Matones
El "matonismo escolar", como dicen ahora los periódicos, es un fenómeno tan antiguo como la escuela propiamente dicha, el matonismo aflora espontáneamente en cualquier concentración, voluntaria o forzosa, de machos antropoides, en la jungla, en la cárcel, en el servicio militar, en la vida política y, si me apuran, incluso en la vida contemplativa. Pero el "matonismo escolar" es el que más preocupa a la sociedad en estos momentos y si, como enunciaba el infalible Pero Grullo, los niños de hoy serán los hombres del mañana, la preocupación está más que justificada. Por ahora, nuestros matoncillos autóctonos no pueden competir, tal vez por falta de medios, voluntad no les falta, con sus colegas estadounidenses a los que se les cayeron los dientes de leche mientras hacían prácticas de tiro en el patio trasero de casa con su primera carabina regalo de cumpleaños. El prototipo del matón colegial no ha variado sustancialmente con el tiempo, salvo en lo que se refiere al equipamiento y al presunto arsenal ideológico. En mis años escolares los abusones que imponían su fuerza bruta y su crueldad innata, en el patio del recreo, o a la salida de clase, no necesitaban de coartada ideológica alguna, aunque algunos mostrasen cierta predilección, puramente intuitiva, por la cruz gamada que dibujaban en sus libros, cuadernos y carpetas, sin que nadie se escandalizara por ello, al contrario, sus garabatos encontraban muchas veces una mirada comprensiva, un gesto de apoyo de algunos educadores que habían estado, o habían estado a punto de estar en la División Azul.Un informe, emitido por el Movimiento contra la Intolerancia hace unos días, señala, con lógica preocupación, el incremento de actos violentos entre jóvenes de edad escolar en institutos, colegios, estadios o zonas de copas de Madrid y su comunidad. Actos violentos cada vez más relacionados con posturas racistas y xenófobas, alentadas por grupos neonazis. Los matones de mi colegio no tenían muchas oportunidades de ser racistas y se contentaban con maltratar, humillar y aterrorizar a los más débiles, a los gordos, a los que llevaban gafas, tartamudeaban o se negaban a darles el bocadillo. Los movimientos totalitarios siempre encontraron su mejor clientela, carne de cañón bruta y zafia entre esta incipiente canalla, utilizada, jaleada y a veces subvencionada últimamente por déspotas, sátrapas y tiranuelos del fútbol profesional, nido en el que la democracia aún no puso sus primeros huevos.
La talla intelectual de estos fanáticos puede medirse por su incapacidad para hacer distinciones entre sus credos políticos y sus colores deportivos. ¿Qué hacer si un jugador negro se convierte en la estrella indiscutible del equipo? ¿Qué postura tomar cuando se tropiezan dos peñas ultras de equipos rivales que llevan las mismas banderas, las mismas esvásticas y el mismo corte de pelo? ¿Habría que liarse a banderazos o sería más correcto, políticamente hablando, unir fuerzas y apalear al alimón a unos cuantos inmigrantes ilegales de tez oscura?
Profundos dilemas, dudas existenciales que no podrán resolverles sus líderes carismáticos, ni la filosofía parda de Gil y Gil, ni el arrebatado discurso de Ynestrillas, pilares de su pensamiento único, grande y libre, casi siempre bajo fianza. Infundir en estos descerebrados el concepto de que forman parte de una raza superior parece una idea tan descabellada como sus cráneos, algo que no se acaban de creer del todo, ni hartos de copas, ni ciegos de pastillas, aunque tal vez el deslumbrante éxito social de alguno de sus líderes antropoides, como el mencionado filósofo de Marbella, les haga concebir ciertas ilusiones.
Si él ha triunfado, ¿por qué no voy a poder hacerlo yo?, puede que se pregunten en sus momentos más lúcidos, contemplando la gloria de su líder, aclamado públicamente en el esplendor de su fuerza bruta. Y lo peor es que quizá tengan razón; no hay más que ver cómo los micrófonos, las cámaras y los titulares persiguen al ínclito profeta para recoger hasta la última perla que escupan sus labios, una de esas frases lapidarias, de lapidación, que son como las tablas de la ley para sus adeptos, la base de su pensamiento monolítico, de simio y piedra, que difunden y amplifican irresponsablemente algunos medios de comunicación que lo encuentran especialmente gracioso.
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