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La conversación

Poco a poco, según constatan las más optimistas de las feministas, el hombre está convirtiéndose en una mujer como cualquier otra. No sólo les parece a las feministas, además, que ocurra así por efecto de la ascendente influencia femenina, sino por el desarrollo de la misma civilización, que conduce, según estos análisis de género, a elegir el mejor camino de la especie. En Francia, en Alemania, en Italia, en España, las encuestas que se realizan entre mujeres arrojan hoy un porcentaje, entre el 55% y el 60%, de respuestas que aseguran creer en la superioridad de lo femenino sobre lo masculino. Con esta euforia no debe, pues, parecer extraño que se multipliquen fenómenos como el de lanzar vacaciones exclusivas para mujeres, cines para mujeres, coches, hoteles y telefilmes sólo para mujer. Primero, en señal de que las mujeres son individuos diferentes, y segundo, en muestra de que no tienen ganas de mezclarse con los hombres "machos, ambiciosos y egoístas", según sus calificativos más repetidos en el último sondeo del semanario L"Éxpress. Sumariamente, a estas alturas se consignan dos tendencias principales. La una tiende, a través del apogeo del solas, a restar categoría a los hombres. Ni se les necesita ya para salir a divertirse en un local público, ni se les precisa como protectores económicos, ni son tampoco imprescindibles para la reproducción. Como consecuencia de ello, las mujeres se miran, celebran la fiesta de reconocerse autónomas, capaces de independencia y libertad; ellas bailan solas. Con todo, de otra parte, hay recientes bienes que probar, nuevos intercambios que disfrutar. Como dice Margarita Rivière en el libro escrito con Salvador Giner, La impía rebelión, hombres y mujeres, más que gozar hasta hoy de un diálogo reposado, han practicado preferentemente el zapping. Más que una degustación completa y compleja del otro sexo se ha accedido, sobre todo, al mordisqueo, al besuqueo, al despiece intuitivo, recreativo, perverso o fantasioso. A los dos puede atribuirse esta clase de comunicación, pero todavía más puede cargarse la deficiencia al hombre, porque la mujer, por su situación históricamente subordinada, ha dedicado más tiempo a ponerse en el lugar del otro, aunque no por ello colmara plenamente las holguras. Pero acaso llegue ahora el tiempo de la conversación. De una entera conversación hombre-mujer; por primera vez, en directo y estereofonía. Después de hacerse las mujeres más hombres, los hombres se han hecho más mujeres. Hay una revista femenina llamada Elle y otra llamada Il, hay un Vogue y un GQ, un antiguo Para Ti de chicas y un actual For Him. En todos estos documentos se habla de sexo para tratar al otro sexo, de cremas y vestidos, de cómo enmendar defectos mentales respecto al otro género. Las mujeres han leído literatura escrita por hombres como la literatura por antonomasia, mientras los hombres han leído literatura escrita por mujeres con el prejuicio de que estuviera afeminada. Cada vez más, uno y otro tienden a leer la literatura de un autor o de una autora con el interés de recibir visiones del mundo cruzándose, coincidiendo, complementándose, reinventándose en una conversación casi inédita. De hecho, hace apenas unas décadas, la conversación-conversación se consideraba un patrimonio exclusivo de los hombres. Mientras los caballeros adensaban sus tertulias en el café o en el casino mediante la conversación, las charlas de mujeres se tenían sólo por cotilleos. Todavía en los sesenta, para encomiar el nivel de una chica se decía que "tenía conversación", pero eran, naturalmente, las menos. Las mujeres comunes no poseían conversación ni, en muchos casos, tenían derecho a ella. El siglo acaba, no obstante, con un doble desafío al silencio convencional. De una parte, la animada charla de las mujeres independientes y enlazadas entre sí; de otra, la trabazón, poco conocida, de uno y otro sexo mezclando lenguas, traducciones, conocimientos, maneras de sufrir o de reír.

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