"Ecocidio"
J. J. PÉREZ BENLLOCH El parque natural de L"Albufera, y muy especialmente el lago, son un prodigio de supervivencia. Conmueve tanto como asombra recordar y constatar la serie inacabada de agresiones que ha resistido este espacio, más loado que realmente protegido por quienes mayor responsabilidad tienen. Pero éstos, como es obvio, atienden a sus intereses o confían en la capacidad renovadora de la naturaleza y, por supuesto, en la divina providencia, sin parar mientes en la fragilidad del paraje y la penosidad de las heridas que se le han infligido. Ahora está a punto de perpetrarse una más, que bien podría convertirse en el apuntillamiento de esa postal entrañable. Nos referimos al ecocidio que proyecta la Confederación Hidrográfica del Júcar, que es como decir el Ministerio de Medio Ambiente, y que consiste en el encauzamiento de 42 kilómetros de barrancos tributarios del lago por un importe de 14.000 millones de pesetas y cuya primera fase está a punto de ser ejecutada, si nadie lo remedia, por más que se vulnere un montón de leyes y los daños previstos justifiquen una protesta pública y masiva contra los ecocidas y sus cómplices, las autoridades implicadas por acción u omisión. Por lo pronto, y en el capítulo de consecuencias más notables, se acelerará la colmatación de L"Albufera debido al aumento del caudal y velocidad de los flujos. Si ya es precaria y delgada la lámina de agua, más lo será cuando los hormigonados cauces descarguen en la misma vera de la laguna toda su acrecida carga de sedimentos. La marjal ya no retendrá ni filtrará parte de los mismos, como ha venido aconteciendo secularmente. El ecosistema lagunar tendrá fecha de caducidad, Apresúrense a tomar las últimas fotos de ese paisaje que tanto se estiman. Además del mentado aterramiento y la destrucción parcial de la Punta de Llebeig -con notorio daño a las aves acuáticas aquí instaladas- el nuevo cauce artificial y sus aluviales aguas removerán los fangos tóxicos que se concentran en su desembocadura, lo que se traducirá en envenenamientos masivos. No es una novedad, pero a partir del encauzamiento será una fatalidad periódica para toda la cadena trófica del humedal. Añadamos a lo dicho que si bien es verdad que los barrancos de referencia son hoy en buena parte una sucesión de vertederos (¿para qué demonios sirve la citada Confederación Hidrográfica?) contienen todavía una impresionante diversidad biológica que merece conservarse y que desaparecerá si el cemento destruye su hábitat. Del paisaje no hablemos, pues será irreconocible y hostil tanto para la fauna como para los ciudadanos. Claro que ese aspecto se la trae floja a los ingenieros y patrocinadores de este delirio. Dando por cierto que han de haber otras soluciones para eludir o atenuar las inundaciones -y aseguran que haylas-, pues de eso se trata, ¿por qué se recurre a una fórmula tan dura? Al decir de los ecologistas, porque se pretende tapar errores históricos, legalizar ocupaciones abusivas de cauces públicos y, en definitiva, disimular la errática política territorial desarrollada por los municipios afectados y el ineficaz organismo que venimos anotando. Todos a una propiciaron el problema y ahora quieren que L"Albufera y los somormujos o la polla de agua, por citar dos víctimas entre mil, paguen los vidrios rotos. Sólo que les va la vida en el precio.
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