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El otro partido mayoritario PEP SUBIRÓS

Mientras el domingo por la noche la plana mayor de CiU se esforzaba, patéticamente, en interpretar las recientes elecciones municipales y europeas en clave de continuidad -y, por tanto, intentando transmitir la sensación de que en el fondo aquí no ha pasado ni, sobre todo, pasará nada en un futuro próximo-, algunos de los políticos y comentaristas situados a la izquierda ya se apresuraban a glosar la barrida socialista y el revolcón convergente como un cambio de tendencia que anunciaría, para el próximo otoño, el final de la hegemonía pujolista en Cataluña. Mucho me parece que, en ambos casos, se trata más de manifestaciones de lo que los anglosajones llaman wishful thinking (es decir, confundir los deseos con las realidades) que de hipótesis mínimamente solventes. ¿No sería más sensato aceptar que los electores distinguen claramente entre las diferentes convocatorias y saben bastante bien lo que votan y lo que no votan, a quién votan y a quién no en cada ocasión? ¿No sería más razonable suponer que los ciudadanos que esta vez han acudido a las urnas no sólo han premiado la gestión de la inmensa mayoría de alcaldes y equipos municipales de izquierda, sino que han penalizado a aquellos candidatos que habían aterrizado en la campaña como extraterrestres, atribuyéndose méritos fantasmagóricos y descalificando a la ligera el trabajo hecho -y generalmente bien hecho- durante muchos años por esos gobiernos municipales? En el caso de Barcelona, no se trata de regatear ningún mérito a Joan Clos y su equipo, pero resulta inevitable pensar que la magnitud de la victoria socialista y de la izquierda en general tiene bastante que ver con la autoderrota convergente y popular, es decir, con unos candidatos y unos programas escasamente arraigados en el tejido social, con unas actitudes despectivas e ignorantes en la peor tradición celtibérica, con la falta de "credibilidad urbana" de unas fuerzas políticas -CiU y PP- que llevan años traduciendo su recelo antibarcelonés en una política sectaria y cicatera hacia la ciudad. En este aspecto, los resultados constituyen una alentadora demostración de madurez cívica y democrática por parte de los ciudadanos que han ejercido su derecho al voto. Pero sería absurdo e irresponsable ignorar uno de los más importantes mensajes, si no el que más, de estas elecciones: el desinterés expresado a través de una tremenda abstención, una opción que ha estado al borde, en casos como Barcelona ciudad, de conseguir la mayoría absoluta. Y ese es justamente el dato más preocupante, y quizá el más extrapolable. En todo caso, es el dato más paradójico. Posiblemente estas elecciones pasarán a la historia como uno de los raros ejemplos -¿el único?- en que se ha producido un simultáneo avance de la abstención y de la izquierda en las principales ciudades catalanas y en el conjunto de Cataluña. Sería un consuelo de tontos pensar que ello nos aproxima a las pautas de comportamiento electoral de países como Estados Unidos o algunos de los europeos. A menos, claro, que nos sintamos a gusto con una clase política cada vez más desvinculada de la realidad social, encabezada por contendientes fácilmente intercambiables, programados por los supuestos expertos de mercadotecnia política. Por ello, una vez pasada la justificada euforia -o depresión- de la noche electoral, sería ingenuo seguir pregonando, sin matices importantes, el gran triunfo de la izquierda y anticipar un paseo triunfal hasta la próxima convocatoria. La cosa no está para echar las campanas al vuelo. Que el pujolismo se halla en fase terminal, eso es evidente desde hace tiempo, pero en política las agonías pueden ser muy largas, como muy bien sabemos los que tenemos cierta edad. Si una propuesta alternativa no consigue movilizar a una buena parte de los que ahora han pasado, la continuidad de la agonía puede alargarse cuatro años más. En términos profundos, estructurales, el crecimiento de la abstención es incompatible con el avance de la izquierda. De la misma manera que en términos estrictamente democráticos, la abstención, perfectamente comprensible, es perfectamente indeseable.

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