La capitulación
Con escuchar el jueves en las diferentes emisoras de radio en España a un ejército de avisados contertulios valorando, por supuesto antes de conocerlos, los términos del acuerdo de paz impuesto a Slobodan Milosevic por la comunidad internacional, se podía uno explicar muy bien por qué este país ha tenido una de las opiniones públicas peor informadas, más histéricas y sectarias del mundo occidental durante una crisis que, afortunadamente, parece entrar en su recta final. Desde la derecha montaraz a la izquierda paleocomunista, estaban todos de acuerdo en que la OTAN ha fracasado, en que Milosevic ha "negociado" con éxito y la culpa de todo lo sucedido, cómo no, la tiene ese foco intrínseco de perversidad que es Washington. Hay días en que, realmente, nadie nos gana a simplezas. Unos por supina ignorancia y otros por simular desesperadamente cierta coherencia con la retahíla de afirmaciones gratuitas y augurios incumplidos que han formulado desde el 24 de marzo.Lamentablemente para ellos y para Milosevic, hay un hecho perfectamente claro, y es que el sátrapa balcánico ha capitulado ante la OTAN y de forma incondicional. Y que esta rendición que le impone unas condiciones mucho más severas que las que despreció en Rambouillet se la han hecho firmar un enviado de la UE, Martti Ahtisaari, y uno de Rusia, Víktor Chernomirdin, que apoyaban todos y cada uno de los puntos que la integran y que son casi textualmente las de la Alianza. Milosevic se ha tenido que tragar sus palabras y tendrá que pagar, más pronto que tarde, por sus actos. Hasta tal punto sabe el régimen de Belgrado el auténtico alcance del acuerdo de paz que no se ha atrevido aún a hacerlo público ante la sociedad serbia que le pasará factura por la tragedia de que es responsable.
Por supuesto que Milosevic y su aparato político, mafioso y militar van a intentar manipular una vez más los términos de esta capitulación. Pero su margen de actuación es ya mínimo. Y el duro invierno al que se enfrentan los serbios por obra y gracia de su líder anuncia convulsiones políticas y sociales cuya consecuencia previsible es el final del régimen de Slobo, la peor tragedia sufrida por la nación serbia desde su derrota ante el Ejército otomano hace más de seis siglos.
Los contactos para establecer los pasos de la retirada total de las fuerzas serbias de Kosovo han comenzado ya. Habrá que establecer otros para el regreso de los refugiados. Queda mucho que definir y sin duda habrá una y otra vez reveses y dificultades. No hay motivos para la euforia y sí para la máxima concentración y coordinación del ingente esfuerzo para que las principales víctimas de este conflicto, los albaneses kosovares, puedan volver a sus lugares de origen y construir un futuro en el que se sientan seguros ante cualquier hipotética amenaza del norte.
Pero el marco general está definido y no tiene vuelta atrás. Y supone -qué le vamos a hacer, queridos tertulianos- un éxito rotundo de la OTAN y de la comunidad internacional, pero también de todos aquellos dirigentes que en los momentos más difíciles han mantenido la cabeza clara y presentes los principios en que se basan las sociedades libres. Los que se alegraron de los problemas causados por accidentes en la intervención de la Alianza y se apresuraron a equipararlos con los crímenes sistemáticos del régimen de Milosevic tienen un motivo más para su indignación. Lejos de dividirse, la OTAN se ha mantenido unida y ha conseguido el apoyo de Rusia para poner fin a un genocidio y hacer reversible la repugnante política del racismo nacionalcomunista de Belgrado. Y Kosovo nunca volverá a depender del capricho de Belgrado. Cuando concluya el protectorado que habrá de instaurarse en la hasta ahora provincia serbia, este territorio puede ser una nueva república yugoslava dentro de Yugoslavia, como la propia Serbia o Montenegro. El futuro dirá.
Ahora comienza una nueva etapa. Concluya ésta cuando sea, en tres meses, seis o diez: es muy improbable que Milosevic pueda sobrevivirla. Políticamente al menos. Es posible que una condena de por vida en La Haya sea la única alternativa que acabe quedándole para evitar compartir la suerte de Ceaucescu. Con la capitulación de Milosevic se abre una magnífica posibilidad de regeneración democrática en todos los Balcanes y más allá de la región. Y debería recordarse siempre como una lección de que el coste de no hacer frente al crimen aumenta sin cesar con el paso del tiempo. Las democracias han estado, al final, pese a sus titubeos, a la altura. La sociedad serbia lo estará cuando examine el fracaso de su aventura, castigue a los culpables y depure sus estructuras. Estamos en el principio de una difícil empresa. Pero estamos también presenciando la agonía de la perversión política europea más grave desde la caída de Berlín en 1945.
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