Nueva Vieja Ola
Cada equis años, en los protocolos de la liturgia del comercio de arte y cultura ocurren, mitad funeral y mitad natalicio, celebraciones de viejos sucesos, en su tiempo muy vivos pero que algunos daban por muertos y resulta que todavía colean y remueven los alrededores de donde se les evoca; y se comportan como remolinos de tiempo recuperado que agitan las aguas, siempre demasiado quietas, del estancamiento y la muerte de la imaginación. Sin fecha exacta, pero más o menos por ahora, cumple 40 años (si se acuerda que entre 1958 y 1959 es donde toma cuerpo de movimiento, como consecuencia del rodaje de su banderín de enganche, Al final de la escapada, la célebre y todavía desconcertante película de Jean-Luc Godard) aquella Nueva Ola del cine francés que en pocos años abrió puertas desde siempre cerradas a la pasión de hacer películas y todavía sigue abriéndolas pese a que en las estancias a que conduce hay más oscuridad que entonces.El libro de Esteve Riambau El cine francés 1958-1998, que lleva como subtítulo "De la Nouvelle Vague al final de la escapada", tiene un par de semanas de existencia; y un voluminoso, variado y con pinta de muy vivo número de la revista Nickel Odeon titulado 'La Nouvelle Vague, cuarenta años', tan sólo un par de días. No es demasiada celebración, si se tiene en cuenta que no pasa año sin que ocurra alguna y que la persistencia de la etiqueta conocida como Nueva Ola no sólo se celebra por saltos de décadas, sino también de años e incluso de meses, porque, junto a la enormidad de la hojarasca literaria que ha caído de sus ramas, algunas de estas ramas siguen fértiles y reverdecen en brotes nuevos que no atienden a fechas preconcebidas ni a jerarquías cronológicas, por lo que no hace falta festejarlas en las imprentas, pues son las pantallas las que se encargan de hacerlo con alguna película heredera de aquella ventolera. Por ejemplo, en septiembre del año pasado se estrenó en Venecia Cuento de otoño, de Eric Rohmer, que encontró pantalla hace cosa de un mes en España, casi al mismo tiempo que En el corazón de la mentira, quintaesencia de Claude Chabrol, y no parece que haya mejor celebración para que el nacimiento que la maduración de otros dos dé sus frutos.
De pocos capítulos de la historia del cine se ha dicho y escrito tanto como de aquella vieja Nueva Ola. No es para menos, porque junto a las toneladas de estomagante literatura cinéfila que provoca nos caen en las manos de vez en cuando trabajos precisos y clarividentes sobre lo que aquel fenómeno aportó y sigue aportando a la evolución del lenguaje cinematográfico. Con las disquisiciones sobre la Nueva Ola ocurre, aunque multiplicado, lo mismo que con el cine derivado de ella: abunda la paja y escasea el grano. Y si la Nueva Ola dio lugar a mucho celuloide tonto e insignificante, cuando no nacido muerto, el nuevaolismo teórico y crítico, también conocido como cahierismo por ser su fuente natal la revista Cahiers de Cinema, ha alimentado un enorme vertedero. Sobre la Nueva Ola se han escrito bibliotecas, y sumergirse en ellas sería divertido si no fuese mortal por demasiado tedioso. Hay cementerios de papel y de celuloide en los que de tiempo en tiempo asistimos a alguna resurrección o, cuando menos, a un brote vivificador, y el aroma del milagro se abre paso en la selva de polvo y telarañas del nuevaolismo, verdadera tumba de la Nueva Ola.
Casi todo lo que se sabe a ciencia cierta, fuera de las aproximaciones huecas y de las barridas de polvo debajo de la propia alfombra, acerca de lo que significó para el cine este movimiento, proviene de gente de mirada limpia que lo observó desde fuera. El prólogo que Bertrand Tavernier ha escrito para el libro de Riambau y los capítulos generales del libro de éste pertenecen a esa noble especie de miradas limpias sobre un asunto demasiado ensuciado. Hay en ellas materia sugeridora tan abundante que rompe los bordes de una crónica y pide más giros de lectura, más observatorios. Los tendrá, porque merece la pena ahora indagar un poco en cómo fueron las raíces de algunos aspectos esenciales del cine futuro. El embarullado y espeso envoltorio literario que acompaña desde hace cuatro décadas a la Nueva Ola pide más espacio para que una patada no derive en un pataleo. Lo que realmente aportó, y aporta, la Nueva Ola son unas cuantas, pocas, cosas muy simples y contundentes. Por ejemplo, un modo de hacer cine, de producirlo, de fotografiarlo, de montarlo, que en lo esencial no sólo sigue vigente, sino practicado por quienes, como Tavernier, combatieron los flecos teologales de aquel movimiento eminentemente práctico sobre el que todavía se sigue echando hojarasca teórica inútil. Y hay que volver, una y otra vez, a este asunto, que es la ecuación igualitaria entre cine y libertad, porque sigue siendo el primero y primordial, y la gloria de la Nueva Ola arranca de haberlo desvelado.
Babelia
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