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Borrell y los incombustibles

José Borrell ha dimitido como candidato a la Presidencia del Gobierno en las próximas elecciones generales, que aún no están convocadas, por el partido socialista. En realidad, ha dimitido de un puesto, que tiene una existencia discutible. Pero su designación directa por votación de los militantes del PSOE pareció, en principio, un método renovador. Se confiaba en que produciría un efecto democrático y que su influencia se contagiaría contribuyendo a regenerar la vida de los partidos políticos anclados en la ley de hierro de las oligarquías. Eran los días del efecto Borrell. Un efecto fugaz, que padeció un primer eclipse fulminante tras la intervención algo desafortunada del candidato en el debate parlamentario sobre el estado de la nación. Además, el encaje de la figura del candidato en el esquema de poder del PSOE, la bicefalia así inaugurada, producía disfunciones muy visibles. Ese era el resultado tanto de la falta de costumbre como de otras erosiones y desconfianzas suscitadas durante la campaña de las primarias que, por fin, parecieron superarse con protestas de mutua lealtad y prudente separación de atribuciones con la secretaría general y la Comisión Ejecutiva del partido. Borrell había sido un magnífico candidato a candidato. Pero tras su proclamación, el tono quejumbroso, de víctima, que tan rentable había sido en su pugna con Joaquín Almunia y el aparato enseguida se probó inapropiado ante audiencias mucho más diversificadas. La nueva tarea por delante consistía en devolver al partido socialista probabilidades de victoria, configurar una verdadera alternativa de Gobierno, pero en esa tarea va a quedar inédito. Enseguida se ha visto que el contagio previsible a otros partidos de las primarias socialistas ensayadas por Borrell tiende a cero.Con la lógica vigente, a partir del momento en que Borrell y el aparato de Ferraz resolvieron sus diferencias y del establecimiento de una leal colaboración entre la Ejecutiva y la oficina del candidato, el Partido Popular tomó nota y se concentró en batir ese objetivo. Por eso, se aceleró la oportuna aparición en Barcelona de dos altos funcionarios de la Agencia Tributaria, los señores Huguet y Aguiar, cuyos enjuagues le habían pasado inadvertidos a Borrell cuando ocupaba la Secretaría de Estado de Hacienda. Entonces el candidato aparentó impasibilidad y se autodenominó corredor de fondo. La Ejecutiva quiso solidarizarse y le ofreció su apoyo unánime en una declaración que sonó como las habituales de las directivas de los clubes de fútbol en vísperas de destituir al entrenador que viene cosechando malos resultados.

Las circunstancias se precipitaron y Borrell se aplicó la esperanzadora doctrina Gallardón. Una doctrina según la cual hay exigencias adicionales, más allá de la estricta legalidad, que deben cumplir quienes eligen la esforzada senda de la política. De ahí, que el candidato optara por la retirada, decidido a evitar perjuicios a su partido. La actitud de José Borrell le ahorra la agonía interminable que le esperaba en adelante. Pero, en una escala más amplia, debería tener otras consecuencias oxigenadoras. El movimiento del candidato al retirarse ha sido el de un judoka, que transforma en energía favorable la fuerza del adversario. Borrell ha movido ficha y ha dado un estímulo para que ahora la muevan los demás que se encuentran en circunstancias discutidas. Así los que alardean de la optimización fiscal de sus ingresos, los de las subvenciones desviadas, los de la trama del lino ardiente y los de otros asuntos varios de explosivos y construcciones, que se anuncian ya para esta feria.

Tranquilos porque en el Gobierno no hay contagio. Piqué no ha querido darse por aludido ni tampoco Loyola del Palacio, atareada como anda en que la banda se le vuelva cruz. Sintonizan bien con su presidente, quien, tras saludar en gaélico en un pub de Dublín, ha sentenciado que "las políticas socialistas acarrean fraude y corrupción". Delenda est Cartago socialista. En cambio los romanos populares, son inatacables por esos ácidos como los metales nobles o, al menos, son ignífugos, inasequibles a la dimisión. Vale. Pero, cuando escuchamos al presidente Aznar en la tribuna del Congreso que los del PP por mucho que defrauden y prevariquen nunca podrán alcanzar las cotas socialistas, recordemos otros excesos de modestia como el de los dirigentes del PSOE afirmando que no estaban preparados para ver brotar la corrupción en sus filas y repitamos con Galileo eppur si muove.

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