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Tribuna:LA HORMA DE MI SOMBRERO
Tribuna
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Mis guerras JOAN DE SAGARRA

"Las autoridades yugoslavas denunciaron ayer que al menos un centenar de albanokosovares que regresaban a sus hogares en Kosovo resultaron muertos por un bombardeo de la OTAN que alcanzó la granja en la que pasaban la noche" (EL PAÍS, ayer mismo). ¿Otro error, otro horror de la OTAN? Hará un par de años recibí una postal de mi buen amigo Félix de Azúa. Una fotografía de Madeleine Renaud y Jean-Louis Barrault bailando el boogie-boogie en el Tabou de Saint-Germain-des-Prés. Texto: "Querido Juan: nunca viviremos nuestra propia posguerra; ni seguramente viviremos una guerra nuestra. ¡Tampoco las moriremos, claro está! Somos hijos de guerra y posguerras ajenas. Quizá por eso sabemos admirar a quienes las vivieron y murieron. Un abrazo". Tenía razón Félix (casi siempre la tiene). Somos hijos de guerras y posguerras ajenas, aunque a veces uno quiera colarse en ellas, huérfano de un cierto heroísmo, o victimismo, peliculero; o por razones familiares -¿incestuosas?- o sentimentales, o, simplemente, porque uno... se aburre. ¿Quién no se ha colado en guerras o posguerras ajenas, quién no se ha fabricado sus propias guerras o posguerras? Yo me colé en la II Guerra Mundial -me fabriqué mi II Guerra Mundial- cuando, con nueve años, vi en el cine Bonaparte, en París, Roma, città aperta. Yo era uno de aquellos niños que, luego de presenciar el fusilamiento del cura, de Don Pietro, regresan a Roma. Y cada vez que regreso a Roma, regreso todavía hoy, como uno de aquellos chavales, como la criatura de una novela de Juan Marsé. También me colé en la II Guerra Mundial a través de María, la canguro polaca -lo he contado cientos de veces-, joven, preciosa, y con todo el pelo blanco. Yo, en el París de la posguerra, estaba maravillado de ver a aquella moza, una real moza, con el pelo blanco. "¿Por qué tienes el pelo blanco, María?", le pregunté. Y María me contó que su padre y sus dos hermanos, oficiales del ejército polaco, habían muerto fusilados por los rusos en el bosque de Katyn, y que su madre y dos de sus hermanas habían muerto en un campo de exterminio nazi. Huelga decir que yo estaba enamoradísimo de María. Me colé en la guerra de Indochina a través de las crónicas de Lucien Bodard -Saigon mon amour-. Estuve con él la noche en que cayó Dien Bien Phu. Luego creí que la guerra de Argelia iba a ser, por fin, la mía. Me tocaba esa guerra: yo quería, podía ser francés, pero para serlo del todo me tocaba alistarme e ir a esa guerra. Y yo no quería ir ni a esa guerra -con la que no sentía afinidad alguna-, ni a ninguna otra guerra. Total, que muchas tardes me pongo en la tele La batalla de Argel, de Gillo Pontecorvo, porque la película me agrada, para repetirme lo bestia que era mi guerra, la de los míos, los del nord enllà, que decía el patito feo de Sinera; para darle, una vez más, la razón a Félix. Pero, después del último -que, por desgracia, no lo será- error / horror de la OTAN, de la muerte de ese centenar de albanokosovares, me pregunto si esa guerra no será esta vez mía y bien mía. Me temo que sí. Me temo, Félix, que esta guerra es nuestra y bien nuestra. Me da la razón mi colega del Nouvel Obs, Delfeil de Ton, cuando, refiriéndose a esos errores / horrores de la OTAN, los califica de "une sauvagerie des riches, une sauvagerie de patrons". Y al condenar los bombardeos, sobre Belgrado o donde sea, anticipándose a la pregunta, que le harán cientos de veces -"et les boucheries de Milosevic?"-, responde: "Milosevic, c"est pas moi. Jospin, c"est moi. J"ai voté (faute de mieux) pour lui. Jospin, jamais je ne lui pardonerai". Solana, c"est moi. Solana y Aznar, y el PSOE y Pujol y... c"est nous. Esa guerra es bien nuestra. Por desgracia. Una guerra en la que una vez más intento colarme, sentimentalmente -tengo mis amigos en los Balcanes, gentes de teatro-, pero que a la postre me deja hecho una braga, con mi voto protagonista (faute de mieux) colgándome de la espalda como una llufa. Con mis jóvenes colegas Eugenio Madueño y Bru Rovira, que ellos sí saben lo que es esa guerra, hablamos de ella Josep Martí Gómez y un servidor, un miércoles sí y el otro también, mientras almorzamos en Casa Leopoldo. Prima, afortunadamente, la reflexión -y los principios- sobre la información. Los escucho con gusto. Son gente honesta y grandes profesionales. ¿Habrán conocido a una María antes de que se le volviese blanco el cabello? Regreso a casa después del almuerzo. Regreso a mis guerras, un poco tocado. Me queda, con todo, el consolador zarpazo de El Roto: "Los lunes, miércoles y viernes, estoy a favor de los bombardeos, y los martes, jueves y sábados, en contra. Los domingos libro". "¡Esto se acaba! ¡Vende OTAN y compra Reconstrucciones!". Gracias, Roto (las mías y las de mi viejo amigo Jaume Perich, que, como bien sabes, te tenía por el mejor).

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