Delirio triunfal
LOS MINISTROS de Aznar llevan dos semanas exhibiendo los logros de tres años de gobierno. Ayer le tocó al vicepresidente Álvarez Cascos, que se presentó en escena rodeado de varios ministros y del secretario general del Partido Popular. El catálogo de éxitos que desplegó ante los cargos del PP -y unos periodistas que no pudieron hacer preguntas- explicaría por qué este Gobierno es el mejor valorado de los últimos 15 años. En el terreno de las lisonjas, el vicepresidente no tuvo que violentarse para adjudicar a Aznar el rebuscado récord de haber presidido "el Ejecutivo sin mayoría absoluta de mayor duración desde 1812". Pero ya el lunes el vicepresidente Rodrigo Rato había desatado este vértigo de autosatisfacción al dar por alcanzados todos los objetivos que se habían propuesto en 1996. Ante esta caravana triunfal, a la que se ha subido sin pudor incluso un ministro como Arias Salgado, que está hoy en la picota nacional, sólo cabe preguntarse por qué Aznar no ha anticipado las elecciones si considera cumplidos todos los compromisos asumidos con los electores.No es privativa de este Gobierno la propensión a magnificar sus éxitos y ocultar los fracasos. Es algo con lo que ya cuenta el público. Y en términos generales hay que reconocer que hay bastantes cosas que le han ido bien, algunas incluso por méritos propios. Pero es difícil encontrar, en España y también allende nuestras fronteras, una exhibición tan impúdica como la que ha protagonizado este Gobierno en la versión orquestal del "España va bien" para celebrar los tres años en el poder.
Lástima que ni en las comparecencias ante los periodistas ni ante los diputados haya habido la menor oportunidad de mirar el otro lado del espejo. ¿Recuerda alguien, en el Gobierno o en el PP, el compromiso de convertir al Parlamento en el centro del debate político, en el motor de la pomposa regeneración democrática que gritaron (nunca mejor dicho) a los cuatro vientos cuando eran oposición? Aznar y su equipo han vaciado de contenido la vida parlamentaria a fuerza de apelaciones al y tu más cada vez que la oposición socialista le ha pedido cuentas por los casos de corrupción que han aflorado en número creciente; pero también por el procedimiento de elegir formatos de debate que impiden la réplica o mediante trucos que introducen en el Senado, sin discusión posible, enmiendas legislativas de enorme calado. Por ejemplo, el billón largo de subvención a las eléctricas que hoy está pendiente del ojo de Bruselas.
Exhibió Cascos ayer como un mérito el récord de comparecencias del jefe del Gobierno en el Congreso y el elevado número de preguntas respondidas en sede parlamentaria. Pero ésta no es una cuestión que pueda medirse sólo, ni tal vez principalmente, en términos aritméticos. Como muestra vale un botón: la comparecencia del propio Cascos hace una semana para responder a una pregunta sobre los fondos destinados a la ayuda humanitaria en Kosovo. Sólo en el turno de réplica y cuando su interpelante no podía responderle, dio el asombroso dato de que este Gobierno engorda ese capítulo a base de incluir los sueldos de los militares desplazados a Albania.
Por mucho que el aparato propagandístico de Aznar recite sus innumerables comparecencias en el Congreso y las proyecte con enorme ventaja sobre su predecesor, esta legislatura seguirá recordándose durante algún tiempo por la incapacidad del Gobierno para someterse de verdad al control del Parlamento. Y ésa es una herencia que lastra la vida pública en su conjunto como ya ocurriera en algunas de las legislaturas socialistas. El vicepresidente primero sumó a sus medallas la de haber disipado la preocupación social por "el rodillo parlamentario" de sus antecesores. Tiene razón: ha sido sustituido por la incapacidad de la derecha para explicar sus decisiones a los representantes de la soberanía popular.
Puestos a repartir diplomas, Cascos no olvidó a Piqué, al que bendijo como "el ministro de Industria más brillante de la democracia". Naturalmente, no hubo ni el más leve recuerdo para la subcomisión parlamentaria que investiga las subvenciones mineras, ni, por supuesto, para la fórmula (¿ejemplar?) que aplica a su renta a la hora de rendir cuentas a Hacienda. Y resulta cuando menos llamativo que el vicepresidente económico dé por alcanzados todos los objetivos de la legislatura cuando este país sigue ostentando, pese a sus éxitos económicos, la dudosa medalla de oro de la UE en términos de paro y justo en el momento en que la inflación empieza a distanciarse peligrosamente de la media de la zona euro.
La ronda de celebraciones no puede ocultar del todo la realidad. El Gobierno ha incumplido algunos compromisos centrales de su programa electoral. ¿Qué se hizo de la reforma del Reglamento del Congreso para evitar cualquier tipo de rodillo presente o futuro, de la ley de financiación de los partidos, de las reformas de la Justicia, de la conversión del Senado en una Cámara territorial o de la reestructuración del Cesid? Acabado el descorche de champaña del tercer año, dedíquese a gobernar, que aún queda suficiente tajo. ¿O piensa Aznar que con sus "instrucciones precisas" ha resuelto ya el caos aéreo?
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