Difícil, pero no imposible FERNANDO VALLS
Dieciséis años después de su desaparición, el Premio Biblioteca Breve de novela, convocado por Seix Barral, vuelve a fallarse de nuevo el próximo miércoles. Se fundó en 1958 para llamar la atención sobre "aquellas obras que por su contenido, técnica y estilo respondan mejor a las exigencias de la literatura de nuestro tiempo". Formaron parte del primer jurado Juan Petit, Josep Maria Castellet, José María Valverde y Víctor Seix y Carlos Barral en representación de la editorial. Con la muerte de Petit en 1964 y la de Víctor Seix en 1967, año también en el que Valverde se exilió a Canadá, se empezaron a producir cambios en los que se fueron incorporando Luis Goytisolo, Juan García Hortelano, Salvador Clotas, Félix de Azúa, Jesús Aguirre, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Guillermo Cabrera Infante, Juan Rulfo, Juan Ferraté y Pere Gimferrer. Entre 1958 y 1972 obtuvieron el galardón cinco autores españoles que hoy gozan de un indiscutible prestigio, pero que en el momento en que se les concedió el premio -excepto Juan Benet- eran jóvenes escritores que estaban iniciando su trayectoria literaria. Las novelas de Luis Goytisolo, Juan García Hortelano, José Manuel Caballero Bonald, Juan Marsé y Juan Benet han resistido el paso del tiempo, aunque me parece que Las afueras (1958), Últimas tardes con Teresa (1966) y Una meditación (1970) han envejecido mejor que la objetivista Nuevas amistades (1959), que en su momento compitió con el chileno Carlos Droguet, y Dos días de septiembre (1962). Cuando sólo tenía 26 años, en 1962, lo obtuvo Mario Vargas Llosa con La ciudad y los perros (1963). A pesar de ser su primera novela no era un autor desconocido en los ambientes literarios de la ciudad ya que había obtenido el Premio Leopoldo Alas con un libro de cuentos, Los jefes (1959). No parece muy arriesgado apuntar que con esta novela empieza lo que luego se llamaría el boom. Buena prueba de ello es que en 1964 y 1967 la recompensa fue a parar a manos de Guillermo Cabrera Infante, entonces tercer secretario de la embajada cubana en Bruselas, y Carlos Fuentes, con Tres tristes tigres y Cambio de piel (1967). Por problemas con la censura, la primera no se publicó hasta 1967, y sufrió en estos tres años -lo ha confesado el autor- una gran trasformación, que convirtió lo que era una novela del realismo socialista en un libro hedonista y lleno de humor. Por las mismas razones, la segunda tuvo que editarse fuera de España. El mismo año que ganó Carlos Fuentes quedó finalista El mercurio (1968), la innovadora y sugestiva novela de José María Guelbenzu. A lo largo de estos años se le concedió también el premio a dos autores que en su país gozan de un cierto prestigio, pero que entre nosotros no acabaron nunca de cuajar. Me refiero al mexicano Vicente Leñero y el venezolano Adriano González León, autores de Los albañiles (1964) y País portátil (1969), una novela -esta última- sobre la violencia urbana en Venezuela. En 1970, año del caso Padilla, Barral sale de Seix Barral y el jurado, como muestra de adhesión a su persona, declara desierto un premio que lo más probable es que ese año lo hubiera obtenido José Donoso con El obsceno pájaro de la noche (1970). La existencia del Biblioteca Breve se prolongó dos años, aunque con más pena que gloria, pues en 1971 se le debieron de nublar las entendederas a un jurado que prefirió Sonámbulo del sol, de la cubana Nivaria Tejera, a Cobra (1972), de Severo Sarduy. En 1972 lo obtuvo J. Leyva con La circuncisión del señor solo, con lo que -tras dos patinazos seguidos- tomaron la quizá sabia decisión de no convocarlo más. Visto con la perspectiva de hoy, el balance del premio es extraordinario, con dos novelas excepcionales (La ciudad y los perros y Tres tristes tigres) y unas cuantas más tan ambiciosas como interesantes (Las afueras, Últimas tardes con Teresa, Cambio de piel y Una meditación). Pero no hay que olvidar los variopintos avatares que sufrió a lo largo de los años. Algunos conflictos surgieron al admitir a concurso, el mismo Barral lo
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