Orejas de tómbola
Todos los años, cuando la ciudad imperial celebra sus fiestas del Corpus, en el coso taurino montan una tómbola. Los toreros que se apuntan para torear y matar ese ganado debilucho que les echan compran sus papeletas para el sorteo de las orejas. Rara vez se van sin ellas, porque en la tómbola de la plaza toledana, los que hacen girar la rueda de la fortuna son los espectadores, con la complacencia de los presidentes. Cualquier cosita les hace saltar de gozo y francachela en el asiento, y cuando el toro dobla, casi siempre muerto con alevosas artes, los pañuelos se disparan. El grito unánime de "la otra, la otra" retumba en los ámbitos manchegos y los toreros consiguen el premio.En la corrida de ayer, la tómbola fue muy generosa. Especialmente en la segunda mitad del festejo. Espartaco se llevó su doble premio porque supo aprovechar con técnica y veteranía las flojas arrancadas de un bicho que empezó reservón y a la espera, y al final se tragó los muletazos del diestro de Espartinas. Lo pasó el torero con mucho temple, aunque un tanto despegadito. Llegó a conseguir algún natural lento y con ritmo. Un desplante de espaldas al toro le abrió el grifo de los orejistas.
Ventorrillo / Espartaco, Ponce, Juli
Toros de El Ventorrillo, terciados, con casta y sin fuerzas. 3º, borrego anovillado y soñoliento.Espartaco: dos pinchazos y bajonazo descarado (silencio); pinchazo y estocada corta delantera (dos orejas). Enrique Ponce: media atravesada (oreja); aviso antes de matar y estocada (dos orejas). El Juli: pinchazo y bajonazo perdiendo la muleta (oreja); estocada desprendida (dos orejas y petición de rabo). Los tres espadas salieron a hombros. Plaza de Toledo, 6 de junio. 2ª y última corrida de los festejos taurinos del Corpus. Lleno.
Con el primero de la tarde, Espartaco pasó algún apuro. Fue el toro más encastado de los seis, y Juan Antonio Ruiz no pudo con él. El toro se paraba, le brincaba, arreaba tornillazos. Naufragó el de Espartinas, que parecía andar, además de desconfiado, falto de reflejos. Desde luego, no fue el Espartaco de otros tiempos.
Si tiene Enrique Ponce algún admirador de esos que acostumbran a seguir a su ídolo de plaza en plaza se debe aburrir muchísimo. Ponce hace siempre la misma faena. Carga la suerte en el primer muletazo de las series. Después suelta un montón de derechazos perfileros que son la mitad de un pase. Los de pecho, largos. En los naturales se nota al torero incómodo y siempre le sale alguno enganchado. Ayer toreó el valenciano de esta guisa. Su segunda faena, en la que supo desengañar al toro para que abandonara las querencias, fue la más meritoria. Lo de siempre, pero más artístico y torero. El Juli tuvo un primer toro chico, flojísimo y distraído. Nada de lo que hizo el niño tuvo interés ni emoción. Era el novillete soso, apagado, suave, aborregado y medio dormido. El Juli lo toreaba con ambas manos, templado y tranquilo. Menos mal que le echó variedad al asunto.
El sexto fue un toro colorado, que corría más que su primer enemigo. Ahora estuvo El Juli variado en el quite (navarras, tafalleras y serpentinas) y, después de banderillearlo de mala manera, con algún palitroque en el cuello del astado y con los peones trajinando al toro, construyó una faena de pases sin rematar, sacando el culito. Estuvo muy por debajo del toro.
Como se quedó quieto y aguantó los parones del morlaco, el instinto maternal del público se disparó y llegó a alcanzar muchos enteros. Entró en la tómbola el frenesí y la locura, y cuando el toro acabó de un tercer cachetazo, después de haberlo levantado antes el puntillero dos veces, los espectadores, además de "la otra, la otra", pidieron a grito pelado el rabo.
Nadie se paraba a considerar que el torero no había matado al toro. Lo había hecho el puntillero. Pero la tómbola tenía que seguir funcionando.
Los tres toreros salieron a hombros cuando ya era noche cerrada. Detrás dejaban el escenario de la tómbola, que, naturalmente, volverá a abrirse el año que viene.
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