_
_
_
_
Reportaje:PSICOLOGÍA - PRUEBAS EXPERIMENTALES

Los estudios muestran que la mayor parte de la gente no puede detectar mentiras

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Los diez hombres de la cinta de vídeo parecen bastante sinceros. Cada uno aparece dos minutos, da su opinión sobre un importante tema social -por ejemplo, sobre la pena de muerte o las leyes antitabaco- y después le explica a un interrogador por qué piensa de esa forma y desde cuándo tiene esa convicción. La tarea de la persona que ve el vídeo consiste en determinar cuáles de esos hombres mienten y cuáles dicen la verdad. ¿Parece fácil? La mayoría de la gente piensa que lo es. Están seguros de su capacidad de detectar la falsedad.En una sociedad en la que las mentiras de todo tipo son de lo más común -en un estudio la gente confesó que decía al menos una mentira al día; los estudiantes universitarios admitían decir dos- abundan las oportunidades de observar a los mentirosos en acción, ya sea en la mesa del desayuno, en el bar de la esquina o en la capital del país. Sin embargo, no es tan fácil resolver el ejercicio que se presenta en la cinta. En un estudio tras otro, Paul Ekman, profesor de psicología de la Facultad de Medicina de la Universidad de California (San Francisco) y sus colegas explican que la mayor parte de la gente saca unos resultados bajísimos en las pruebas, similares a si lo hubieran hecho al azar, o poco superiores. Incluso los grupos que cabría esperar que tuvieran una habilidad especial para detectar mentiras -policías, jueces, agentes del FBI o la CIA, abogados, psiquiatras forenses- resultaron tener poca habilidad más que cualquier otra persona para pillar a un mentiroso.

Más información
El engaño en la vida diaria

Con todo, el trabajo de investigadores como Bella DePaulo (Universidad de Virginia) y Ekman, cuyo estudio más reciente se publica este mes en la revista Psychological Science, dibuja un triste panorama de la capacidad de la gente para percibir el engaño, y plantea preguntas intrigantes. ¿Tiene la gente mayor facilidad para detectar las mentiras de los extraños que las de los seres cercanos? ¿Se puede mejorar esta capacidad de detección con el entrenamiento? ¿Por qué existen unas pocas personas que parecen ser espectacularmente buenas a la hora de descubrir las mentiras?

Servicio secreto

Ekman aplica sus trabajos para formar a los grupos responsables de hacer cumplir la ley y ha identificado lo que denomina su muestra Diogenes, personas normales que suelen sacar puntuaciones que se acercan al 100% en las pruebas de detección de mentiras. Algunos grupos sí parecen tener más destreza: los agentes del servicio secreto de EEUU sacan unas puntuaciones superiores a la media. Y, en el estudio, Ekman informa sobre otros dos grupos -los funcionarios federales del sistema legal seleccionados por sus agencias por su experiencia en la detección de engaños y los psicólogos clínicos interesados en el engaño- que obtienen mejores resultados que la media. Lo que tienen en común estos detectores de mentiras es que, a diferencia de la mayoría de la gente, no sólo confían en una pista corporal -como la carencia de contacto ocular, o aclararse la garganta- para afirmar que alguien miente, sino que interpretan en conjunto las señales verbales y no verbales que muchas veces emiten los mentirosos.

Estas señales, que son distintas para cada mentiroso y prácticamente imposibles de detectar en el caso de mentirosos muy especializados, pueden indicar la aparición de emociones que el sujeto preferiría mantener ocultas: culpabilidad, ira, temor, angustia, vergüenza o el placer del embaucador.

Algunas pistas de las emociones discrepantes pueden ser orales, como por ejemplo cambios en el tono, errores al hablar o pausas. Otras no son verbales, como una microexpresión de ira en la cara de un hombre mientras insiste en que está encantado de cooperar con la investigación de la policía.

No hay señal única

Ekman apunta que no hay una señal única que sea signo seguro de engaño, y que una emoción discrepante no significa necesariamente que alguien esté mintiendo. Por ejemplo, puede que un sospechoso inocente que tema que no le crean muestre ansiedad o temor.

El por qué algunas personas son más aptas para detectar las señales del engaño sigue siendo materia de especulación. Ekman sugiere que puede que los agentes del Servicio Secreto se beneficien del entrenamiento que tienen por su trabajo. Pero hay muchos buenos detectores de mentiras que parecen tener una habilidad innata.

En algunos casos tiene la misma importancia detectar la verdad, y a veces los detectores de mentiras pueden errar por su desconfianza. En su estudio, Ekman y sus colegas descubrieron que los grupos que lo hacían mejor a la hora de detectar mentiras resultaban menos eficaces al identificar a los que decían la verdad, con unas puntuaciones completamente aleatorias, y sin superioridad significativa frente a otros grupos.

"Eso me preocupa", afirma Ekman, "porque al hacer cumplir la ley, si uno pensara que todo el mundo miente, tendría razón sólo el 80% de las veces".

© The New York Times

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_