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Reportaje:VA DE RETRO

Y mataron a las "Trece Rosas"

"Madre, madrecita, me voy a reunir con mi hermana y papá al otro mundo, pero ten presente que muero por persona honrada. Que mi nombre no se borre en la historia". Este párrafo está sacado de la carta que la joven madrileña Julia Conesa, de 20 años, escribió a su madre pocas horas antes de ser fusilada en agosto de 1939, cinco meses después del final de la guerra civil. Junto a ella fueron ejecutadas otras 12 chicas, la mayoría menores de edad, acusadas de pertenecer a las Juventudes Socialistas Unificadas, organización a la que se responsabilizaba del atentado contra un comandante de la Guardia Civil ocurrido el 27 de julio de aquel año. A pesar de los incontables fusilamientos ocurridos en la posguerra, el caso de las Trece Rosas, como se las llamó tras su muerte, conmocionó de forma especial, por la juventud de las muchachas, a quienes habían permanecido fieles a la República. El horror no podía llegar más lejos. Julia Escribano, de 81 años y vecina de la localidad madrileña de Zarzaquemada, estaba presa en la cárcel de Ventas cuando aquello ocurrió, no puede contarlo sin que su voz se quiebre y las lágrimas desborden sus ojos. Ella era amiga de Julia Conesa y Avelina García, dos de las Trece Rosas. "El 4 de agosto de 1939 las metieron en capilla. Les dijeron que se pusieran sus mejores ropas y se arreglaran como si fueran al cine. Subieron a despedirse del resto de las presas. Yo nunca las había visto tan guapas y tan serenas. Ellas sabían que las iban a matar, pero creo que hasta el último momento mantuvieron la esperanza de que les conmutaran la pena".

La mañana del 5 de agosto las reclusas no se apartaban de las ventanas de sus celdas para ver a las condenadas por última vez camino del paredón. Iban de dos en dos, escoltadas por una pareja de la Guardia Civil. Poco antes de las ocho de la mañana oyeron las detonaciones que acabaron con su vida junto a la tapia del cementerio del Este, donde están enterradas.

Es extraño y a veces terrible cómo funciona la memoria cuando envejece. Los hechos pasan por la cabeza de la anciana Julia como si hablara de ayer. El dolor es el mismo. Dice que no se le puede borrar la cara de Avelina y aquel último beso con el que se despidió. "Era la encargada de repartir el correo en la cárcel. Le gustaba hacerme sufrir un poco cuando recibía carta de mi novio, se hacía la remolona antes de dármela. Tenía mucha gracia. Lo último que me dijo es que no las olvidáramos nunca".

Una de las cartas más conmovedoras fue la que le escribió una de las condenadas, Blanca Brissac, de 29 años, a su hijo: "Sólo te pido que seas bueno, muy bueno siempre, que quieras a todos, que no guardes rencor a quienes dieron muerte a tus padres: no, eso nunca. Voy a morir con la cabeza muy alta, sólo por ser buena. Hijo, hasta la eternidad".

"El día que las mataron nos negamos a comer y como castigo nos prohibieron las visitas durante 15 días", recuerda Julia Escribano, que permaneció encarcelada durante cinco años. Jamás le dieron la oportunidad de defenderse en un juicio, aunque, dadas las garantías de entonces, de poco le hubiera servido. Nacida en el pueblo toledano de Villarrubio de Santiago, fue durante la guerra civil secretaria general de la Agrupación de Mujeres Antifascistas, organizó el Socorro Rojo en su pueblo para ayudar a los soldados del frente y escribía artículos en Mundo Obrero y Combate a favor de la igualdad de derechos de las mujeres. Éstos fueron sus crímenes. "Me llamaron a declarar en dos ocasiones. Me preguntaban por los artículos que había escrito y yo les contestaba que defender a las mujeres no era delito. La verdad es que también me metía con Franco y, claro, eso ya les parecía más grave", comenta con una sonrisa cómplice.

El mismo día que terminó la guerra, el 1 de abril, Julia Escribano abandonó su pueblo por temor a las represalias. "Yo no había matado a nadie ni robado, pero todo el mundo sabía de mis ideas y de mis actividades políticas. Como mínimo me esperaba el corte de pelo y el aceite de ricino. Me fui a Aranjuez a casa de un hermano y de allí me vine a Madrid andando. Me cogieron porque un paisano me denunció. No sé por qué lo hizo. Sus hermanas eran íntimas amigas mías. Quizá porque en el baile siempre le daba calabazas y fue una manera de vengarse, y de protegerse y ganar puntos ante los vencedores".

La llevaron a la cárcel de Ventas, donde permaneció 18 meses antes de ser trasladada al penal de Ocaña, donde pasó tres años. "Era el mes de abril del 39 y todos los días se producían cientos de detenciones, tantas como delatores había. La prisión de Ventas tenía capacidad para 600 reclusas y allí nos hacinábamos más de 3.000 mujeres. Yo nunca había visto tantos piojos y miseria. A veces dormíamos vestidas porque nos llamaban a declarar a medianoche. Pasábamos un miedo terrible porque a muchas no las volvíamos a ver y otras ingresaban directamente en la enfermería de las palizas que les propinaban".

Las imágenes que ve en televisión estos días de los bombardeos sobre Yugoslavia y la huida de los refugiados kosovares le han devuelto al peor de sus pasados. En un bombardeo en Ocaña en 1937 permaneció horas enterrada, junto al cadáver de una mujer, hasta que los guardias pudieron desescombrar el edificio. Durante casi dos años tuvo que llevar muletas. "Se me pone toda nuestra guerra por delante. Yo no sé qué solución puede tener el conflicto de los Balcanes, pero los bombardeos son terribles. En Aranjuez vi cómo un obús destrozaba a un niño de 15 años. Y cuando miro la cara de los evacuados me pongo enferma. A mi pueblo llegaban muchas mujeres que huían de las zonas que había ocupado Franco. La guerra es lo peor y siempre pagan los mismos".

En 1944 la pusieron en libertad sin ninguna explicación. Se casó ese mismo año con Faustino, un guardia de asalto que también había estado preso y que falleció hace dos años. Al principio participaron en reuniones clandestinas, pero estuvieron a punto de detenerlos y abandonaron definitivamente la lucha. Julia tiene dos hijas, cinco nietos y un bisnieto. "Hay quien no quiere recordar, pero a mí no me avergüenza haber estado en la cárcel por mis ideas. La vergüenza, para quienes me denunciaron y me tuvieron presa".

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