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No ha hecho más que empezar...

Timothy Garton Ash

¿De modo que creían que ya se había acabado todo en Yugoslavia? No se engañen. Aún quedan muchas pesadillas por delante. Aunque los militares yugoslavos hayan aceptado los términos de su retirada, pueden llevar a cabo una última ronda de mutilación sangrienta al salir, especialmente los paramilitares. Pisándoles los talones les seguirá el ELK, un ejército improvisado de jóvenes furiosos que han visto a sus camaradas muertos, a sus hermanas violadas, a sus familias deportadas. "Tanto yo como el público sabemos/ lo que todos los escolares aprenden/ que a los que se les hace el mal/ harán el mal a cambio". Auden tenía razón; y estos albaneses harán el mal a cambio.

Antes de esta guerra no era ya muy optimista respecto a las oportunidades de los civiles serbios, la gente normal y corriente, de Kosovo. El pasado noviembre pregunté a una mujer kosovar de Pristina, con muy buena formación y aparentemente de ideología liberal, qué es lo que harían con los serbios en un Kosovo independiente. Me miró, exhaló el humo de tabaco, y me dijo: "¿Matarlos a todos?". Una broma, como comprenderán, sólo una broma. Pero ahora ya no es una broma. Y el problema es que el comandante de la OTAN, el general Mike Jackson, no cuenta con las fuerzas necesarias para evitarlo. Incluso si contara con los 50.000 hombres prometidos, no podría detener cada muerte por venganza que se diera en cada pueblo o granja. Pero, en cualquier caso, como hemos sido tan patéticamente lentos al agrupar las fuerzas sobre el terreno, el número de hombres con el que cuenta no se acerca ni remotamente a esa cifra.

Probablemente, la mayoría de los serbios de Kosovo no esperarán para averiguar lo que ocurre. Escaparán junto con los tanques serbios. Lo que implica que la propia Serbia se tambaleará bajo el impacto de aún más refugiados, y de las historias de horror sobre las atrocidades albanesas contra los serbios de Kosovo. Parecerá irónico, pero fue precisamente con este tipo de historias con las que, a mediados de los ochenta, comenzó la ascensión de Milosevic al poder. ¿Pueden esta vez significar su fin? ¿Es posible que al perder la guerra de Kosovo le ocurra lo mismo que le ocurrió al general Galtieri en Argentina con la guerra de las Malvinas? Bueno, es posible que tenga el efecto Galtieri. Siempre he pensado que, si algo podría derribar a Milosevic, sería la conciencia de que, además de todo lo que le ha hecho a Serbia, al final también ha perdido Kosovo. Pero los medios de comunicación, controlados por el Estado, insistirán en que Kosovo sigue siendo parte de Yugoslavia, como formalmente lo es, según los términos del acuerdo de paz. Y nadie podrá decir que no intentó salvar Kosovo.

Incluso si la pérdida de Kosovo acabara siendo el fin de Milosevic, lo que venga después podría ser peor: el político serbio cuya popularidad ha ido en constante aumento, antes ya de la guerra, es Vojislav Seselj, el nacionalista radical. La destrucción causada por el bombardeo también podría acelerar un acontecimiento que ya se encuentra muy avanzado: el declive de un país, que una vez fue civilizado, hasta convertirse en un lugar donde el poder procede del cargador de un arma, donde los policías son delincuentes, y donde la única ley que impera es la ley de la selva. Antes de la guerra aún teníamos alguna posibilidad de apoyar a una oposición democrática, a unos medios de comunicación independientes y otras fuerzas para lograr un cambio pacífico en Serbia. Ahora, todo aquel que acepte un dólar de Estados Unidos o una libra británica será acusado de coger dinero del enemigo.

Así que es demasiado pronto para las celebraciones, y más todavía para decir que la intervención de la OTAN ha estado plenamente justificada y que demuestra que, con la tecnología moderna, se pueden ganar las guerras sólo desde el aire. Lo que demuestra es que el mazo más grande del mundo puede al final cascar una nuez. (Por cierto, la nuez serbia nunca ha sido tan dura como la mayoría de la gente piensa), pero hablaremos durante muchos años de las consecuencias de haber hecho la guerra de esta forma, bombardeando la infraestructura serbia a 4.500 metros de altura.

