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El desarraigo o la tranquilidad de ser refugiado

Contemplan las imágenes de la tragedia de Kosovo con una mirada que amenaza con estallar de dolor. Cada rostro, cada lágrima, cada paso cansado que recorre las 21 horas de camino entre Prístina y Macedonia les traslada a un pasado que anhelan olvidar. Como ahora más de 600.000 kosovares, también huyeron de sus casas, enterraron a sus muertos en tumbas sin cruces y buscaron refugio en campamentos. Son supervivientes de la guerra de los Balcanes que asoló Bosnia entre abril de 1992 y diciembre de 1995 y han encontrado una nueva hogar en el País Vasco. Durante las dos últimas semanas, han revivido el terror de las bombas e inhalado un torrente del miedo. BOSNIA DE SREBENICA Rechia Subasic nació en la población bosnia de Srebenica hace 39 años y tiene dos hijos de 18 y 15 años que le llaman ama y le hablan con acento euskaldún. Recuerda datos y fechas con precisión de cirujano. Los tres llegaron por azar a Markina (Vizcaya) el 7 de diciembre de 1992. El padre, Vekaz, resistió en Sarajevo durante cuatro años y medio luchando en la guerra. Hasta el reencuentro definitivo el 16 de julio de 1996 en Markina, su esposa y los niños desconocían que le había explotado una bomba a cinco metros, y que estuvo a punto de morir tras permanecer sepultado durante ocho horas. A pesar del tiempo transcurrido desde que el 25 de abril de 1992 Rechia dejó atrás su hogar en Sarajevo, su familia y parte de su vida camino de ningún sitio, cuando estos días contempla el éxodo de los albano-kosovares arrastrándose a pié o hacinados en trenes con destinos que desconocen, sufre. "Vivo de nuevo todo. Recuerdo la huida, los seis meses refugiados en Macedonia, donde los niños lloraban y las madres teníamos miedo. Pienso en mis hermanos y en mis cuñados muertos, en mi padre. Me pregunto en dónde estarán enterrados esos diez mil bosnios de mi pueblo que los serbios mataron en tres días. Cuando veo en la tele a esas pobres gentes, los albano-kosovares, pienso que hay que hacer algo por ellos. Me duele tanto". La amargura no impide que Rechia Subasic destile dulzura y sonría a menudo. Sus hijos, la chica Adisa, de 18 años, que ya planea con estudiar letras puras y turismo y Adis, de 15, han crecido en Euskadi y comienzan a olvidar su pasado. Para ellos, es más fácil. A Rechia, le brota el pasado cuando habla del exterminio kosovar. Su pueblo, Srebenica, ocupado por los serbios, le traslada a un paraje fantasmagórico. Hace unos meses, regresó. Necesitaba colocar unas flores en la tumba de su padre "que murió en 1993 después de sufrir mucha pena", pero no se lo permitieron. "Está todo ocupado por los serbios. Después de tres años, siguen allí. Nosotros lo hemos perdido todo. Hasta que llegó la guerra, vivíamos bien. Mi padre tenía un terreno de 300 hectáreas, con ovejas y vacas, ya no queda nada". Las escenas del éxodo forzoso de más de 600.000 kosovares buscando acogida en Macedonia, Albania y Montenegro, después de cruzar a pié escarpadas montañas o ser conducidos en trenes de ganado, envuelven la retina de Rechia del color sepia del pasado. Cuando el fuego de las bombas y las balas comenzaron a teñir de negro Bosnia, no lo dudó. Agarró de la mano a sus dos hijos, entonces de ocho y once años, y alquiló un autobús junto a otras 79 personas. El trayecto comenzó en Belgrado y concluyó en un campamento de refugiados en Macedonia, donde actualmente perviven 131.000 personas. Allí, permaneció ocho meses terribles. "Sufri mucho. teníamos miedo y los niños lloraban. Cuando pudimos, salimos de allí. Nos trajeron a España. Y desde entonces,se ha convertido en nuestro país". Quizá por eso, esta mujer bosnia no duda de que los refugiados albano-kosovares deben ser trasladados a países que les acojan hasta que termine la guerra. "Así no pueden vivir. Están sufriendo mucho. Hace frío y las noches son muy largas. Sus casas están destruidas. Me duele tanto". La toma de una decisión acertada no es tan fácil para Cear-Euskadi, comité de ayuda al refugiado. "Es necesario un programa de acogida. En el caso bosnio se hizo muy bien y llegaron a España unos 1.500 pero ahora es diferente. No existe ningún plan de repatriación. Se habla de trasladar a miles de refugiados pero no se sabe cómo hacerlo y eso genera una situación muy caótica. Algunos hablan de la necesidad de que salgan pero parece que lo hacen para colgarse una medalla. Lo fundamental es ayudarles allí, en los campamentos, donde están en una situación muy mala. Es necesario cubrir sus necesidades más básicas, son seres humanos que sufren y después habría que intentar que vuelvan a sus hogares. Ahora, es muy precipitado traerles. Allí están más cerca de sus hogares. A los refugiados no se les está preguntando nada. Eso es inhumano", argumenta la abogada Patricia Bárcena, de Cear, que conoce muy bien el tema. RUMANO Y CIEGO Valeriu Borsan, de 31 años, ciego, fisioterapeuta de profesión, no vivió el horror de la guerra de Bosnia, sino las consecuencias sangrientas del golpe de estado en Rumania que acabó con la dictadura de Ceaucescu en 1989. Escapó de una sociedad que no podía enfrentarse a la realidad de los invidentes para buscar en España un futuro profesional. Todavía no lo ha logrado. Actualmente vende La Farola en la Gran Vía de la capital vizcaína. Los últimos tres años los ha pasado en Bilbao, junto a su mujer y sus hijos de tres y seis años. Él se considera un refugiado. "No se