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Ciudades pedagógicas

IGNASI RIERA La conmemoración del 20º aniversario de los primeros ayuntamientos democráticos está resultando de un notable interés: aporta recuerdos, páginas vividas, decepciones y obsesiones que estábamos olvidando ya. Que algún programa radiofónico haya dado voz a los protagonistas de entonces para recordarnos las angustias económicas, la incomprensión de la maquinaria municipal o la herencia franquista de ciudades suburbializadas se podría convertir en argumento eficaz contra los escépticos ante la actividad política. Porque la transformación urbana en Cataluña demuestra que sí, que la política sirve para algo. Y que una política así, transformadora, ha sido posible porque se creaba un marco legal y porque había personas que, con el apoyo de muchas y muchos, jugaban a fondo la carta de la transformación. Coincide el aniversario de las primeras municipales con una iniciativa barcelonesa de debate sobre el binomio ciudad-educación. El impulso al proyecto se lo ha dado Lali Vintró, otro de los activos políticos que hará mutis y se alejará, espero que sólo momentáneamente, de ese teatro casolà que es la política catalana. Vintró, catedrática de Griego clásico, tiene muy clara la conexión entre política y paideia. Y entre política y ciudad, que no en vano política deriva de polis. Es oportuno que recordemos el papel educativo de las ciudades. En parte para certificar la verdad del aserto reiterado de Luis Arribas Castro, uno de los gigantes incuestionables de la radio en este siglo: "La ciudad es un millón de cosas". Y quienes viven en la ciudad sufren / alimentan / critican / pagan ese "millón de cosas". Pero también porque el barcelonismo de signo más progresista ha querido estar siempre cerca y a favor de la tarea educativa, en general, y de las escuelas, en particular. Las célebres escuelas del Patronat, base de la renovación pedagógica en Cataluña, eran escuelas municipales. Y uno de los baremos para juzgar la sensibilidad cultural de un consistorio ha sido su atención al mundo escolar. Y ello a pesar de que la LOGSE, ley que tenía que ir acompañada de otra ley, la de su financiación, sigue siendo muy poco municipalista, a pesar de que la impulsaron fuerzas políticas que invocaban en su credo laico la fe permanente en los ayuntamientos. La reflexión pascual de la primera semana hábil, a efectos civiles, del mes de abril de 1999 sobre las ciudades educativas, puede tener una trascendencia mucho mayor porque nos proyectará hacia otro tipo de debate: el de la capacidad de la escuela para formar ciudadanos / as y el de la capacidad de las ciudades de serlo para las personas. Hemos denunciado en ocasiones un peso excesivo del ruralismo en la producción artística catalana. Hemos recordado que sólo cuando ciencia y técnica dialogan como las llamadas bellas artes... unas y otras son proyectadas hacia futuros mucho más fértiles. Pues bien, las ciudades son, por esencia, amalgama de todo ello. El estudio del subsuelo de una ciudad, de su red viaria, puede apasionar a la escuela: la ecología urbana es una ciencia que nada tiene que envidiar al estudio simple de fauna y flora en parajes tropicales. Y si alguien quiere saber en qué mundo vive, que se limite a analizar la procedencia de quienes habitan en las calles próximas, la edad de las personas que viven en su barrio, su nivel de estudios, su actividad laboral. La pedagogía del siglo XXI girará en torno a las ciudades: para habituarnos a ellas y para salvarnos de ellas. La escuela, derecho sagrado para todos y todas, cocinará su entorno, rural o urbano, si quiere alimentarse bien.

Ignasi Riera es escritor y diputado de IC-V.

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