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Retazos olvidados de Bilbao

JOSU BILBAO FULLAONDO De un tiempo a esta parte la producción icónica que genera Bilbao nos está acostumbrando a una nueva estética que identificamos con progreso y modernidad. No tenemos más que mirar libros, revistas o folletos de publicación reciente. Generalmente son imágenes positivas, incluso, en algunos casos, edulcoradas según criterios legítimos de su autor. Estas plasmaciones cargadas de virtuosismo enmascaran con frecuencia aspectos más crudos de la ciudad que pueden inquietar las conciencias sensibles. Una realidad de la que desean huir instituciones y tenderos, porque no les parece rentable en sus proyectos. Evitan propagarla con la excusa del mal gusto. Pero, poco importa; a pesar de todo, es visible y hay quién gusta de ello como contrapunto para disfrutar, aún más, si cabe, de la reconvertida y cada vez más exótica metrópoli que esta resurgiendo de los fangos del Nervión. Teresa Herrero (Artzeniega, 1943) ha puesto al descubierto algunos de los aspectos mencionados. Con su reflex de formato universal ha registrado lo que denomina "paisajes al borde del abismo". Detalles olvidados, repudiados, a punto de desaparecer, testigos del paso del tiempo, prestos a generar melancolía, tristeza y rebeldía. Una recopilación cuya exposición, titulada Adentros, inició la andadura en el Euskal Museoa-Museo Vasco y ha terminado en las paredes de Sarea-Red Solidaria, junto al Centro Cívico del barrio bilbaíno de San Francisco, punto de partida inicial para muchas de las tomas. La sensibilidad creadora de su autora se deja guiar por emociones, una impronta que la hizo valedora del primer premio de fotografía (un paisaje) para funcionarios que organizó el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social cuando el actual presidente de Andalucía era ministro del ramo. Su mirada ha sabido conjugar lugares, formas, y color en una observación serena, cargada de intención, sobre un protagonista, el olvido. Las fotografías, positivadas en cibachrome, han cerrado sus ángulos sobre puertas, muros pintados, balcones, ventanas, miradores y toda una serie de planos-detalle que nos descubren con minuciosidad dramática lugares vividos por gentes sencillas. El recorrido se detiene ante las puertas, bloqueadas a base de listones entrecruzados y clavados entre sí, de un local comercial en el Muelle Marzana puesto a la venta; en Conde Mirasol, donde la figura embozada de una mujer, reclamo en una máquina de tabaco, parece llamarnos desde el interior de una bodeguilla con el brillo de sus ojos verdes; aisladas del contexto general que las rodea, las ventanas guillotina en La Naja, Prim o La Ribera, recuerdan influencias inglesas venidas a menos; el Bar Montecarlo, en la calle de las Cortes, ha dejado de atender a sus clientes sedientos de amor prohibido y su puerta roja parece cerrada para siempre. En Iturburu, la destartalada fachada de un edificio condenado al derribo deja estar, en su balconada exterior de madera, a un niño descalzo, sin camiseta, bajo un tendedero de ropa, bocadillo en mano, con mirada curiosa hacia el objetivo, mientras, un gato parece querer escapar del lugar. Es la única imagen humana que aparece en el catálogo, presentado por el diputado de Urbanismo de la Diputación de Bizkaia, Josu Montalbán, y prologado por Amaia Basterrechea directora de museo, el novelista Fernández Urbina y el crítico de arte Javier González de Durana. Se trata de un conjunto de fotografías, en algunos casos reiterativas, cuyo estilo entronca con autores estadounidenses de prestigio, y también con el trabajo de Expresión Mural promovido desde Irudi Taldea (Algorta) y publicado en la revista Ikuspen en 1986. Aproximaciones que realzan el trabajo llevado a cabo por Teresa Herrero. Una colección cargada de belleza atrevida y sugerente que puede justificar la ausencia (el deseo) de mayores precisiones técnicas en la realización. En cualquier caso, ese toque ingenuo del que están provistas (desconozco si reflexionado) responde a la intención de cuanto la autora quiere expresar: sentimientos desgarrados disueltos en ternura.

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