La vertiente alavesa del Gorbea
El macizo del Gorbea es, sin duda, una de las zonas montañosas de Euskal Herria que cuenta con un mayor número de referencias literarias. Su cumbre ha sido vinculada con la del monte donde embarrancó el arca de Noé, estuvo poblada por osos, lobos y tigres y obtuvo el dudoso privilegio de que el papa León XIII hiciera construir en su cima una cruz (la famosa cruz del Gorbea) para conmemorar la llegada del siglo XX. En los alrededores de esta cima mítica, en la provincia de Álava, están diseminados unos pequeños pueblos, pertenecientes a los valles de Zuia y Zigoitia, que ofrecen buena parte de la cara montañosa de este territorio y que muchas veces pasan desapercibidos, pese a la fama del monte. Con estos pequeños pueblos ocurre en parte lo que sucede con el Gorbea: es más conocido de oídas que de presencia. Por una u otra razón, esta cumbre se cita más que otras cimas míticas vascas y navarras como Kolitza, Anboto, Txindoki, Ernio, Aitzgorri, la Mesa de los Tres Reyes, pero no todo aquel que sabe dónde está ha tocado la cruz del Gorbea. Así, los pueblos de sus vertientes, tanto la vizcaína (Orozko, Zeanuri, Areatza), como la alavesa, ya citados, se relacionan con el Gorbea y, al igual que pasa con la cumbre, han recibido más visitas de palabra que de hecho. Baranbio, Ziorraga, Sarria, Markina, Zarate, Manurga, Murua, Etxaguen, Gopegi, Zaitegi, Letona... salpican la base alavesa del Gorbea como si fueran los guardianes del secreto de esta montaña que separa Álava de Vizcaya. Y algo de ello se desprende de las numerosas casas-torre desperdigadas por estos pequeños pueblos. Esta comarca fue zona fronteriza entre los reinos de Castilla y Navarra en la Edad Media. Cuando los reyes castellanos comenzaron a pretender los territorios de Álava, Vizcaya y Guipúzcoa, los valles de Zuia y Zigoitia fueron unos de los que vivieron los asedios. De ahí que surgiera este número de casas-fuerte, cuyos restos aún hoy se conservan. Y, después, cuando el conflicto entre navarros y castellanos se convirtió en la disputa de los bandos oñacinos y gamboínos, estos territorios también vivieron las luchas fraticidas desde la primera línea. Oñacinos y gamboínos No en vano Manurga acoge la casa-torre de los Hurtado de Mendoza, pertenecientes a los oñacinos. Es ésta la única que queda en pie con cierta dignidad de las cuatro que llegó a tener en sus buenos tiempos, cuando Manurga tenía ese poderío que le llevó a construir una iglesia parroquial dedicada a San Martín de Tours, con estructura gótica y acabado barroco, y un interior que contiene un retablo mayor churrigueresco y la capilla de los Verástegui, prohombres del lugar que levantaron en el 1700 un palacio que se presenta como uno de los edificios más relevantes de toda la comarca. Para visitar estos valles (y si se tiene ánimo, subir al Gorbea) no hace falta acudir, pertrechados hasta las cejas, como lo hizo un grupo de 14 aficionados bilbaínos hace ahora 130 años. En un folleto que editó El Noticiero Bilbaíno en 1870 se recoge la narración de esta aventura, pionera en el montañismo aficionado -ya que los pastores de Zuia y Zigoitia estaban aburridos de subir y bajar el Gorbea- y buena muestra del desconocimiento que los bilbaínos (y por extensión todos aquellos que vivían en las ciudades y las villas) tenían de lo que es la ascensión a un monte. Aquella cuadrilla de 14 montañeros llegó hasta Izarra en tren. Les estaban esperando dos guías y cuatro monturas para llevar todo el equipaje que necesitaban para subir al Gorbea. Además de las tiendas de campaña y de la comida, aquellos adelantados del excursionismo dominguero-científico habían incluido en sus mochilas termómetros, altímetros y barómetros. Después de que el guía se aburriera de esperarles media docena de veces dada la lentitud con la que ascendían, los pioneros hicieron noche en las faldas de Gorbea, a medio camino entre Sarria y la cima. Y a la una y media de la mañana salieron hacia la cumbre, iluminados por teas ya que querían llegar justo en el momento de la amanecida, para disfrutar de la salida del sol desde el lugar más alto de Vizcaya y Álava. Una costumbre que ya venían practicando de antaño los vecinos, y algún forastero, de la zona en el día de San Juan. En el relato de la ascensión, el cronista reconoce que los paisanos de los pueblos que atraviesan les miran con cara de extrañeza y hasta de recelo. Ahora, cuando se visita cualquiera de estas localidades de Zuia y Zigoitia no se ven estas miradas ni mucho menos. Sus vecinos ya están acostumbrados a los turistas que quieren subir hasta los 1.481 metros del Gorbea y a los que vienen a disfrutar de las pequeñas joyas arquitectónicas de sus pueblos, como esa interesante iglesia con espadaña de Zárate, donde no hay que olvidar su conjunto de fuente, abrevadero y lavadero del que mana agua fresca a raudales. En los barrios de Murua, Gopegi, Olano, Etxaguen también se encuentran fuentes de este tipo. La visita puede centrarse también en las iglesias de Zigoitia: además de la citada de Manurga, no hay que dejar de visitar la iglesia de la Asunción en la capital, Gopegi, que conserva algunos elementos románicos, como también se pueden ver en la ermita de San Pedro de Gorostiza en Etxaguen. En Gopegi, todavía queda en pie el torreón Goikolea, recuerdo de las torres solariegas medievales. Y ya en Ondategi, se encuentra la ermita de Santa Lucía, el lugar donde se celebraban las Juntas Generales de la Hermandad de Zigotia. Como se ve, los alrededores alaveses del Gorbea, en los barrios de Zuia y Zigoitia, albergan tesoros interesantes no sólo para el naturista o montañero, sino también para quien no puede vivir sin el automóvil aparcado como mucho a un centenar de metros. Aunque si este urbanita llega hasta Manurga, Murua o Zarate en un día de mediados de septiembre, igual se siente atraído por el sonido de los ciervos (la berrea), en esa época en celo, y abandona el coche y asciende hasta los bosques de robles y hayas en busca de uno de los misterios del Gorbea, que no tuvieron tiempo de descubrir aquellos excursionistas del siglo pasado.
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