Hermanos
A todos nos duele la tragedia de Kosovo, pero Joaquim Molins, candidato a la alcaldía de Barcelona, hombre jovial, dotado con un físico simpático y saludable, uno de esos semblantes que piden a gritos un habano, personaje vital cuya presencia en la tribuna del Nou Camp ha de ser un espectáculo de colosal placidez, el senyor Molins, con innumerables generaciones bien alimentadas a su espalda, capaces de poseer cosas tan severas y delicadas como los cementos de la época así llamada del desarrollo, ha dicho que en tanto que catalán se siente como un kosovar. Mueve el ánimo ver a alguien a quien tan bien le ha ido en la vida poniéndose quizá por primera vez en la piel de quienes nada tienen, ni patria, ni dinero, ni dignidad, ni trabajo, ni absolutamente nada. Sin embargo, pocos días antes, Jordi Pujol había dicho sentirse kurdo, lo cual también incitaba a la compasión, y hubo que recurrir a los ujieres para explicar cómo debíamos administrar el sentimiento-de-ser-kurdo. Cierto es que no hace mucho habíamos puesto en marcha el sentimiento-de-ser-quebequés, y poco antes el de ser gallego, flamenco, suizo, corso, lituano (¿o era estonio?), checheno (¿o era ruteno?), en fin, que ya he perdido la cuenta. El caso es que la población de Cataluña se encuentra ahora mismo perpleja y desconcertada en su búsqueda de fraternidad, y hartos de tanto trajín corremos el peligro de que dirija sin previo aviso sus sentimientos hacia un señor de Murcia, excelente persona que vive y trabaja en Badalona desde hace ya muchos años, y que tampoco sabe muy bien qué sentirse ni con quién sentirlo. Semejante barbaridad produciría una escisión irreparable en la sociedad catalana. Así pues, decídase con urgencia un modelo estable, sea islámico o luterano, paria o potentado, a quien amar de una vez por todas.
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