Nacimiento desconocido
El manadero má bello y recóndito del río Guadarrama se esconde en la vertiginosa solana de Siete Picos
, No hay un nacimiento que no sea un enigma, porque todo alumbramiento remite al arcano primordial del universo: ¿qué fue antes, el huevo o la gallina? Y no digamos ya el nacimiento de un río. Mientras los geógrafos filosofan sobre si la primera fuente de un río es la más alta, la más alejada o la más caudalosa, las autoridades turísticas resuelven el caso de la madre del cordero hidrográfico instalando placas y monumentos en los manantiales que pillan más cerca de la carretera: así ocurre, verbigracia, en los supuestos nacimientos del Ebro, Tajo y Guadalquivir, donde la cuestión metafísica de los orígenes se ha reducido al absurdo del marketing. Ni placas ni monumentos se hallarán en los veneros del Guadarrama. Éste se origina, oficialmente, en la confluencia del río de la Venta, que nace en el puerto de la Fuenfría, con el de las Fuentes, que a su vez resulta de la unión del Navalmedio, cuyas aguas proceden del puerto de Navacerrada, con el Pradillo, que brota de la fuente de los Acebos en las escarpas casi verticales de Siete Picos. De modo que tiene tres fuentes equidistantes, a una altura similar -sobre los 1.700 metros- y sin una lápida que diga aquí: "En esta fontana nace el río Guadarrama, hijo madrileño de la sierra así llamada". Si el río Guadarrama pudiera hablar -como el Tajo profético de fray Luis o el Nereo de Horacio-, renegaría de su nacimiento entre los bloques de apartamentos del puerto de Navacerrada y de su manadero en el valle de la Fuenfría, donde el Ayuntamiento de Cercedilla ha sembrado últimamente tal cantidad de merenderos, paseos empedrados, señales de metal y empalizadas ornamentales que cuesta distinguirlo del parque de la Arganzuela. Si pudiera hablar, pediría que se le recordase surgiendo en el cóncavo de Siete Picos, pues la larga mano de dicho consistorio aún no ha logrado atenuar la belleza salvaje de su cuna entre umbrías soledades y acebos. En busca de este idílico manantial, subiremos por la carretera de Cercedilla a la colonia de Camorritos para echarnos a caminar por la prolongación del asfalto: una ancha pista de tierra que corre cerca de la vía del tren Cercedilla-Cotos y que cruza ésta dos veces antes de extinguirse un par de kilómetros más adelante en un raso junto al río Pradillo. A partir de aquí se impone remontar el curso un poco a la diabla, aunque preferiblemente por la margen derecha, rastreando las borrosas trochas -apenas holladas por hacheros y vacas- que franquean la espesura de pinos albares, robles melojos y brezales desarrollados al arrimo de preciosas cascadas. Tras una hora de trepa (o algo menos) junto al río, entroncaremos con la vereda de la Berceílla, más conocida como senda Herreros, una vereda señalizada con trazos de pintura blanca y amarilla que, procedente de la pradera de Navarrulaque -a mano izquierda-, enfila hacia el puerto de Navacerrada -arriba, a la derecha- por el alto del Telégrafo. Siguiéndola en sentido ascendente, toparemos en cinco minutos el hontanar donde surge a chorro el Pradillo de las entrañas de la roca, arrebozado en helechos y rodeado por los viejos acebos que dan nombre a esta lejana fuente del Guadarrama. Por encima de esta fuente natural -repetimos: natural; que nadie espere hallar un caño, un pilón o una inscripción lapidaria- se alza la muralla de Siete Picos: 400 metros de granito pelado que, con sólo recorrerlos de arriba abajo con la mirada, cortan la respiración. Una vez recuperado el aliento, volveremos sobre nuestros pasos para ir por la senda Herreros hasta Navarrulaque, adonde llegaremos transcurridas dos horas largas desde el inicio. Según se entra en la pradera más famosa de Madrid, después de la de San Isidro, sale a la izquierda la vereda de las Encinillas -señalizada con letrero metálico, para que no se desgaste, y con las marcas rojas y blancas del sendero GR-10-, que permite bajar a Camorritos en dos zancadas.
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