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Tribuna
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Los límites del PP

Josep Ramoneda

El debate del estado de la nación nos deja un signo: José María Aznar empieza a restar. Su mayoría parlamentaria pierde un socio. El durísimo discurso con el que Iñaki Anasagasti puso punto final a "la historia de algo que pudo ser y no fue" es importante como síntoma. Sus consecuencias parlamentarias son escasas porque ya está CiU, con sus desencuentros pactados, para echar la mano que necesita el Gobierno en cada momento. Y sus efectos políticos pueden quedar minimizados porque ante el electorado del PP un conflicto con el PNV más bien marca puntos. Pero la defección del PNV confirma la inviabilidad de la apuesta de Aznar de consolidar una alianza estable de la derecha española y el centro-derecha nacionalista y regionalista que bloqueara el acceso de la izquierda al poder; e indica que Aznar ya no está en tiempo de sumar. No sólo el PNV deja a Aznar. Julio Anguita, dispuesto a sobrevivir después de sus catastróficos resultados, se ve obligado a abandonar la doctrina de las dos orillas para pactar con el PSOE el gobierno de más de 200 municipios. Aznar pierde así un aliado indirecto, fundido en un intento de debilitar a los socialistas que su electorado no podía asumir.

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El debate ha confirmado lo que ya mostraron las últimas elecciones: el PP está poniendo de manifiesto sus límites de estilo, de implantación, de concepción del Estado y de modelo de articulación política.

Sobre el estilo se ha dicho mucho, pero Aznar no parece aprender. Quiebra por dos puntos: la incapacidad de asumir responsabilidades, que es lo primero que el ciudadano espera de sus dirigentes, y esta arrogancia contagiosa que el poder transmite y los políticos asumen enseguida. Cada Gobierno tiene el momento de no retorno. Para mí, la guerra de Kosovo ha dejado en entredicho la credibilidad de Aznar. No puede un gobernante mostrarse tan insensible frente a la opinión ante problema tan grave, tardar tanto en asumir el papel que de él espera la ciudadanía y especular políticamente de modo tan descarado en una cuestión tan delicada.

La arrogancia frena la penetración de la lluvia fina. Pero el principal obstáculo es otro: la articulación territorial del PP. El PP es un mundo: franquistas y liberales, conservadores de toda la vida y portadores de ambiciones sin ideología precisa, derecha civilizada y centrismo inocuo, todo cabe en un partido de amplio espectro. Pero parte de su presencia en las distintos lugares de España tiene más que ver con los comportamientos caciquiles y con tramas de intereses locales que con una verdadera implantación política. Estos grupos pueden garantizar resultados, pero operan al mismo tiempo como barreras a la credibilidad y a la penetración real del proyecto del PP en la sociedad.

El poder conseguido en autonomías y municipios antes de alcanzar el Gobierno de España ya había dejado síntomas explícitos (de Baleares a Cantabria, de Asturias a Canarias) de estas tramas. Cuando desde el Gobierno se da carta de naturaleza a la ingeniería fiscal de algún ministro o se muestra tolerancia con quienes no deslindan debidamente responsabilidad pública y dineros privados (como en la cuestión del lino), se están emitiendo señales demasiado ambiguas.

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Y de ahí vamos a una tercera limitación del PP: la obsesión por crear un poder económico y mediático de apoyo a partir del Estado. Demasiadas sombras acompañan el proceso de privatización. La derecha española carece de tradición democrática de lo público y tiene una concepción muy instrumental del Estado. El baile de hombres del presidente en las transferencias del sector público al sector privado contribuye a afianzar la idea de que se está creando desde el Estado un poder oligárquico paralelo al poder político.

En fin, el oportunismo que ha sustituido a los calores ideológicos del discurso nacionalista con que el PP ganó, en su día, las elecciones generales confirma la adaptabilidad de Aznar a las exigencias del mantenimiento del poder. Pero el viaje permanente de ida y vuelta del nacionalismo retórico al oportunismo de las concesiones deja dudas que frenan el reconocimiento.

El principal interrogante es éste: ¿por qué, teniendo una situación aparentemente inmejorable, el PP tiene nubarrones en el horizonte que hace que se sienta incómodo incluso cuando gana? En estos límites está parte de la respuesta.

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