puede decir que sea otra cosa. Soy un refugiado porque en mi país no había democracia y, en mi caso, la supervivencia era imposible". Sin embargo, España, tampoco le va muy bien. Desde que llegó, sufre una auténtica peripecia en su deseo de trabajar en la ONCE. Aunque Valeriu dispone del permiso de residencia y cuenta con su documentación en regla, la normativa interna de la institución de invidentes le impide realizar una ocupación remunerada por ser extranjero. "Me he tenido que enfrentar a injusticias de toda índole, he tenido que ir a los comedores públicos y buscar en los contenedores de basura para que pudieran comer mis hijos, sin que ellos lo supieran. He pasado por tantas cosas y promesas que nunca hubiera sospechado. Y todo por ser extranjero y ciego", se queja con contundencia. Como refugiado, se siente abandonado por las instituciones y sólo agradece la actitud de "esas personas que de manera particular ayudan". Su experiencia de extranjero le empuja a expresar su desacuerdo con la posible acogida de kosovares. "Los gobiernos y muchas organizaciones se llenan la boca hablando de ayudas humanitarias pero eso es sólo al principio. Traen a la gente al país y después de unos meses, ¿qué?, les dejan abandonados. Cuando estás en esa situación, como los kosovares y yo mismo en Rumania, crees que si sales de allí todo estará bien pero no es así. No es suficiente con que te den ropa y comida. Somos humanos y necesitamos trabajo para conservar nuestra dignidad. En los campamentos de refugiados no se pregunta. Hay que atenderles allí y procurar que puedan volver a sus hogares". Valeriu no regresará al suyo porque sería dar un paso atrás. SERBIO BOSNIO DE BANJA LUKA Senisa Durdewit tiene 26 años y es serbio bosnio. Procede de Banja Luka, un enclave serbio, a 80 kilómetros de la frontera de Croacia, al que no llegaron las balas en los años de guerra. Sin embargo, en octubre de 1992, él y su hermano gemelo cerraron el supermercado con el que se ganaban la vida antes de la conflagración y se despidieron de su padre, que prefirió luchar en primera línea de guerra, y eligieron refugiarse en Londres (Reino Unido)porque tenían varias amigas. Permanecieron dos años hasta que Senisa conoció a Cristina, se enamoraron y en mayo de 1996 aterrizó en España. Ahora están casados, el joven serbio posee la nacionalidad española y trabaja en una imprenta en Bilbao. Desde la lejanía, contempla como el horror vuelve a su país y no lo comprende. "La OTAN está bombardeando mi país y eso es terrorismo. Los serbios siempre aparecen como los malos pero no es así. En la guerra anterior también nos echaron la culpa de todo: éramos los asesinos, los que violábamos a las mujeres bosnias y ahora se nos acusa de lo mismo, pero con los kosovares. Hay muchas mentiras", asegura con bastante calma. Para Senisa que la ofensiva militar del Ejército yugoslavo en Kosovo es una respuesta a la violencia de los rebeldes del Ejército de liberación de Kosovo (UCK) y no un ataque a los ciudadanos. Cree que los albano-kosovares "vivían bien, tenían todos los derechos y hablaban su propia lengua. No existían problemas hasta que tomaron las armas para pedir la independencia". Senisa rechaza la guerra y está convencido de que la única solución es que el presidente de Yugoslavia, Slobodan Milosevic, e Ibrahim Rugova, el líder de los albano kosovares, se sienten a dialogar. Cuando contempla las imágenes en la televisión se enfurece, pero también se duele. Tiene que haber otra alternativa a los bombardeos de la OTAN. MUSULMANA Y BOSNIA Mihria, musulmana bosnia, se encuentra en el bando contrario de Senisa. Tiene 39 años y dos chicos de 9 y 13 años. Está convencida de que los Ejércitos de la OTAN tienen que penetrar en territorio yugoslavo para frenar a los serbios. Sonríe cuando alude a Milosevic como "un segundo Hitler". Nació en Sjenica, en territorio serbio de Bosnia, pero pronto las penurias le empujaron junto a su marido Sefkija a buscar trabajo en Sarajevo. Tenían su casa, trabajaban en una fábrica de alfombras y llevaban una vida normal, como ahora recuerda Mihria en su casa de Markina, convertida ya en una pequeña colonia bosnia en Vizcaya. Todo cambió cuando la guerra estalló el 6 de abril de 1992. No quiso esperar a que el miedo le atenazara. El día 19 del mismo mes, emprendió rumbo obligado a un campamento de refugiados en Macedonia, donde permaneció ocho meses. "Cada vez que lo pienso o cuando ahora veo lo que pasa con los kosovares, me vuelvo loca. Fue todo terrible. Esa gente lo está pasando fatal, peor que nosotros. No sólo están lejos de sus hogares, sin nada, sino que los kosovares siempre han sido los más pobres, los peor tratados, se les ha considerado un poco inferior". Saborea su nueva vida pero el pasado amenaza con romper la ilusión de Mihria. La tragedia kosovar no puede pasarle de largo, sin rozarle. Ella tenía amigos albano-kosovares y los recuerda como gente buena, dispuesta a ayudar. "Cuando los bosnios sufrimos la guerra, recuerdo que ellos decían, "los próximos seremos nosotros" y así ha sido". Su casa de Sarajevo permanece abierta. Uno de sus hermanos vive allí. Cuando le visitó el pasado año, tuvo en sentimiento de pena aunque nada parecido a cuando le comunicaron en el campamento de refugiados de Macedonia que su marido había muerto en la guerra. Sólo fue una confusión de identidades. "Seguro que a muchas mujeres kosovares les estará pasando algo parecido".

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