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Entrevista:DESVÁN DE OFICIOSPASAMANERO

"Las borlas y los flecos se han democratizado"

Enrique Contreras diseña con ordenador la pasamanería que nace de herramientas centenarias

Enrique Contreras procura no perder el hilo. Es algo imprescindible en su oficio, literal y figuradamente. La pasamanería, el arte de confeccionar flecos, abrazaderas, alamares o borlas, se ejerce con hebras trajinadas sin error. Además, hay que estar atento para encontrar nuevos mercados a un producto "democratizado" después de muchas décadas de elitismo.El hilo se mantiene en una de esas calles donde las pisadas aún se oyen y los gatos ronronean a los pies del caminante. Es la de Fomento, que da la espalda al mismísimo Senado y al rascacielos pionero de la ciudad. En esta rúa estrecha, amenizada a ciertas horas por un instituto, una comisaría y un tablao lejano, hay casi más tiendas cerradas que abiertas. En las segundas conviven rótulos modernos con viejas portadas desteñidas. "Cordonería", se lee en el número 28. Tras la puerta hay un establecimiento de antiguo utillaje y moderna política comercial.

Más allá del dintel, el señor Contreras, de 48 años, añade un hilván a la trayectoria pasamanera de su familia: la iniciaron unos tíos bisabuelos franceses a finales del siglo pasado. Su sobrina nieta Lucía heredó y rebautizó con su nombre el negocio. Su hijo Enrique no se planteó mantener la tradición hasta 1978. "Ese año cerró la Escuela Mayor de Artesanía Textil, donde yo era profesor. Entonces tuve que elegir: o seguía como funcionario o me venía al taller familiar", relata.

El pasamanero optó por lo segundo y buscó dar otro aire a la actividad, que por aquel entonces aún atravesaba momentos de crisis. Borlas, flecos y cortinajes con abrazadera se habían pasado de moda desde los años sesenta. Eran antiguallas propias de gente rancia y pudiente.

Imaginación, diseño por ordenador y disminución de costes fueron las armas que empleó Contreras para su gran objetivo: "Democratizar la pasamanería", algo que dice haber conseguido.

-¿Cómo lo ha hecho?

-Con nuevos diseños y precios más bajos. La mejoría en el nivel de vida también ha ayudado a que la pasamanería vuelva a estar de moda. Es un elemento decorativo que delata gusto y aporta distinción.

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-¿Los stores no han acabado con los cortinajes recogidos con abrazaderas de pasamanería

-Están mucho más en boga los primeros, por supuesto, pero hemos creado pasamanería para adornarlos. Así no son competencia.

El señor Contreras, convencido de que tradición y modernidad forman un buen matrimonio, ha logrado exportar sus productos a varios países, y hasta ha recurrido a la deslocalización para fabricar algunos elementos, como los botones, que encarga en China por su coste menor. "Hay que actualizar la tradición para poder seguir funcionando".

La puesta al día del pasamanero-hombre de negocios contrasta con los viejos aires de su taller, donde se trabaja manualmente, a la antigua usanza. Jerónima, Oma, lo hace con la compañía de la radio instalada sobre la mesa pasamanera. Es un amplio tablero con orificios en los bordes. En ellos se ajustan los utensilios precisos para cada tarea: no es lo mismo torcer flecos que tejer moras, esas cadenetas que suelen tapar las uniones entre piezas.

Con la cháchara radiofónica de fondo, esta mujer entrada en años prepara presillas, unas pequeñas lazadas que cuelga de una cuerda tendida entre dos palitos de madera. Toma una de ellas para colocar en su interior una madeja de hebras. A continuación tira de la presilla, que, mediante un nudo corredizo, apresa las fibras por la parte media. La primera borla está lista. Luego vendrán otra y otra.

Oma, dedos hábiles con más de 25 años de experiencia, carece de tareas favoritas -"me gustan todas"-, pero sí tiene materiales preferidos. "La seda natural es lo más difícil de trabajar, y el yute, el más desagradable", explica la operaria más veterana de un taller con cinco nóminas.

La más joven, Gemma, realiza la tarea más básica: prepara la urdimbre, el conjunto de hilos que se instalarán en el telar. Su labor consiste en disponer las fibras en la urdidera: dos tablas verticales de madera dotadas de salientes y situadas a cuatro metros de distancia. La chica lleva el hilo de una a otra caminando a buen paso.

La urdimbre preparada por Gemma se coloca en horizontal en el centenario telar de bajo lizo, donde se confeccionan, con una cadencia antigua, galones, flecos o grecas. Los cordones se trasiegan en otra herramienta veterana: una rueda de madera.

Del taller de la calle de Fomento salen trabajos destinados a tiendas de decoración y a particulares. Las abrazaderas, el producto más clásico, cuestan entre 850 pesetas (de rayón) y 12.550 (de seda). "Lo que más nos piden ahora es el fleco de madroño ", detalla Enrique Contreras. El pasamanero, convencido de que el fleco y la borla "se han democratizado" definitivamente, habla con satisfacción de su renovado oficio . Todo es cuestión de no perder el hilo.

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