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GUERRA EN YUGOSLAVIA Los refugiados

Los últimos refugiados dicen huir del hambre y de la insoportable marginación

Yolanda Monge

Asustados pero sobre todo agotados y hambrientos. Los miles de refugiados que en los últimos días han abandonado Kosovo aseguran que nadie, ni los paramilitares ni las fuerzas serbias, los han expulsado de sus casas ni los ha forzado a dejar la región serbia. La sistemática limpieza étnica del presidente yugoslavo, Slobodan Milosevic, ha cumplido con creces su objetivo. En la última semana, quienes cruzan la frontera yugoslava por el paso fronterizo de Blace declaran haber huido "voluntariamente".

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"No nos han echado, simplemente llegó un momento en que tuvimos más miedo del hambre que de los serbios", aseguró ayer en el campo de Stankovic I Fehmi Ahmeti, visiblemente demacrado. "No pudimos soportarlo más", añadió este hombre de 36 años antes de desmoronarse y romper a llorar. "La vida es imposible en Pristina, y en todo Kosovo, si eres albanés". Su mujer, Fatborla, aseguró que hacía días que lo único que podía ofrecer para comer a sus tres hijos eran patatas viejas. "En las tiendas serbias nos decían que perteneciamos a la étnia equivocada cuando queríamos comprar algo comida. Los precios son 10 veces superiores para un albanés que para un serbio y a nosotros ya sólo nos quedaban 20 marcos alemanes [1.600 pesetas]".Ese es todo el capital con el que el sábado cruzó desde Kosovo hasta Macedonia este profesor de escuela. También se trajo mucho miedo: "Nadie sale a la calle en los barrios albaneses por temor a los francotiradores serbios. Vivir allí se ha convertido en una continua reclusión. No queríamos abandonar nuestro país pero no hemos tenido más remedio que hacerlo".

Testimonios como el de Ahmeti no son aislados. La imagen que describen de Pristina muchos de los cerca de 15.000 deportados del régimen de Belgrado que durante el fin de semana alcanzaron la frontera macedonia, y a los que ayer se sumaron otros 7.000, es la de una ciudad abandonada en la que sólo vagan y merodean entre la basura los perros. "Las únicas personas que pasean son los ancianos, muchos se han vuelto locos y ya no les importa morir de un disparo serbio en la frente", dijo Lufti Bajrami. Este hombre, con 20 miembros de familia a su cargo entre padres, esposa, hijos, tíos y primos, comenzó el éxodo que está vaciando Kosovo de albaneses hace ya más de cuatro meses.

Expulsados de forma brutal, como cada vez que los salvajes paramilitares serbios cubiertos con un pasamontaña dan cinco minutos a sus víctimas para abandonar su hogar, Bajrami y su familia huyeron de Glogovac (oeste de Pristina) dejando a sus espaldas una casa en llamas. En esos cuatro largos y penosos meses intentaron resistir en Pristina. Hazaña que el pasado sábado se tornó imposible. No podían seguir viviendo encerrados. Día tras día y noche tras noche. Y de fondo, el acoso. El asedio lento pero inexorable de los carros de combate. A todo ese terror, hacía días que se había unido un peligro aún más agudo: el espectro de la escasez de alimentos.

Por eso, ni Ahmeti ni Bajrami entienden por qué finalmente no los trasladaron desde Blace a la vecina Albania en la madrugada del domingo al lunes. "La policía macedonia no dejaba de decirnos que allí estaríamos bien, que había comida y cobijo para todos", declaró Sylejman Hishori. "Llegaron a repetírnoslo hasta 10 veces, tantas que a mí me convencieron", prosiguió resignado.

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Durante esa madrugada, las autoridades macedonias pretendieron transportar bajo amenazas (si no accedían a viajar a Albania serían devueltos a Kosovo), a parte de los cerca de 7.000 deportados que durante el día llegaron en tren y autobuses a la frontera macedonia. Tras más de 12 horas de espera bajo una intensa lluvia, Sylejman aseguró ayer que al final de esa fría mañana ya sólo deseaba dormir y comer algo caliente.

Cuando se le intentó hacer entender a este joven de 24 años que la elección para partir hacia el país más pobre de Europa o hacia cualquier otro debía de ser "voluntaria", miró con extrañeza y aseguró no comprender qué había detrás de ese término.

Dentro de la crudeza de la tragedia por la que han pasado quienes lo han perdido todo, esa palabra carece ya de todo significado.

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Sobre la firma

Yolanda Monge
Desde 1998, ha contado para EL PAÍS, desde la redacción de Internacional en Madrid o sobre el terreno como enviada especial, algunos de los acontecimientos que fueron primera plana en el mundo, ya fuera la guerra de los Balcanes o la invasión norteamericana de Irak, entre otros. En la actualidad, es corresponsal en Washington.

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