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Roma vive como un calvario las obras del Jubileo del 2000

El Vaticano espera veinte millones de peregrinos durante el Año Santo

Ha llegado la hora del realismo, después de meses de entusiasmo desenfrenado en los que se acumulaban los ceros con total alegría. Diez millones, quince millones, veinte millones, treinta millones de visitantes llegarán a Roma en el Año Santo del Jubileo del 2000, decían los distintos portavoces de los innumerables subcomités organizadores del gran evento.Con más de 700 obras en curso -30 han sido terminadas ya-, Roma trabaja contra reloj para tenerlo todo listo el día de Navidad, cuando comienza oficialmente el Jubileo. Pero la recta final se ha convertido en un calvario tapizado por monumentales atascos de tráfico y el temor secreto de no llegar preparados a la cita, lo que ha provocado ya enfrentamientos entre el alcalde de la ciudad, Francesco Rutelli, los medios de comunicación y hasta los ciudadanos de a pie.

Cada semana, el alcalde Rutelli se tropieza con un artículo que pone el dedo en la llaga de los enlaces ferroviarios que no llegan, las líneas de metro que no se extienden, los subterráneos y aparcamientos que están por concluir. "Roma non ce la farà" (Roma no lo conseguirá), titulaba la revista Panorama un escasamente alentador artículo en el que pasaba revista a la situación de algunas obras que, a juicio del semanal, estarían lejos de poder llegar a la cita del 2000. Críticas que provocaron las iras de Rutelli, aunque no fueron totalmente desmentidas. El alcalde recuerda que los fondos por valor de 300.000 millones de pesetas concedidos por el Ejecutivo para afrontar numerosas obras de infraestructura, limpieza de fachadas, restauración de obras de arte, adecuación del transporte urbano, etcétera, no estuvieron disponibles hasta julio de 1996. Más allá de la polémica, los habitantes de Roma, que oficialmente no llegan a los tres millones de personas, empiezan a sentirse seriamente preocupados por lo que se les viene encima.

"A nadie se le pide -como a nadie se le puede prohibir- que venga a Roma a toda costa, haciendo invivible la ciudad, que se arriesga ya a sufrir un verdadero colapso". Con estas rotundas palabras advertía al peregrino de lo que le puede ocurrir si pone un pie en la Ciudad Eterna el año próximo Leonardo Zega, ex director de la revista católica Familia Cristiana, una personalidad muy conocida en ambientes religiosos. Don Zega, como se le denomina habitualmente, dedicaba un largo artículo, publicado en el diario La Stampa, a lamentar la insostenible situación de la zona que se extiende en torno a la plaza de San Pedro y el Vaticano, flagelada por grúas, socavones y calles cortadas por mor de las obras del Jubileo. "Temo que las plegarias que se rezan en la histórica plaza no basten para reparar el efecto de las imprecaciones que se escuchan a diario en la zona", añadía.

El primer miércoles de marzo, la indisciplina de varios autocares cargados de fieles que acudían a la semanal audiencia del Papa provocó uno de los más monumentales atascos de tráfico que se recuerdan en la ciudad, sólo superado por el que provocó días después la visita al Vaticano del presidente de Irán, Mohamed Jatamí, incidentes que han hecho reflexionar a más de una autoridad sobre lo que puede ocurrir el Año Santo.

El ensayo general del caso (o el orden) jubilar se producirá en mayo, cuando Juan Pablo II beatifique en la plaza de San Pedro al padre Pío, que en Italia cuenta con millones de fervientes seguidores. Ante el temor a un colapso de la ciudad, el Vaticano ha jugado la carta tecnológica, montando una conexión televisiva en directo con San Giovanni Rotondo, la localidad sureña de la que procedía el padre Pío, donde se está construyendo un enorme complejo religioso en su memoria. Por si acaso, los fieles han sido advertidos de que el Pontífice se trasladará, una vez concluida la ceremonia de beatificación, a rezar a otra plaza romana, junto a la basílica de San Juan de Letrán.

La beatificación del padre Pío servirá para saber si Roma es gobernable estando sometida a la presión de millones de visitantes. Nadie espera, por supuesto, que el año del Jubileo vengan todos los peregrinos a la vez, pero algunos de los actos del calendario, como la prevista concentración de jóvenes, hacen temblar a los romanos, sean o no creyentes.

Pero si tráfico y falta de aparcamientos son una de las amenazas esenciales, otra, nada desdeñable, es la que plantean los residuos que generará esa inmensa masa flotante de visitantes. "¿Cómo satisfarán los peregrinos las necesidades fisiológicas?", se preguntaba en su última edición la revista Panorama, que ha asumido el papel de Pepito Grillo del alcalde y de la Agencia Romana para el Jubileo. Fue la Ciudad Eterna la primera en tener servicios público, gracias a una invención del emperador Vespasiano, pero este tipo de artilugio callejero no se ha multiplicado con los siglos y hoy sólo hay 110 disponibles.

Con razón insiste el director de Familia Cristiana, Don Zega, citando la Tertio millenio adveniente, la carta apostólica de Juan Pablo II que anunciaba en 1994 el Jubileo, y la propia bula del Papa Incarnationis mysterium, de noviembre pasado: "Peregrinos, para celebrar el Jubileo basta con un acto de caridad". Sobre todo con los romanos.

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