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Tribuna
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Ganar la paz

Tantas cosas se han perdido en esta lamentable guerra. Antes que nada vidas humanas. ¿Cuántas? Americanas, accidentes aparte, ni una -es su único éxito, o mejor dicho, de sus compañías de seguros-. Los muertos, por decisión inapelable, sólo pueden ser por vía directa o colateral, serbios o albanokosovares, por lo que su contabilidad es irrelevante. Importa más la siniestra aritmética del bombing. Hasta el día de hoy, cerca de 28.000 ataques aéreos y más de 43.000 bombas. El Kosovo está dejando de existir como pueblo-territorio -pronto ya un millón de kosovares fuera de sus fronteras- y como país ya casi sólo desolación y miseria.La entrega prácticamente total de Albania a las mafias y la completa desestabilización de la región, sobre todo de Montenegro, al borde mismo de la catástrofe. Cada nuevo día de guerra radicaliza el nacionalismo integrista serbio, refuerza a Milosevic y aleja un poco más la democracia en la zona. Sesenta y seis días de destrucción triunfal e implacable han acabado con todos los núcleos industriales importantes del país produciendo daños económicos superiores a los de la II Guerra Mundial y dejando sin trabajo a cerca de 600.000 personas. Además, como ha escrito Simon Jenkins en el Times, el bombing ha tenido efectos devastadores en el patrimonio arquitectónico yugoslavo destruyendo, total o parcialmente, 43 palacios y monasterios. Jankins lo llama el vandalismo de la OTAN.

Pero en esta guerra Europa ha perdido también su soberanía política democrática. El Parlamento Europeo, celebrando su victoria pírrica sobre la Comisión de Bruselas, ha seguido el dictado de los partidos y estos con los Parlamentos nacionales han aceptado que el acto político más decisivo -entrar en guerra- haya sido cuestión exclusiva de cada jefe de Gobierno y de su camarilla. Las Naciones Unidas han sido una vez más víctimas de la voracidad de los grandes países y han sido sustituidas por el G-7 y el G-8, únicos referentes válidos.

Después de tantas pérdidas, ¿cómo ganar la paz? Por de pronto retomando la negociación de Rambouillet en el punto en el que se interrumpió absurdamente -¿cálculo equivocado, voluntad bélica, simple incompetencia?- por parte de la OTAN. Sabemos que la razón de la ruptura fue la oposición de los serbios a que la fuerza de interposición en el Kosovo estuviera compuesta sólo por tropas de la OTAN y la negativa de ésta a considerar ninguna posibilidad distinta, por ejemplo los cascos azules u otros contingentes europeos.

Es obvio que entonces cabía y cabe ahora encontrar una propuesta para conciliar ambas posiciones. Pero hay que ir mucho más allá. La autonomía garantizada de Kosovo y la vuelta de todos los albanokosovares a su tierra no será suficiente, a plazo medio, sin una solución política y económica para toda la zona. Se trata de estabilizar políticamente la región, de lanzar en ella un proceso de democratización irreversible, de instalarla en un proyecto global de progreso económico y social, de vincularla, progresivamente pero desde ahora mismo, a la Unión Europea.

Este enfoque regional en el que han coincidido todos los analistas fue preconizado por Felipe González en su informe de 1996 a la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE) y reiterado en marzo pasado en el documento que entregó a Schröder sobre una estregia global para los Balcanes. Lo extraño es que el líder socialista español no se opusiera a una guerra concebida en los términos en que se está desarrollando ésta -y él fue uno de los pocos que pudo estar en el secreto- y que ahora no intente modificar su perverso curso. Pues si queremos democratizar la región, ¿por qué no apoyarnos en las fuerzas democráticas que en Serbia y en los otros países de los Balcanes apuestan por la paz asociados a Europa?

La capacidad de atracción del proyecto político europeo, la solidaridad de nuestras sociedades civiles y los importantes medios económicos que, queramos o no, tendremos que movilizar para reconstruir lo que hemos destruido, son las mejores bazas para ganar la paz. Utilicémoslas.

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