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Schengen no entiende de amores

En la casilla de parentesco escribió: "enamorado", pero no conmovió a los policías. Los guardianes del territorio Schengen destinados en el aeropuerto de Barajas le espetaron el pasado martes a José Manuel Ibáñez, un vecino de Valencia de 34 años, que su novia brasileña no podía entrar en España porque "incumplía los requisitos de la Ley de Extranjería". Como toda explicación le dijeron que Joelma María Pereira Da Silva, de 27 años, sólo llevaba 296 dólares, se había contradecido mientras la interrogaban y la carta de invitación que traía, redactada por José Manuel, era falsa. Ni siquiera les dejaron verse. Apenas pudieron cruzar unas palabras por teléfono antes de que la Policía obligara a Joelma a volver a Sao Paulo en el vuelo de medianoche. Abatido y humillado, José Manuel caminó toda la noche sin rumbo por los pasillos del aeropuerto. Al amanecer, "con el llanto a flor de piel", tomó el primer tren de regreso a Valencia. "Joelma apenas entiende el castellano y estaba nerviosa porque era la primera vez que salía de Brasil; la policía debió pensar que venía a prostituirse", relata. "Me sentí asqueado de ser ciudadano español, me dolía que mi país pudiera tratar a un visitante de una forma tan vejatoria", rememora. Recuperado a medias de aquella amargura, este mecánico ferroviario ha decidido recorrer todas las instancias, desde el Defensor del Pueblo a los colectivos que combaten la xenofobia, para denunciar de la "injusticia racista" que han padecido y lograr que la Policía les pida disculpas por el "daño moral y económico". Pero sobre todo, quiere lograr que ninguna mujer vuelva a ser tratada como su novia en las aduanas. "El martes la policía tenía retenidas en el aeropuerto a otras 30 mujeres; todas menos una eran negras, mulatas o indias", afirma, "las llevaron al avión en un autobús rodeado de policías, como delincuentes". José Manuel y Joelma se conocieron y enamoraron en Sao Paulo las pasadas navidades. Él formaba parte del grupo de mécanicos enviados por Renfe a Brasil para revisar los trenes vendidos a este país. Un compañero, que ya había estado en Brasil, le pidió que llevara un presente a su amiga Joelma. La mujer se había quedado viuda y había abierto una tienda para sacar adelante a su hijo Bruno. En cuanto empezaron a hablar, José Manuel se quedó prendado. "Es muy simpática", confiesa y recuerda aquellas cuatro semanas en Brasil, paseando su amor por el sambódromo en pleno carnaval, como los mejores momentos de su vida. Se escribieron y telefonearon con la frecuencia propia de dos enamorados y pronto nació el deseo de reencontrarse. "Yo ansiaba pasar 10 días con ella aquí para enseñarle el país donde nací", comenta José Manuel, "y compensarla por la falta de cariño que ha sufrido en esta vida". Pidió a Renfe que le adelantara las vacaciones al mes de mayo, compró un billete de avión (Sao Paulo-Madrid) a nombre de Joelma y en el Ayuntamiento le sellaron un documento en el que constaba que estaba empadronado en Valencia y que invitaba a la mujer brasileña a pasar unos días con él. Joelma aterrizó en Barajas el martes con el billete, la carta y unas maletas. "Dos polícias le preguntaron de dónde había sacado el billete y ella respondió que era un regalo de un amigo, pero le dijeron que mentía, que se lo había comprado ella y se la llevaron a un cuarto para interrogarla", explica José Manuel, que pasó 12 horas esperándola en vano en los pasillos de Barajas. Al preguntar por ella, un policía le pidió que rellenara un impreso con sus datos y él desnudó su corazón. Parentesco: "Enamorado"; relación: "amor", escribió. Cuando comprobó que los agentes no cambiarían de opinión, emprendió una maniobra desesperada. "Decidí ir a Brasil con ella para que no sufriera tanto", recuerda. Tenía una tarjeta de crédito para comprar el billete, pero su pasaporte estaba en Valencia

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