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Tribuna:CRÓNICAS
Tribuna
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El rapsoda

Juan Cruz

Es extraño que la sociedad poética española no haya reaccionado de ninguna manera ante la insólita declaración del presidente del Gobierno, el lector de poesía José María Aznar, sobre sus actividades líricas en el extranjero. Algunos diarios españoles, como éste, recogieron la crónica de esta actividad del político castellano, pero los glosadores del Reino han dejado pasar la circunstancia. La cosa es la siguiente: preguntado por periodistas del semanario francés Le Figaro Magazine, el líder popular confesó que, impelido por el impulso que debe provocar la placentera casa de descanso de su amigo Tony Blair, se puso a recitar versos de Lord Byron y de Rudyard Kipling. El primer ministro británico, añadió Aznar, se sintió sorprendido. ¿Por qué se sintió sorprendido? Pompidou recitaba a poetas españoles, y eso lo sabe muy bien el gran Feliciano Fidalgo, que alguna vez le escuchó. Pablo Neruda aficionó a recitar a Salvador Allende. Felipe González recita a Ángel González y a Caballero Bonald. Una noche se la pasó Bill Clinton recitando de memoria el Quijote a los novelistas Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez. Éstos, por deferencia, le recitaban a Faulkner.Así que Blair no tendría por qué haberse sentido sorprendido ante el impulso, perfectamente lícito, de José María Aznar: recitar versos es saludable, y hacerlos denota, además, sensibilidad, sentido del tiempo y del ritmo; además, los poetas escriben porque han almacenado en la genética de su imaginario, que diría el poeta español Manuel Vázquez Montalbán, la capacidad de respeto por las palabras que hace que éstas vivan por su cuenta creando mundos nuevos y maravillosos. Aznar tiene en el Parlamento español, por ejemplo, a un rapsoda experto en William Shakespeare, el poeta inglés; ese rapsoda es Federico Trillo, lector de poesía y también poeta aficionado que a veces replica en verso a los que se dirigen a su autoridad como presidente de la Cámara española de los Comunes.

Sin ir demasiado lejos, pero en la otra acera de la que ocupa Aznar en el hemiciclo, ahí está Alfonso Guerra, que leyó antes que nadie en el escaño, y que puso de moda a muchos poetas y a muchos músicos, y que puso, con su esposa, Carmen Reina, el nombre de Antonio Machado a su espléndida librería sevillana que ahora, además, cumple 30años. Se burlaban de que Guerra leyera versos en el escaño, pero después vino Aznar con un libro de Luis García Montero, lo abrió y lo hizo notorio y nadie le hizo ningún reproche. Más tarde, en Montevideo, por ejemplo, se encontró con Mario Benedetti, que tampoco es de su cuerda ideológica, y le dijo: "¡Maestro, si siempre le leo!

De modo que no es extraño que los políticos lean e incluso reciten, y además a todos les vendría muy bien hacer ambas cosas. Entonces, ¿de qué tendría que sorprenderse el primer ministro británico, Tony Blair, el amigo de José María Aznar, al ver que éste le recitaba a Byron y a Kipling? Hay una expresión mexicana magnífica que denota la capacidad de ambigüedad azteca, que viene muy bien como respuesta a esa pregunta: "¡Pos precisamente!".

¿Cuándo le recitó Aznar? ¿En qué momento de la idílica tarde? ¿Lo haría en inglés? La sorpresa de Blair debe ser la sorpresa de los poetas españoles y del nuevo director del Instituto Cervantes, Fernando Rodríguez Lafuente. Es decir: en un tiempo en que el Estado se gasta el dinero en promover la literatura española en el exterior, cuando el propio presidente del Gobierno se declara autor común de la mejor poesía española, hace justas en La Moncloa, donde lleva a hablar de su propia correspondencia lírica a Pere Gimferrer, a Chus Visor y a Luis Alberto de Cuenca, ¿cómo es posible que Aznar le vaya a hacer al propio Blair la propaganda de la lírica inglesa? ¿No tiene poesía española en la memoria?

La poesía británica es profunda pero ripiosa; resiste en la voz de un buen rapsoda pero resulta de improbable sufrimiento en la voz de un castellano opaco como José María Aznar. Pero no debía de ser ésa la razón de la sorpresa declarada del primer ministro británico. ¿Y cómo mostraría la sorpresa Blair? ¿Diciéndole "estoy sorprendido"? ¿Poniendo caras? A lo mejor lo que tendría que haberle dicho, al término de su recital, es lo que escuchaba en Guadalajara (México) el escritor venezolano Adriano González León: "¡Cállese la boca!" Aunque esa expresión allí significa que siga hablando el otro. "Pos precisamente".

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