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Superar la alianza de neuróticos

Ya sé que muy pocos lo ven como yo, pero creo que esto está cada vez mejor. Con la excepción de Arnaldo Otegi, que al despertarse el lunes vio reflejada en el espejo una Euskal Herria más independentista, todo indica que nuestros políticos van sacudiéndose de encima el miedo a mirar cara a cara a una sociedad vasca que cada vez más se muestra sin maquillaje. Las elecciones del domingo han vuelto a poner de manifiesto la profunda y persistente pluralidad política de la sociedad vasca. Todos los partidos y analistas lo están reconociendo así. Pero reconocer la pluralidad no es suficiente: hay que asumirla no desde la provisionalidad, no con la idea de superarla en una próxima convocatoria electoral. La pluralidad vasca no es un accidente sino una característica estructural, una seña de identidad de la sociedad vasca; más aún, acaso sea la seña de identidad por excelencia. Por ello, a la realidad plural es preciso responder desarrollando y fortaleciendo una actitud social y política verdaderamente pluralista. Todavía nos falta dar este paso. De ahí que esa realidad plural esté siendo leída en clave de problema: la pluralidad es percibida como fragmentación, como ruptura. En estas circunstancias algunos pueden caer en la tentación de contemplar la geografía política vasca como si de una piel de leopardo se tratara: como una sucesión de manchas separadas entre sí. Sería un error mayúsculo pretender construir pequeños Euskadis desde la homogeneidad aprovechando la diferente correlación de voto en municipios, comarcas o territorios históricos. Otra tentación de quienes perciben la pluralidad como problema puede ser la de forzar desde las Diputaciones cambios en el mapa político local a medio plazo mediante el recurso a primar a los propios. Se trata de una tentación viable, dado que tras las elecciones del domingo la gobernabilidad de las Diputaciones es, aritméticamente hablando, mucho más sencilla que la de la mayoría de los ayuntamientos: tanto en Vizcaya como en Guipúzcoa, el PNV y EA pueden gobernar en solitario; otro tanto ocurre con el PP y PSE (más UA) en Álaba. Frente a esta tentación, de nuevo hay que poner el énfasis en la pluralidad y el pluralismo: construir mosaico, esa es la idea. La irrupción de los "otros" en la escena política es lo que da la justa medida del "nosotros" vasco. Cada uno tendrá su particular "otros", ésos cuyo fortalecimiento electoral es contemplado con desagrado: para unos será el PP, para otros el PSE, o EH. Pues bien: también somos los "otros". A ver si, de una vez por todas, nos tomamos en serio el reto de construir un "nosotros" vasco complejo. Ciertamente, los pactos de gobernabilidad pueden provocar más de un quebradero de cabeza. Cuando llegue la hora de formar gobiernos municipales se comprobará que la divisoria Lizarra-Ermua (o Constitución) puede funcionar como reclamo preelectoral, pero quiebra tras las elecciones. Al margen de lo negativo que puede ser pretender reproducir en los ayuntamientos la divisoria Lizarra-Ermua no debemos olvidar que la competencia electoral en el País Vasco tiene lugar fundamentalmente en el interior de cada campo político. EH les quita votos al PNV y EA, pero no al PSE; a éste se los quita el PP. ¿Qué pasará en Bilbao o en Vitoria? En Bilbao la coalición nacionalista no garantiza estabilidad, lo que hace preciso un acuerdo extra-Lizarra. En Vitoria, ¿apoyará el PSE a un alcalde del PP? En la Margen Izquierda o en Eibar, ¿apoyará el PP a alcaldes del PSE? Y en Getxo, ¿pactaran los nacionalistas con EH? ¿Se apoyará Odón Elorza en el PP? No lo creo. La lógica macropolítica que anida tras la polémica sobre Lizarra resulta imposible de aplicar en el ámbito municipal. Constatarlo así debe ser un aliciente para profundizar en el pluralismo. Charles Taylor ha caracterizado las relaciones que viven Quebec y el Canadá anglófono como una alianza de neuróticos: cada parte manifiesta una acentuada tendencia a actuar sobre los temores del otro. Lo mismo ha ocurrido históricamente en nuestro país. Lo mejor que podría ocurrirnos tras las elecciones del domingo es que, de una vez por todas, fueramos capaces de reconocer los sueños y los temores de todas las tradiciones culturales y políticas que conviven en el País Vasco. Lo peor, que utilicemos miserablemente las escasas diferencias de votos para seguir actuando sobre los temores del otro. Este País Vasco no cabe en Lizarra, pero Lizarra tiene que caber en este País Vasco.

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