La operación militar en los Balcanes, según el Pentágono
Los informes de los militares estadounidenses describen la escasez de misiles y el control político de los bombardeos
"Desde el momento en el que se decide combatir, todo lo que no sea una victoria militar rápida y abrumadora de las fuerzas de intervención será desastroso desde el punto de vista diplomático". (Extracto de la tesis de Clark). Así consideraba que debía hacerse la guerra el joven capitán Wesley Clark en su tesis de 1975, titulada Military Contingency Operations: The Lessons of Political-Military Coordination. Entonces era alumno de la Academia de Oficiales y Jefes del Ejército en Fort Leavenworth, Kansas. Hoy, este general de cuatro estrellas es el Jefe Supremo de las Fuerzas Aliadas. Lucha en una guerra muy diferente a la que proponía hace una generación. Una guerra de contrastes que enfrenta la potencia militar más poderosa de la historia a una política de tierra quemada. Una guerra en la que se comprueban varias veces los objetivos y, sin embargo, hay civiles que vuelan por los aires.
Todos los días despegan aviones en dirección a sus objetivos. El Ejército estadounidense no lanzaba tres tipos distintos de bombarderos pesados (B-1, B-2 y B-52) contra un enemigo desde la II Guerra Mundial. Los 430 aviones que iniciaron la guerra serán pronto más de 1.000. La escalada va a obligar al Pentágono a llamar a 33.000 reservistas.
Aunque pueda parecer ese tipo de fuerza irresistible en la que pensaba Clark en 1975, no lo es. Lo importante hoy es el control de esa fuerza que ejercen los políticos, desde la elección de objetivos hasta el grado de intensidad; y ese sometimiento hace que el trabajo de Clark sea mucho más complicado de lo que podía imaginar en 1975.
"Los políticos sobrevaloraron el efecto coactivo que podían ejercer los ataques aéreos... La escalada gradual hizo que el enemigo tuviera tiempo de reaccionar."
Mientras la gravedad aplasta al piloto contra su asiento en el despegue, él sabe que no vuela solo. Cada piloto, y sus compañeros de escuadrilla, se mueve con arreglo a una compleja coreografía. El piloto vuela detrás de un grupo SEAD (supresor de defensas aéreas enemigas). Compuestos por unos aviones EA-B de la marina que interfieren los radares y unos F-16CJ que los anulan, los SEAD buscan señales electrónicas que denuncien la presencia de radares SAM. Mientras el avión se lanza sobre territorio enemigo, a 3.000 y 8.000 metros, arriba se desarrolla un ballet aéreo: una nube de F-15C que garantiza que ningún piloto serbio pueda aproximarse lo bastante como para disparar.
Sobre los aviones de combate está el grupo de información: los aviones radar AWACS, los de vigilancia terrestre, los Joint STARS E-8 y los Rivet Joint RC-135. Cuando el piloto se acerca al objetivo, se separa de sus compañeros y esquiva la artillería antiaérea y los misiles.
El 493º Escuadrón Expedicionario de Combate norteamericano ha derribado cuatro de los cinco MIG-29 serbios eliminados. Un teniente coronel de 40 años, Rico, derribó uno desde su F-15. "Estaba en el sitio justo y tuve suerte", explica. Tuvo que esperar a que un AWACS confirmase que era enemigo. "En total, fueron 20 ó 30 segundos, pero me pareció una hora", dice.
La OTAN está desconcertada por la débil defensa aérea serbia. En opinión del Pentágono, significa que han eliminado las defensas con los ataques, las interferencias y la corrupción de datos que se han introducido en los ordenadores yugoslavos mediante transmisiones por microondas. El analista del Pentágono Franklin Spinney dice que el plan de Serbia recuerda a su táctica en la II Guerra Mundial. Entonces, los alemanes enviaron a 700.000 soldados que no fueron capaces de derrotar a los serbios. "Los serbios están usando su sistema de defensas aéreas como una especie de guerrilla, para captar la atención de la OTAN e impedirles concentrarse en otros objetivos", dice Spinney. Y funciona. Los pilotos de la OTAN no suelen atreverse a volar más bajo de 1.000 metros. La prueba de los estragos que pueden causarse se hizo evidente el miércoles pasado, cuando, al parecer, un F-16 disparó sobre lo que creyó que era un convoy militar desde 4.600 metros. Arrasó un tractor con remolque y un carro que llevaba albanokosovares. Según Belgrado, murieron 75 personas.
Si las defensas aéreas hubieran sido anuladas, el piloto habría podido acercarse al objetivo y abortar el ataque. Otro piloto de F-16, del 555º Escuadrón de Combate en Aviano, Buster, dice que sintió frustración. "Lo que menos deseamos es ayudar a Milosevic". Pero parte de la estrategia de Milosevic ha consistido en mezclar a soldados serbios con civiles albaneses. Buster dice que ha visto convoyes compuestos de "camión, remolque, vehículo militar, vehículo militar y autobús".
