Morir en Callao
Una medianoche de marzo, al caminar por la Gran Vía me crucé con un señor de unos sesenta años. Su imagen llamó mi atención: vestía traje y corbata y llevaba una guitarra enfundada colgada a su espalda. Al cruzarme con él oí un golpe, miré hacia atrás y le vi tendido en el suelo; varias personas y yo acudimos a su lado; luego, tras la confusión inicial, llamé al 112. Mientras yo contestaba a las preguntas de la operadora, el protagonista agonizaba; después, con la mirada ya congelada, dio el suspiro postrero al tiempo que estiraba su pierna derecha.
Minutos más tarde llegó el personal sanitario, y, tras los intentos de reanimación, la policía acordonó para él una parcelilla y taparon su cuerpo con unas mantas plateadas.
El momento de la muerte no me impresionó demasiado, quizá porque a pesar del carácter trágico del suceso, no hubo dramatismo, todo fue demasiado rápido.
No sé si yo podía haber hecho algo más; me han dicho que, de haberle practicado la respiración artificial en el momento que comenzó a faltarle oxígeno, se podía haber salvado, pero yo no sé hacer eso, y espero que él me perdone por ello, aunque no sólo es mía la responsabilidad de esa carencia, también es de nuestro sistema educativo.
Desde muy pequeños se nos enseña todo lo necesario para defendernos en la vida, y, sin embargo, no nos enseñan algo tan básico para defender la de los demás. Este suceso me ha recordado que hay que andar por la vida con las maletas siempre a punto; no sé si era el caso de este señor, no sé nada de este hombre que acabo de conocer y al que seguramente siempre recordaré; le vi caminar y algo de él me llamó la atención, luego le vi morir, y a los pocos minutos estaba tapado por esa manta fúnebre de colores festivos.
Alguien me ha dicho que el destino de ese hombre era el de morirse y que nada se podía hacer por él; es posible, y también es posible que el mío fuese el de presenciarlo sin poder hacer mucho más que confirmar que se puede morir en la calle, en pleno Callao, con dignidad y valentía, porque así es como vi morirse a ese señor.- . .
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