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Entrevista:

"Mi viaje futuro será hacia mi interior"

MarujaTorres lleva más de 35 años dedicada al oficio periodístico. En ese tiempo ha hecho de todo: desde coger al dictado crónicas futbolísticas de equipos de segunda hasta entrevistar a la celebridad de turno. Convertirse en reportera era su objetivo y lo consiguió con creces en todos los escenarios a los que fue enviada.Pregunta. En su segunda incursión literaria ha optado por su vida periodística como soporte creativo. En la primera recreaba sus orígenes en la Barcelona más pobre y aquí recrea su llegada al reporterismo.

Respuesta. Hablo de mi vida y del periodismo porque ambos se funden y yo no sería nada sin mi oficio, que me enseñó a vivir, ni sin la vida, que me condujo al periodismo.

P. Su proyecto inicial era hacer un manual sobre el oficio periodístico, pero el resultado no ha sido exactamente ése.

R. Es que me pareció muy pedante, distinto a lo que yo soy. Y, de repente, comprendí que lo que me tocaba hacer era un libro de aventuras. La aventura de una mujer que empezó a vivir a tientas, que se cruzó con la suerte en muchas ocasiones, que tuvo el privilegio de vivir en primera línea guerras, tragedias, revoluciones culturales y bastantes alegrías. A mí el periodismo me permitió ser golfa sin que me llamaran puta, beber sin que me catalogaran como borracha, amar sin perderme y escribir hasta describirme.

P. Cuenta en el libro que ejerciendo este oficio en situaciones de crisis ha llegado a grandes certezas personales como, por ejemplo, que no quiere morir sola.

R. Cuando te encuentras en situaciones límite, que en cierto periodismo no faltan, sabes lo que vale un peine y, sobre todo, entiendes qué es lo que no vale nada en absoluto. Ante la muerte quiero tener lo mismo que en cada día de mi vida: amigos y, si ello no es posible, el breve instante de amistad que te ofrece alguien que comparte contigo un mismo destino.

P. Beirut ha sido muy fuerte en su vida profesional y personal. La belleza y el terror unidos. Hay un momento en el libro en el que afirma que tuvo que regresar a Beirut para saber quién era.

R. Es curioso, porque en Chile, por ejemplo, tuve hasta una amiga que murió y un amor que nunca fue, más el ingrediente Pinochet. Pero en Beirut me enamoré de la ciudad: representa para mí lo peor y lo mejor de las civilizaciones oriental y occidental. Algo así como la Alejandría inventada por Durrell para su Cuarteto. Un punto de inflexión humano y urbano irrepetible. Junto con el verdadero miedo, el verdadero heroísmo, el verdadero rostro del ser humano, su maldad última.

P. Entre tanta confesión intensa, no se corta nada a la hora de hacer confesiones impúdicas: se liga a un chófer kurdo nada más llegar a Beirut, se tira a un camarero negro en Soweto o hace una colecta pública en Por Favor para abortar en Londres.

R. Bueno, no puedo evitar ser como soy, ni contar cómo fui. Y yo era un producto de mi época, de mi maravillosa, hoy diríamos políticamente incorrecta época, un tiempo en que arrojamos los condones por el balcón, usamos la píldora anticonceptiva, nos entregamos al sexo sin darle mayor importancia, y caminamos, a tientas, hacia lo que cada uno iba a ser. Del resultado final no tuvo la culpa lo que hoy puede parecer desenfreno (por el amor del cielo: yo trabajaba de ocho de la mañana a diez de la noche), sino lo que cada uno ha sabido hacer con su experiencia. No, no me corto un pelo. Faltaría más.

P. ¿Cree de verdad que para ser aceptada en la comunidad de enviados especiales una mujer tiene que beber más whisky que los hombres y hacer más alardes de virilidad que ellos?

R. Para hablar francamente, aunque no hubiera sido un trámite necesario, me habría encantado cubrirlo. Me gusta beber y caminar al filo del abismo. Además, me era útil, porque es verdad que lo de alardear de "un par de cojones" siempre funciona.

P. Cuenta también que en 1984, durante uno de sus viajes, descubre que no hay hombre que la mantenga ni la comprenda y decide poner en marcha un axioma: "El hombre de mi vida soy yo misma".

