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El Papa redobla los llamamientos a la ortodoxia en la Polonia profunda

Recobrando por un momento el brío no verbal sino dialéctico de los discursos de sus primeros años de Pontificado, Juan Pablo II conminó ayer a los polacos a observar de manera rigurosa los Diez Mandamientos, cuya transgresión, dijo, "significa caer en la esclavitud del pecado", y "el salario del pecado es la muerte". La recuperación del "sentido del pecado" y la necesidad de no desenganchar el Evangelio "de la tradición plurisecular de la fe de la Iglesia" centraron las dos homilías pronunciadas por el Papa polaco en su tierra.

La Polonia profunda fue testigo de los dos oficios religiosos de ayer: una misa en la pequeña localidad de Pelplin, a unos 60 kilómetros al sur de Gdansk, y una liturgia dedicada al Sagrado Corazón de Jesús, en el aeroclub de Elblag, en la costa báltica, no muy lejos de Rusia.En Pelplin, un pueblecito de la Pomerania de 8.500 habitantes, el Papa recordó a los mártires católicos de la ocupación alemana en la II Guerra Mundial. Ante una muchedumbre de unas 300.000 personas, que ocuparon una colina en la bucólica campiña de Pelplin, Karol Wojtyla se refirió a los 303 sacerdotes que terminaron su vida en los campos de concentración nazi, la mitad del total de los pastores de esta diócesis.

El Pontífice recordó el valor del martirio como parte de la "tradición plurisecular" de la religión católica, que debe seguir siendo, dijo, la médula de la sociedad polaca también en el tercer milenio. En Elblag, a orillas del Báltico, y ante miles de peregrinos polacos entre los que figuraban numerosos fieles rusos del vecino distrito de Kaliningrado, el Papa definió el pecado como "un gran mal en sus múltiples dimensiones. Empezando por el pecado original, y siguiendo con los pecados personales de cada uno, con los pecados sociales y con los pecados que lastran la historia de la Humanidad entera".

En Pelplin, Juan Pablo II mencionó los riesgos que representa una interpretación demasiado personal del Evangelio, apartándose de la tradición secular de la Iglesia. Palabras que reflejan la inquietud del clero católico polaco, que ha encontrado en el capitalismo que se desarrolla en Polonia con notable éxito desde hace 10 años un enemigo mucho más difícil de combatir que el viejo sistema soviético.

La reciente historia de Polonia es todo un éxito en términos de desarrollo económico. El sistema bancario y la Bolsa funcionan, y los polacos compran anualmente una media de 400.000 coches. Pero el país debe afrontar grandes desafíos para incorporarse a la Unión Europea en torno al año 2002, como sería su deseo. El Gobierno de centroderecha del primer ministro, Jerzy Buzek, del partido AWS (Acción Electoral de Solidaridad) se enfrenta aún al reto de privatizar las empresas públicas, que representan el 40% de la economía. Se está comenzando apenas una reforma de la sanidad y las pensiones, mientras que en el capítulo educativo se han adoptado los parámetros estadounidenses. El gran nudo de la transformación polaca está en la agricultura, sector en el que trabaja el 26% de la población activa, escasamente desarrollado, minifundista y poco competitivo en la economía global. Paradójicamente, los más perjudicados en la transición al capitalismo han sido los mineros y los obreros de los grandes astilleros de Gdansk, los que más contribuyeron a la destrucción del sistema comunista.

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