Integración sí, pero no en mi barrio
El rostro de la solidaridad y la tolerancia en la Comunidad es uno de los más desfigurados de todo el Estado. El clima social de finales de siglo y el bombardeo continuo de estos términos de moda por parte de los medios de comunicación no calan en una sociedad valenciana que muestra una impermeabilidad superior a la del resto de España. Pese a tratarse de valores en alza, las encuestas demuestran que existe una amplia zanja entre la preocupación por el problema y la disposición de los valencianos a enfrentarlo. Un dato elocuente es que sólo el 3% de las asociaciones registradas en la Comunidad en 1998 tiene como finalidad responder a preocupaciones humanitarias. Sin embargo, la conducta de los valencianos se muestra mucho más evidente cuando opinan sobre a quién no querrían tener de vecinos. Excepción hecha de los homosexuales, el rechazo a compartir rellano con toxicómanos, alcohólicos, personas con antecedentes penales, personas emocionalmente inestables, enfermos de sida y personas de otra raza es superior al del resto de España. Esta animadversión casi se duplica respecto a los musulmanes y árabes en una encuesta realizada el año pasado por el profesor Antonio Ariño, una actitud que evidencia un comportamiento basado en la fórmula de integración sí, pero no en mi barrio. El poco entusiasmo por aplicar la solidaridad se extiende a ejercerla de forma más abstracta. A la pregunta de si se está de acuerdo con que los países desarrollados ayuden a los más pobres, la sociedad valenciana no sólo se encuentra por encima de España en la proporción de gente que se opone a la ayuda (15% muy en contra frente al 11,5% de los españoles), sino que también es la que presenta un menor porcentaje de gente que ha respondido muy a favor: un 26% frente al 32% de media española o al 48% del País Vasco.
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