R. Sí, en el sentido de que una mujer tiene que valerse por sí misma, en todos los aspectos; la vida es dura y no hay que descargar en el otro las propias carencias, que bastante tiene con las suyas. Dicho esto, he pasado momentos maravillosos con los hombres de mi vida, cada cual en su estilo. Unos te dejan huella y otros no: pero, cualquiera que sea la historia, una mujer es un individuo, responsable de su trayectoria ante sí misma. El amor es estupendo, pero, cuando llegas a la madurez, si no has tenido la suerte de encontrar a tu verdadera media mandarina, te das cuenta de que está entre lo más anecdótico.

P. Llegar a la Redacción de El PAÍS, con la que soñaba desde que en la noche del 23-F lloró en un quiosco al comprar un ejemplar con su decidida defensa de la Constitución ante el golpe de Estado, fue para usted la consecución de un sueño. Sin embargo, hay un momento en que lo abandona, y en el libro confiesa que se acabó su luna de miel con este periódico. ¿Cómo lo ve, desde hoy?

R. La primera vez entré en EL PAÍS como Cenicienta al final del cuento. No sabía que los cuentos sólo son el pórtico de la realidad. En aquel momento, principios del 82, ni este periódico ni yo supimos encontrar los mecanismos para adaptarnos: había pasión, pero no entendimiento, por ambas partes. Volví después de un tiempo de reflexión. Con un PAÍS que supo valorarme tanto en mi frivolidad como en mi rigor, y yo misma convertida en una periodista mucho más madura. E igualmente loca. Amo este periódico porque me deja ser una cabra suelta: sabe que, cuando es necesario, me convierto en un miura.

P. Entre su primer viaje como reportera a Chile, en el 86, y la invasión de Panamá, en el 89, descubre que por más que viaje a lugares lejanos, lo importante es el propio trayecto.

R. Puro Cavafis, por otra parte. Y esta gran verdad, la de la validez del camino personal, junto con el conocimiento de que mi viaje futuro sería hacia mi interior, me llegan prácticamente al mismo tiempo. Hasta ahí, elegí la acción, la escapada. Desde ahí, empieza la reflexión. Puedo asegurar que esta nueva aventura resulta tan apasionante como la otra. Y en mi caso no se habría producido esto de los libros, las búsquedas por dentro, sin la riqueza de experiencias que me ha proporcionado el periodismo.

P. Con tanto trajín, ha tenido la oportunidad de disfrutar y también de sufrir el subperiodismo que inevitablemente hay en toda redacción. Muchos temían que el libro era una oportunidad para descubrir a algunos incompetentes, pero no ha hecho sangre.

R. No. Me he limitado a esbozar algunas definiciones. Desengañémonos: los peores, por serlo, no merecen ni una línea, aunque algunos prototipos sí han sido debidamente reflejados. Pero yo he sido una mujer muy afortunada, lo soy, la gente me ha ayudado, me ha acompañado. Y triunfé por encima de mis pequeños enemigos. No vivo para el rencor. Por otra parte, recordar a los mediocres sólo habría servido para restar espacio a capítulos divertidos, anécdotas, personajes de la farándula y otros tipos con quienes he tropezado y que han sido más útiles, en general. Tengo una cualidad colosal: no sé odiar. Compensada por una pequeña maldad: cuando les llega la caída a los peores, me lo paso bárbaro.

P. Dice al final del libro que ya no necesita las redacciones. No me lo creo.

R. Es que no me entiende. Yo les pedía a las redacciones lo mismo que, en mi juventud, a los hombres: que me solucionaran la vida. Ahora me gustan tal como son. Y, de entre lo que son y lo que han sido, me gusta esa sensación de farmacia de guardia, de lugar noctámbulo o diurno al que puedes acudir porque siempre encontrarás... ¡Oh, cielos! La verdad es que, en las redacciones de ahora, lo único que encuentras es la moqueta y algún que otro aspirante a jefe acumulando horas extras... Pero los amigos. Hay amigos, hay periodistas. Lo cual me lleva a algo que quiero aclarar. Mi libro, que terminé en febrero, es algo pesimista en cuanto al reporterismo actual. Tengo que decir que ahora, con lo de Serbia y Kosovo y la OTAN y toda la vaina, hay muy buenos periodistas en acción.Y hablan por las víctimas.

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