Decepcionantes 'cuadris'
Dos corridas se llevan de la semana torista de cinco dias y van otras tantas decepciones. Los cuadris como los guardiolas: no se esperaba tan mala casta. Y los cuadris aún peor porque estaban inválidos.Hubo un Cuadri noble, lidiado en sexto lugar, que no sirvió en absoluto para redimir la corrida. Sirvió para que Dávila Miura le cortara una oreja -algo es-, pero toros de oreja hay de sobra en la cabaña nacional y la mayoría de ellos no valen un duro.
En su condición de toros de lidia, queremos decir. El toro de lidia, o sale con trapío, poderoso y encastado o no es toro de lidia ni es nada. Y eso fue lo que ocurrió con el Cuadri sexto: que se le hubo de picar poco pues se venía abajo en la brega y durante la faena de muleta se cayó también. Al tercer pase ya se había caido; al cuarto, desplomado. Y así.
Cuadri / Tato, Vázquez, Dávila
Toros de Celestino Cuadri (1º devuelto por inválido), grandes y con cuajo, inválidos y en general de mala casta; 6º noble. 1º sobrero de Hermanos Astolfi, con trapío, manso y dificultoso.El Tato: estocada delantera (silencio); estocada trasera (silencio). Javier Vázquez: dos pinchazos y estocada (silencio); dos pinchazos, dos pinchazos hondos -aviso-, estocada corta atravesada y descabello (silencio). Dávila Miura, que confirmó la alternativa: pinchazo saliendo trompicado, otro perdiendo la muleta -aviso-, pinchazo hondo y rueda de peones que tira al toro (aplausos y salida al tercio); estocada perdiendo la muleta -aviso con dos minutos de retraso- y se echa el toro tras larga agonía (oreja con algunas protestas). Plaza de Las Ventas, 6 de junio. 29ª corrida de feria. Lleno.
El Cuadri se vio luego que desarrollaba nobleza, sobre todo por el lado izquierdo. Dávila Miura tardó más en verlo que la generalidad de la audiencia. Dávila Miura estaba por los derechazos, que le salieron desacoplados, y aunque pasó al natural y consiguió dos tandas bien asentadas las zapatillas en la arena, de repente intercaló un circular de espaldas, que no venía a cuento y desbarataba el sentido, la armonía y hasta la estrategia de la faena. Consumado el estrafalario inciso volvió a los naturales y se hartó de torear en la modalidad mientras el toro no se cansaba de embestir, siempre fijo y humillado, pese a lo cual gran parte de los pases carecían de temple. Mató Dávila perdiendo la muleta -lo que parece ser norma en este diestro-, el presidente mandó un aviso en el tiempo que debieron ser dos, le dieron una oreja...
El Cuadri no salvó la tarde. Y Dávila Miura tampoco; aunque se suele decir. Es curioso: en corridas insufribles -la Maestranza y otros cosos son testigos- sale Dávila Miura a torear el sexto, lo hace con esmero, y las crónicas titulan con rara unanimidad el inesperado acontecimiento: "Dávila Miura salvó la tarde".
Es diestro cabal Dávila Miura. Mucho más que la enormidad de pegapases que pueblan el escalafón; mucho más que gran parte de quienes copan los carteles de las ferias en calidad de figuras o de comparsas. Dotado de serena valentía, no se arredra ante la adversidad y plantea sus intervenciones con técnica lidiadora y corazón torero. Así se midió con el sobrero de Astolfi -el de la confirmación de alternativa- que era un regalito, medía las embestidas, se paraba en las suertes, derrotaba incierto. Y le retó, y le aguantó las intemperancias con riesgo de su integridad física.
Dávila Miura, que sufrió una voltereta al iniciar un quite, estuvo igual de pundonoroso con el Cuadri que hizo sexto. La diferencia estuvo en que ese toro, de intolerable invalidez, desarrolló una nobleza que demandaba toreo puro, hondo y templado, y no sólo el entusiasmo y la entrega que Dávila Miura derrochó.
La oreja es discutible por esta razón y algunas más. Porque El Tato y Javier Vázquez también derrocharon pundonor con sendos lotes de casta mala y no les pasaron movimiento mal hecho. La afición estaba con la lupa en el ojo y únicamente faltó que bajara al ruedo a recoger muestras de cada pase de El Tato y de Javier Vázquez para llevarlo a análisis de laboratorio.
Cierto que ambos diestros recurrían a ese tremendismo consistente en abortar los conatos de embestida colocándose a un palmo de los pitones. Y si se producía alguna buena -las tuvo el segundo de Vázquez, fijas e incluso pastueñas- quedaba ahogada.
Pero en general los arrimos tremendistas -muy frecuentes en El Tato, que suele abusar- eran falta leve, habida cuenta del mal estilo del ganado, su invalidez supina, su bronquedad, su temperamento incierto y reservón. Nos llegan a decir que Celestino Cuadri venía a Madrid con semejante saldo y no lo hubiéramos creído aunque nos lo juraran ante los Evangelios. Y, sin embargo, sucedió: eso trajo. La vida es una caja de sorpresas.
Babelia
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