¿Ya está todo el pescado vendido? E. CERDÁN TATO
Si Eduardo Zaplana se hace con la mayoría absoluta en el Parlamento autonómico gracias al voto de los valencianos de clase social baja y medio-baja, es que la izquierda se ha pasado los últimos cuatro años de oposición tomando el té de los viernes, en los salones de los señores marqueses, en lugar de irse de chatos, con el proletario, que conservan en la sede. El sondeo de Demoscopia no sólo ha desvelado las inclinaciones electorales del personal más desfavorecido, sino cómo la exquisita repostería de la nobleza agraria, no tiene empacho alguno en añadirle a la receta de sus bizcochos caseros de flor de harina, huevos y azúcar, unas cucharaditas de praxis revolucionaria y una pulgarada de materialismo dialéctico en polvo. Si los socialistas más conspicuos negociaran una grandeza de España, para la memoria de Pablo Iglesias, se definirían nuevamente como un partido de clase, aunque aristocrática. Mientras, y la paradoja tiene su encanto, Zaplana capitanea a toda una muchedumbre de desposeídos, hacia un horizonte de justicia social, en un fulgurante revival de Spartaco. Se trata de una lectura entre la acidez y la épica, de la encuesta de Demoscopia y de las muchas que nos han servido los medios de comunicación. Pero todas y cada una tienen otras muy variopintas y apasionantes lecturas. El ciudadano de a pie percibe los productos de las empresas que manipulan la opinión pública, con cierto recelo y los interpretan en clave de suspense, más identificados con la filmografía de Alfred Hitchcock, que con la estadística de George Gallup. Una secuencia de Crimen perfecto tiene mucho más gancho que un diagrama. Tanto es así, que ha habido encuesta, y no hace mucho tiempo, que se merecía el Oscar a los mejores desaciertos electorales; e incluso que supuso un auténtico best-seller, con la tormentosa saga de los errores probables. Y es que los expertos en estos cálculos no solo tabulan los datos, sino que, a veces, también los fabulan, en un golpe de imaginación e ingenio. Los políticos en ejercicio y muy en particular los candidatos en campaña, reciben los sondeos con una actitud distante y hasta indiferente, de cara a la galería de incondicionales y detractores. Pero en lo más recóndito de sus cuarteles, asesores en imagen, sociólogos y augures, los analizan minuciosamente, los interpretan, los interpelan, les dan vueltas y más vueltas, hasta encontrarles un leve escorzo presentable. A partir de ahí, disponen sus argumentos, porque en definitiva el criterio de validez de una encuesta es su representatividad y no su tamaño. Ninguna fuerza que se respete puede admitir ni la derrota que anticipan las probabilidades ni mucho menos la derrota en la realidad de las urnas. Tras los escrutinios, todas exhiben algún triunfo, por muy enrevesado que puede parecer. Pero también hay una severa lectura histórica de estos pronósticos. En el caso de la hipotética pérdida anunciada para EU, por desatinos propios e intereses ajenos, en la que coinciden la mayoría, se sustancia la teoría del neocanovismo: el siglo concluye como se inició: dos grandes partidos turnándose en el poder, y el pluralismo consagrado en la Constitución, aplastado. Escribió atinadamente Enrique Tierno Galván: "El sistema de Cánovas produjo orden público, un desarrollo económico considerable que benefició de modo casi exclusivo a la clase dirigente, innumerables títulos del Reino y una gran corrupción. Reformas sociales de hondura, ninguna hubo". Para que mediten los demócratas. Al margen de todas estas lecturas y cábalas, los sondeos provocan el discreto rearme y las medidas estratégicas de emergencia de las partes en liza, por si acaso; los candidatos meten sus cuchillas en la piedra de amolar y llenan su bacín de excreta, a ver qué adversario tira más rápido; la campaña se encrespa, se endurece, se emporca y es un paisaje de ropavejería y residuos sólidos, líquidos y verbales. Dentro de tres días, reflexión con jabón y buena ducha. Y luego a esperar. Y si ganan quienes dicen los sondeos que van a ganar, Dios los coja con las manos en la masa.
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