Banco Mundial, el FMI y los países industrializados de quienes éstos dependen han retrasado las verdaderas soluciones durante todo este tiempo. ¿Representa verdaderamente Colonia un cambio definitivo de tendencia? Ello significaría que, si no por conciencia solidaria, al menos por sentido común, los poderosos del planeta habrían decidido incorporar al sistema a los condenados de la tierra. A la postre, se trataría de la asunción de la escuela del interés mutuo, la que enseña a quienes sean incapaces de reaccionar por estricto imperativo de justicia distributiva que deben hacerlo por imperativo categórico, aquel que impone que ayudar al Sur empobrecido es ayudarnos a nosotros mismos, dado que el sistema que hemos montado no funciona sin que los demás compren nuestros productos.

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