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Erecciones electorales

SEGUNDO BRU Mi amigo, que aunque conquense tiene más retranca que uno de Carvalheiro y a estas alturas desconfía hasta de su propia sombra, me llama para contarme su pálpito. Tiene para él que el futuro socialista está en su reciente pasado. La historia como presente consistirá, según predica con apasionado convencimiento, en que Felipe González pulsará su indiscutible liderazgo en estas elecciones y se dará un baño de multitudes, acogido por toda la piel de toro al grito de "¡presidente, presidente!", lo cual le llevará a, tras simbólica resistencia, aceptar el sacrificio de conducir nuevamente a sus huestes en las próximas generales. Y, concluye satisfecho, encima ganará. A mis objecciones de que un país, y un partido, sólo pueden permitirse un brillante y excepcional estadista cada varias generaciones y que, en el interin, sus aspiraciones deberían circunscribirse a contar con una buena plantilla de modestos, eficaces y diligentes políticos, modositos a ser posible y entregados con ahínco más a eso de gestionar la res pública que a organizar el nuevo orden mundial, o galáctico si se tercia, coincide en que sí pero que lo primero es lo primero y que hay que desalojar a Josemari de donde nunca debió llegar por razones éticas, estéticas y de higiene mental. Luego ya podremos hablar de cómo evitar los males inherentes al cesarismo felipista. Mi amigo no tiene carnet pero podría tener razón. A González se le están notando las ganas de darle a la sinhueso lo que le pida el cuerpo y su anunciada presencia en seis de las plazas electoralmente más significativas parecería abonar en principio su tesis. Por lo menos servirá sin duda para dar algo de vida a una campaña abtrusa y desvaída en la que los que van sobrados, como Zaplana, han adoptado sabiamente una actitud de perfil bajo y los que van a perder sólo intentan maximizar -y a las agendas de actos me remito- sus relaciones orgánicas para poder resistir lo que les espera, que no es poco aunque más cornadas da el hambre, en su sentido más lato, y sarna con gusto no pica. Entretanto lo más destacado y novedoso de la precampaña nos llega desde Encinarejo, pedanía de Córdoba, donde el actual alcalde, antes con los socialistas y ahora pretendiendo revalidar con el Partido Andalucista, propone en su programa el reparto de Viagra entre aquellos de los vecinos que acrediten su necesidad bajo prescripción médica. Entramos así de pleno en la posmodernidad del ciclo político-económico. La igualdad, la revolución pendiente, llevada ante el altar de Venus de forma universal y gratuita. Ni un hogar sin lumbre, ni una mesa sin pan, ni un lecho sin enhiesta alegría. Cuando las disfunciones eréctiles se convierten en objeto de la preocupación de nuestros futuros munícipes es que, pese a quien pese, España va bien. Podemos, como decía aquél, prescindir de todo excepto de lo superfluo. Aunque no seré yo quien califique como tal los apremios del bajo fondo. Vamos pues a superar la mezquina y machista aspiración del pre-mayo sesentayochista cuando aquel peludo francés, Antoine creo recordar si mi buen amigo Emilio Soler no me corrige, cantaba exigiendo la venta de la píldora en el Monoprix. Ya no se trata de evitar las consecuencias indeseadas del acto sino, ecuménicamente, de estar en condiciones de acometerlo. Y el futuro alcalde no necesitará erigir monumentos. Simplemente constatar, remedando a La Mandrágora, que la erección no estuvo mal, satisfizo al personal.

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