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El hombre o el pato

En Aznalcóllar, como ha ocurrido en otros municipios andaluces, saben de las consecuencias que acarrea el depender de una única actividad industrial. Cuando hace un año se produjo la rotura de la balsa de residuos, y las minas se vieron obligadas a cerrar, el impacto socioeconómico del suceso causó estragos en esta localidad y en su zona de influencia. La calma volvió con la reapertura de la explotación, pero el futuro se ve ahora con algo más de incertidumbre. "A mí tampoco me gusta esta situación", confiesa Francisco Márquez, alcalde de Aznalcóllar, "yo no hubiera querido tener una sola empresa que emplea a 500 trabajadores, sino que hubiera preferido disponer de 10 empresas diferentes con 50 trabajadores cada una". La realidad habla y este pueblo depende económicamente de las minas y, por tanto, lo prioritario era lograr que volvieran a estar operativas, con las garantías ambientales que impusiera la administración, pero en el menor plazo de tiempo posible. Sin embargo, de todo lo ocurrido en estos últimos 12 meses, asegura Márquez, se han sacado algunas conclusiones: "Hay que buscar expectativas diferentes, nuevos sectores que generen empleo y que nos permitan vivir con más tranquilidad en momentos delicados". Las minas no pueden ser el único referente laboral porque, además, las consecuencias del vertido tóxico no sólo han afectado a los vecinos de esta localidad sino que han impactado en sectores como el de la agricultura, la pesca o el turismo. Influencia económica "En el conjunto de la comarca", explica Miguel Ferrer, director de la Estación Biológica de Doñana, "la actividad minera de Aznalcóllar es residual, no tiene demasiada influencia económica y, sin embargo, los efectos de este incidente han repercutido en multitud de personas que viven de la explotación racional de los recursos naturales en un área particularmente rica y diversa". A la mayoría de los científicos que trabaja en el parque nacional nunca les gustó la amenaza que suponía el funcionamiento de una industria altamente contaminante en un punto tan sensible como la cuenca del Guadiamar, de la que se alimentan algunos de los ecosistemas más valiosos. Y el tiempo les ha dado la razón. Si todos estos argumentos han estado presentes este último año, Greenpeace ha dado un paso más. La semana pasada, representantes de esta organización presentaban en Sevilla un plan de empleo alternativo para Aznalcóllar y su entorno, prescindiendo de la actividad minera. "La existencia de puestos de trabajo alternativos", explica Pablo Mascareñas, responsable de la campaña de tóxicos de Greenpeace, "privaría a las empresas contaminadoras del chantaje laboral con el que suelen actuar cuando aseguran que si no siguen produciendo residuos se verán obligadas a cerrar. El dilema hombres o patos es producto de la manipulación ideológica". El documento ya se ha discutido con representantes sindicales, incluidos los que forman parte del comité de empresa de las minas de Aznalcóllar. En ellos, dice Mascareñas, "hemos encontrado comprensión, porque saben, como nosotros, que diversificar el empleo es la única salvación a medio plazo". Las propuestas de los ecologistas pasan por el fomento de aquellas actividades económicas que, sin causar daños en el entorno, generan empleo estable y duradero. Algunas parecen especialmente adecuadas para la comarca, como las relacionadas con las energías renovables, ya sea en el capítulo de la producción (al parecer sería factible la instalación de una central solar de alta temperatura en la zona) o en el de la fabricación de componentes destinados a paneles solares o parques eólicos. También se incluyen en el documento la agricultura y ganadería ecológicas, el turismo rural, la gestión y reciclaje de residuos procedentes del área metropolitana de Sevilla, la acuicultura con especies de alto valor comercial o la regeneración de riberas fluviales y costas. "La Junta", concluye Mascareñas, "podría hacer realidad esta propuesta convocando un concurso público al que pudieran concurrir todas las iniciativas de esta naturaleza, ofreciendo terrenos de titularidad pública, subvenciones, créditos blandos, ventajas fiscales y otros beneficios que permitieran establecer una nueva dinámica socioeconómica en la zona".

Comentarios y sugerencias a propósito de Crónica en verde pueden remitirse al e-mail: sandoval@arrakis.es

Planes de futuro

Los planes de Greenpeace no son fáciles de ejecutar porque hay que vencer tendencias muy arraigadas. De cualquier forma, no se trata de la clásica utopía ecologista. El propio Instituto de Desarrollo Regional (IDR) advirtió, en un estudio de 1997, que "si hubiera que elegir dos sectores industriales en los que Andalucía aún podría ocupar una posición ventajosa dentro del mercado, estos serían el audiovisual y el de bienes y servicios medioambientales". Las ramas en las que entonces se detectó mayor interés son las relacionadas con la gestión del agua (sobre todo en lo que se refiere a la depuración), tratamiento de todo tipo de residuos y desarrollo de fuentes de energía alternativas como la solar o la eólica. En menor proporción aparecían empresas dedicadas a la reducción de emisiones atmosféricas, lucha contra la contaminación de aguas y suelo, control y eliminación de ruido, protección del medio natural y otras actividades relativas a la información ambientales. Los especialistas del IDR calcularon que el empleo directo asociado al sector de bienes y servicios medioambientales rondaba en Andalucía las 14.000 personas. Claro que el análisis de este instituto también advertía, como ha hecho Greenpeace, de la existencia de algunas dificultades que habría que sortear. Por ejemplo, señalaba, "será indispensable un desarrollo legislativo adecuado y, en general, un apoyo decidido por parte de la administración". A juicio del alcalde de Aznalcóllar, cualquier plan de futuro tenía que pasar por la reapertura de las minas: "Para cambiar la mentalidad de la gente, para cambiar la actividad económica y social de la localidad y su entorno, vamos a necesitar un periodo de ocho o diez años".

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