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¿Piensa renunciar el Pontífice?

"Me encuentro muy bien de la cabeza para arriba", le dijo el papa Juan Pablo II a un amigo polaco que le preguntaba por su salud antes de la visita a su Polonia natal. La verdad es que, a sus 79 años, y tras 21 de permanencia en la Santa Sede -el pontificado más largo del siglo XX-, el Papa está deteriorándose sin cesar y de forma visible, aunque no hay duda de que su cerebro, su intelecto y su sentido del humor se encuentran en tan buena forma como siempre. Sin embargo, en Roma se preguntan hasta cuándo va a poder seguir ejerciendo su misión, desde el punto de vista físico, este Papa tan activista. ¿Corre peligro de quedar incapacitado? ¿Está pensando en renunciar en un futuro no muy lejano?

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Mientras tanto, el inquebrantable sentido del deber del Papa es lo que le da la energía necesaria para seguir desarrollando su inmensa labor en vísperas del tercer milenio. Está decidido a presidir personalmente las celebraciones previstas para el Año Santo, desde el momento en el que dé tres golpes en la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro del Vaticano, el próximo día de Nochebuena a medianoche, hasta el 6 de enero del 2001, cuando la puerta vuelva a cerrarse.

En una ocasión, Juan Pablo II comentó que todavía "quedan muchas más cosas" que Dios desea que haga como Papa, incluso después de dos decenios a la cabeza de la Iglesia Católica de Roma, pero que le queda "muy poco tiempo". De hecho, se advierten en él una creciente sensación de urgencia y una dedicación que no cesa, a pesar de los estragos causados por la enfermedad de Parkinson -que padece desde hace tiempo- y el dolor constante y visible que le han dejado sus pasos por el quirófano. Durante su visita a Polonia, sufrió una caída en el cuarto de baño que le provocó una herida en la cabeza. Las imágenes del viaje que hemos visto por televisión le mostraban encorvado, con grandes dificultades para caminar -en realidad, más que andar, se arrastraba- y con gestos patentes de dolor. Aun así, desbordaba alegría por estar de nuevo en su país.

En los aspectos litúrgicos, el Papa mantiene su extraordinario ritmo de beatificaciones, el paso previo a la santificación, convencido de que se trata de un acto que refuerza y ennoblece espiritualmente a la Iglesia y la religión que representa. A principios de mayo beatificó, ante un cuarto de millón de personas presentes en la Plaza de San Pedro, al padre Pío, un monje capuchino famoso por tener llagas como las de Cristo y al que conoció cuando era un joven sacerdote. Este mes ha beatificado a 108 católicos polacos que murieron a manos de los nazis y los ha declarado "mártires", una medida muy polémica que varios grupos judíos han considerado un intento de "cristianizar" el Holocausto.

Cinco días antes de salir hacia Polonia, Juan Pablo II voló en helicóptero al puerto adriático de Ancona para celebrar el milenario de la catedral de dicha ciudad. Ancona está frente a las costas de Yugoslavia, junto a las aguas en las que los pilotos de la OTAN arrojaban las bombas no utilizadas cuando regresaban de sus ataques. El Pontífice aprovechó la ocasión para advertir de que el conflicto de los Balcanes era "una gran derrota para la humanidad". El Papa ha empleado todos los instrumentos de la diplomacia vaticana para llevar la paz a la región. Una semana después de que la Organización del Tratado del Atlántico Norte empezara a bombardear Yugoslavia, el cardenal Angelo Sodano, secretario de Estado del Vaticano, reunió a los embajadores de todos los países de la OTAN y los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU para proponer soluciones. Después, el Papa envió al arzobispo Jean-Louis Tauran, ministro de Asuntos Exteriores, a Belgrado para entrevistarse con el presidente Slobodan Milosevic y el Patriarca ortodoxo serbio, Pavle.

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El Papa desempeñó un papel importante, aunque poco conocido, a la hora de conseguir que las iglesias ortodoxas -sobre todo, la Iglesia ortodoxa rusa- intervinieran en el proceso de pacificación de los Balcanes. A mitad de abril, envió un mensaje personal al Patriarca ortodoxo de Moscú con el fin de pedir la cooperación rusa para ayudar a terminar la guerra, apelando a la influencia que tiene la Iglesia ortodoxa sobre los políticos rusos. A finales de mayo, el Papa organizó una reunión secreta en Viena entre un alto diplomático del Vaticano y el padre Kiril, asesor de asuntos exteriores del Patriarca ruso. Por último, Juan Pablo II insistió en recibir en Roma al líder moderado kosovar, Ibrahim Rugova, a quien había sacado de Yugoslavia una organización relacionada con el Pontífice.

En Polonia, el Papa ha realizado la más larga de sus ocho visitas a su país natal, y no ha dejado de repetir su advertencia de que el capitalismo no debe triunfar "a expensas" de los pobres. A principios del próximo mes tiene previsto viajar a Armenia para conmemorar los 1.700 años de cristianismo en el país. En octubre planea ir a Nueva Delhi para el Sínodo de los obispos asiáticos. A finales de noviembre, el Papa rezará en Ur, en pleno y reseco desierto de Irak, donde nació el patriarca Abraham. En marzo del 2000 proyecta ir a Jerusalén, como parte de las celebraciones del milenio.

¿Le permitirá su salud cumplir un calendario tan ambicioso? Desde el punto de vista médico, es una pregunta que nadie puede contestar. Pero en Roma crecen las especulaciones de que Juan Pablo quizá desee abandonar su puesto al terminar el año del milenio, si es posible convencerle de que ya no puede ejercer el pontificado con la intensidad que él mismo se ha impuesto. El único precedente conocido de un Papa que quisiera renunciar es el de Celestino III. Gravemente enfermo, expresó su deseo de retirarse cuando tenía 92 años, pero los cardenales se opusieron. Murió en su cargo seis meses después.

Si Juan Pablo II renunciara, seguramente sometería su decisión al decano del Colegio Cardenalicio. Si se aceptase la dimisión, se convocaría un cónclave para elegir a un nuevo Papa. Los colaboradores más próximos del Pontífice están profundamente divididos sobre su posible renuncia voluntaria. Los partidarios de una salida digna creen que la retirada sería una forma de reconocer que ya no puede seguir llevando a cabo el trabajo encomendado por Dios. Los que tienen dudas, quizá la mayoría, afirman que el compromiso con sus deberes divinos y el pueblo de Dios anula cualquier otra consideración, y que seguirá en su puesto hasta el final.

Tad Szulc es periodista y autor de una biografía sobre el Papa.

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