Es evidente que esas consecuencias serán mucho más visibles en Kosovo. Las personas que trabajan en zonas afectadas por desastres en todo el mundo hablan de "emergencias complejas", situaciones en las que los militares, las organizaciones internacionales y las organizaciones benéficas tienen que trabajar conjuntamente para abordar toda una serie de problemas interrelacionados, desde la provisión de agua, alimentos y medicinas, hasta la construcción de la democracia. No hay emergencia más compleja que ésta. Afortunadamente, la sociedad kosovar se sale de lo corriente: sigue estando firmemente asentada en una familia amplia, y hasta cierto punto en los clanes, con un fuerte código de apoyo mutuo y una capacidad de improvisación que ya no se ve en sociedades más desarrolladas, como la nuestra. Creo que los kosovares volverán y sobrevivirán.

Pero el acuerdo de paz también incluye la creación de "instituciones de autogobierno democrático", bajo el paraguas de la "Administración provisional" internacional. Actualmente, el liderazgo político kosovar se encuentra absolutamente dividido. El antiguo líder pacifista Ibrahim Rugova, el que fuera el Gandhi de Kosovo, ha quedado muy desacreditado por haber aparecido en la televisión serbia junto a Milosevic mientras mataban y deportaban a su pueblo. Un primer ministro en el exilio tiene la mayoría del dinero de los muchos kosovares que viven en el extranjero. Está la cúpula del ELK -gran parte de ella en Albania- y los comandantes del ELK, en Kosovo. Después están los intelectuales liberales de Pristina, que buscan desesperadamente a su propio Havel o Mandela. Incluso en el caso de que, como se ha sugerido, Paddy Ashdown o Carl Bildt se convirtieran en jefes de la Administración internacional, la clave para el futuro de Kosovo residirá en la calidad de este liderazgo local.

Y luego están los vecinos. Albania es un país en una situación rayana en la anarquía, tambaleándose bajo el impacto de medio millón de compatriotas. Macedonia desea desesperadamente que los refugiados vuelvan a Kosovo para restaurar su fragilísimo equilibrio entre los macedonios eslavos y los macedonios albaneses, y su economía se ha venido abajo. Montenegro, que formalmente sigue siendo parte de la República Federal de Yugoslavia y estando entre las fauces del león serbio, tiene un supuesto Gobierno democrático que necesita desesperadamente nuestro apoyo. Bulgaria, que ha proporcionado un notable apoyo a la acción de la OTAN, a pesar del desacuerdo de gran parte de su población, espera recibir ahora algún tipo de recompensa, y también su economía se tambalea al límite. En resumen, en torno a Kosovo hay enormes problemas como resultado de la guerra, y la gente recurre a nosotros en busca de soluciones.

El último vecino en llegar será el serbio. Los demócratas serbios -no, no son términos contradictorios- afirman que la clave para el futuro de toda la región es una Serbia democrática. Y por supuesto, tienen razón. Pero como ya he indicado, es probable que la guerra no haya contribuido a que el panorama sea más alentador. De hecho, es más plausible una Serbia más amarga, más resentida, plagada de fantasías de victimismo heroico y sueños de venganza; algo así como la Hungría de entre guerras, obsesionada por los territorios que se le arrebataron con el Tratado de Trianón, o una versión de la Alemania de Weimar en los Balcanes.

Para abordar una situación así se necesita tanto una eficaz contención militar -tarea para la OTAN- como la creación a su alrededor de un medio político en el que los serbios de a pie vayan apreciando que hay una alternativa mejor. Esto es tarea de la Unión Europea. La cumbre de Colonia de la UE, que se celebró la semana pasada, se dedicó fundamentalmente al tema de Kosovo. Pero se necesitarán algo más que declaraciones de cumbres para que las cosas cambien de verdad en lugares como Albania, Macedonia o Montenegro. Hará falta dinero, y una política a largo plazo.

"Es sobre todo por la forma de llevar sus relaciones exteriores", escribió Alexis de Tocqueville, "por lo que las democracias me parecen decididamente inferiores a otros gobiernos... Sólo con grandes dificultades puede una democracia controlar los detalles de una iniciativa importante, perseverar en un objetivo establecido, y llevar a cabo su ejecución a pesar de la existencia de graves obstáculos". El problema ha empeorado desde sus días, porque los líderes democráticos giran con los vientos de la última encuesta de opinión. Ahora, nuestra tarea en los Balcanes consiste en demostrar que Tocqueville estaba equivocado. Pero lo más molesto de Tocqueville es que casi siempre tenía razón. Aunque siempre hay una primera vez para todo.

Timothy Garton Ash es escritor y periodista británico. Su última obra es History of the present: essays, sketches and dispatches from Europe in the 1990s.

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