Tácticamente, el Ejército estadounidense está en desventaja cuando un enemigo no respeta sus reglas. La muerte de 18 norteamericanos en Somalia en 1993, demostró los peligros de luchar con un adversario primitivo. Aunque en la lucha murieron alrededor de 500 somalíes, EEUU la consideró una derrota y se retiró poco después. Milosevic era el primer caso después de la Guerra del Golfo en el que un enemigo podía escoger si se enfrentaba o no militarmente a EEUU. Como sabía que no podría vencer, ha decidido prolongar la campaña hasta que la OTAN se harte de ella.
"Cuanto más continuaban los bombardeos, más presiones diplomáticas se podían ejercer para que EEUU los interrumpiera".
La altitud no es lo único que dificulta los esfuerzos aliados: muchos sistemas de vigilancia necesitan una línea visual clara, y el terreno abrupto de los Balcanes esconde muchas cosas. Pero esos mismos Balcanes, ayudan: la escasez de carreteras ofrece a los pilotos la posibilidad de refugiarse sobre el bosque. Las fuerzas serbias viajan por las carreteras, o a escasa distancia, así que los pilotos las evitan o cruzan en ángulo recto.
Los serbios han escondido carros de combate en los pueblos, porque saben que la aversión de la OTAN a causar víctimas civiles los mantendrán a salvo. Los serbios han repartido sus acorazados. Los carros se mueven solos o de dos en dos e impiden a la OTAN tener objetivos claros. En esta guerra, por primera vez, el 90% de las armas son bombas inteligentes, encaminadas a sus objetivos por pilotos o satélite. En la Guerra del Golfo, sólo el 8% eran de precisión. En septiembre de 1995, constituyeron el 70% de la campaña con la que el Ejército estadounidense ayudó a llevar a los serbobosnios a la mesa de negociaciones.
Los pilotos norteamericanos arrojan bombas guiadas por láser. Trazan un rayo y ajustan sus alerones de cola para mantener el curso. Pero cuando el rayo se ve interrumpido por nubes o niebla, o si el tiempo dificulta la visión, la bomba (de 50.000 dólares, casi ocho millones de pesetas) se desvía. Las condiciones metereológicas han sido firmes aliadas de Milosevic en las tres primeras semanas de guerra. Pero por primera vez, se pueden arrojar bombas independientemente del tiempo, dirigidas por una constelación de Satélites de Posición Global (GPS). En los B-2 han hecho su estreno las JDAM (municiones de ataque directo conjunto). "Las piezas más caras se utilizan para eliminar las defensas", explica el general retirado Merrill Mcpeak, "y luego se sobrevuela con JDAMS, más baratas, que cuestan lo que una hamburguesa".
Pero la guerra aérea está agotando las municiones de precisión. A las Fuerzas Aéreas norteamericanas no les quedan más que 90 misiles de crucero aéreos (1,5 millones de dólares cada uno, unos 225 millones de pesetas), y tardarán meses en reponer sus reservas. Esta guerra está sacando a la luz las curiosas prioridades del Pentágono: gasta alrededor de 350.000 millones de dólares en tres nuevos programas de aviones, pero no tiene la munición necesaria para sus bombarderos actuales.
Además, los planes para dejar a Yugoslavia sin petróleo sólo tienen sentido si las fuerzas serbias necesitan combustible. "Hemos destruido todas sus grandes reservas y refinerías, pero poseen una red de pequeños almacenes", explica un oficial francés.
"Unas fuerzas poderosamente equipadas y con gran movilidad, trasladadas mediante transportes aéreos estratégicos, serán un elemento necesario en las contingencias que impliquen combates de mediana intensidad".
De las ideas de Clark, ésta es la más seductora: una fuerza pequeña y poderosa capaz de trasladarse con rapidez a cualquier punto del planeta. El ejército lleva dos décadas intentándolo. Pero la idea se desvaneció entre problemas de política militar y presupuestos escasos.
Algunos miembros del Ejército norteamericano alegan que construir una fuerza acorazada más pequeña es una tontería mientras no se hayan producido avances significativos en aspectos como el combustible y la munición. Las armas electromagnéticas, los láser y los nuevos combustibles podrían ayudar. Hasta entonces, la velocidad de despliegue depende de los enlaces logísticos.
La fuerza de despliegue rápido del Ejército estadounidense es la 82ª brigada aerotransportada, capaz de actuar en 37 horas. Pero no se ha podido utilizar en Kosovo porque necesita capturar y retener un campo de aterrizaje, como máximo cuatro horas después de lanzarse en paracaídas para permitir que aterricen los C-17 que transportan los tanques M-1.
¿Qué pensaría el Wesley Clark de 30 años sobre la guerra que está dirigiendo su otro yo a los 54? En público, el general afirma que está satisfecho. Pero la campaña ha violado muchas de sus normas más básicas. Y a medida que se desarrollan los combates y son necesarios más hombres y armas es posible que reflexione sobre otras palabras de aquella tesis de 1975: "Depender sólo de las fuerzas aéreas y navales tiene pocas probabilidades de resultar suficiente".
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