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Reportaje:

La "peña" de Cafrune

Rafael Amor rememora el papel que desempeñó la canción suramericana en el Madrid de la transición

Un día de mediados de los años setenta el cantautor argentino Rafael Amor regresaba a Madrid con un colega y paisano tras una actuación en el teatro Gayarre de Bilbao cuando, al repostar en una gasolinera, una pareja de la Guardia Civil se les quedó mirando. Al poco de emprender camino los agentes les dieron el alto. El sargento se acercó y le preguntó: "¿Es usted Rafael Amor? Quería pedirle un autógrafo para mi mujer, que es admiradora suya". Los aniversarios son una excusa para rememorar viejos tiempos y a Rafael Amor, que celebró el pasado 15 de abril, en la sala Galileo Galilei, los 25 años de su llegada a Madrid, le gusta hacerlo con humor, para suavizar los malos recuerdos. "Nos llevamos un buen susto con lo de los civiles. Yo casi me lo hago en los pantalones, y mi amigo, que tenía terror a la policía, no paró de llorar en todo el viaje", apostilla.Rafael Amor, autor de la canción No me llames extranjero, que se convirtió en un himno durante la transición política española, y lo sigue siendo, aterrizó en el Madrid convulso de 1973, cuando el boom de la canción suramericana estaba en su punto culminante y que se había iniciado con grupos como Atahualpa Yupanqui o Los Chalchaleros y, cómo no, con el inigualable Jorge Cafrune.

Los madrileños acogieron con verdadera euforia la música que llegaba del otro lado del Atlántico y abarrotaban los numerosos locales donde los cantantes suramericanos actuaban en la capital en directo y a diario. Lugares como La Peña 2, 3 y 4, La Toldería, El Rincón del Arte Nuevo, Candomblé, Atahualpa o Malambó no daban abasto a organizar actuaciones.

Por estos locales pasó lo más granado del folclor latinoamericano como Alfredo Citarrosa, Mercedes Sosa, Los Cantores del Alba, el Indio Calderón, Olga Manzano y Manuel Picón. "Estábamos de moda, aunque tengo que decir que vinieron muchos paisanos en aquella época que aprendieron a tocar la guitarra en el barco. Yo los denuncié y por eso me granjeé las antipatías de algunos advenedizos", dice este juglar de barba espesa pero muy pocos pelos en la lengua y que tiene fama de mal genio. "Me enojaba mucho cuando la gente hablaba durante las actuaciones", reconoce, "y llegué incluso a romper la guitarra. Pero en el homenaje del otro día el público me demostró que me sigue queriendo. Todo me lo han perdonado", bromea. Recuerda que cuando él llegó a España "la dictadura estaba adormecida y, todo hay que decirlo, con los extranjeros no se metían tanto. Tampoco fue un lecho de rosas. De repente estabas en un bar y al salir te encontrabas con una fila de policías a cada lado de la puerta que repartían palos en el lomo a todo el que asomaba la cabeza. También sufríamos las conocidas prohibiciones de conciertos y la censura de las canciones". Para él lo más peligroso de la censura era la ignorancia de los que la ejercían. Le obligaron a quitar del tema Vals a Buenos Aires el nombre de Echeverría, un insigne poeta argentino, porque el nombre coincidía con el del presidente mexicano, quien se había pronunciado contra la dictadura de Franco. "Yo les expliqué, pero no hubo manera de convencerles", apunta. Por cantar Elegía a un tirano fue retenido por la policía e interrogado para que confesara a qué tirano se refería. "En los conciertos siempre había uno o dos tíos de la brigada social para comprobar si nos ateníamos a las letras que nos había sellado la censura. Hubo compañeros que no obedecieron y fueron deportados, como José Carvajal, al que expulsaron por leer una carta en favor de los últimos condenados a muerte".

La muerte de Franco, los conciertos en favor de la amnistía o en los barrios para apoyar las reivindicaciones vecinales, la legalización de los partidos políticos, la llegada al fin de la libertad compensó todos los sinsabores y le hizo mantener las esperanzas de que las cosas también podían cambiar en Argentina. "No olvidaré el día que se legalizó el PCE. Caminaba de noche por el centro de Madrid y al cruzar una esquina me topé con una bandera roja en plena calle. No puedo describir lo que sentí. Me quedé parado mientras la historia me golpeaba en la cara". Actuó en la primera fiesta del PCE, en 1977, en la Casa de Campo. "La mayoría de las actuaciones eran solidarias y no cobrábamos nada. Nos ganábamos la vida con los conciertos en los locales y en las fiestas que organizaban los ayuntamientos". Harto de que le denegaran el permiso de trabajo se atrevió a enviar a la comisaría de la calle de Leganitos la solicitud junto a la letra de su canción No me llames extranjero. Su osadía le resultó efectiva y pocos días después recibió el permiso de trabajo.

El golpe del 23-F le pilló en Santiago de Compostela "y salí rajando para Portugal". Su madre, que estaba de visita en Madrid, no entendía el revuelo que se había armado por la asonada militar: "La pobre venía de Argentina, un país que funcionaba a 33 revoluciones por minuto", explica Rafael.

El buen momento de la música suramericana se fue apagando después de la transición. "Las Peñas cerraron, llegó el travoltismo y la gente se enganchó a la televisión. Así fue como vino un periodo de anestesia y muchos sacaron a relucir su odio a lo suramericano. Fue la época feroz en la que apareció el término peyorativo de sudaca". Para contrarrestar la agresión, Rafael Amor con Olga Manzano, Manuel Picón y Claudia y Alberto Gambino organizaron un espectáculo que se tituló Sudaca.

El cantante, nacido en Argentina y ahora con pasaporte español, ha cumplido 51 años, tiene cuatro hijos y vive actualmente en un pueblo de la sierra madrileña. No milita en ningún partido, pero sigue, como él dice, "con el mismo trillo, siempre por la misma acera. Sigo luchando con mi guitarra por la solidaridad y contra la desigualdad social. No es culpa mía si los demás se han adormecido", concluye.

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