Nacionalismo
Va siendo hora de hablar con claridad: el nacionalismo (empezando por el españolismo) es una peste. Y no me estoy refiriendo al amor por la propia lengua ni al respeto a la memoria colectiva de nuestros predecesores. Porque todos somos hijos de nuestro pasado, y la diversidad de cada cual es un bien común que hemos de proteger y que forma parte del tesoro cultural de los humanos.Pero el aprecio y el interés por la diferencia no tienen nada que ver con el nacionalismo, que siempre tiende a la cerrazón y lo monolítico, y que en su versión más dura es un auténtico cáncer de la conciencia, como se está demostrando, una vez más, con los bárbaros desmanes del genocida Milosevic. La mentalidad nacionalista implica cierto tipo de exclusión del otro: o bien a sangre y fuego, en los salvajes, o bien en un tonto sentimiento de superioridad entre los nacionalistas civilizados, si es que esos dos conceptos, nacionalismo y civilización, pueden ir unidos de algún modo, cosa que más bien dudo.
Einstein decía que el nacionalismo es el sarampión, la enfermedad infantil de la Humanidad, y desde luego hace falta ser necio e inmaduro para sentir orgullo personal y envanecimiento por haber nacido a este lado o al otro de una linde geográfica, como si ser español o turco, por poner un ejemplo, hubiera sido un mérito propio logrado con un esfuerzo sobrehumano. Sólo encuentro una mentecatez parangonable a ésta y es la de jactarse de ser joven, lo cual suele curarse con la edad. Pero es mucho más difícil curar el nacionalismo, ese impulso ciego y primitivo que fomenta nuestros peores instintos y nos retrotrae a la tribu, al clan, quizá a la manada. Quiero creer que los humanos lograremos superar estas miserias algún día: y para entonces la palabra nacionalista estará tan justamente desprestigiada que la consideraremos un insulto.
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