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Paisaje redescubierto

JOSÉ LUIS MERINO Como se ha abierto una vía de acceso desde la plaza del Sagrado Corazón hacia Olabeaga, son muchos los bilbaínos que han dado sus primeros pasos por ese paraje. Contemplo sus caras de asombro. La causa de su sorpresa es esa parte de Bilbao que discurre por la Ría a partir del muelle de Olabeaga hasta Zorroza. Un recorrido de dos o tres kilómetros de ría, con las casas rojas de una fuerza y dureza inmensas. Enfrente corren las riberas de Deusto y Zorrozaurre con casas de parecida fuerza y carácter. Dos márgenes que están pidiendo a gritos una rehabilitación necesaria. Mientras esa rehabilitación llega, la contemplación de lo que existe posee un poder inigualable. Se palpa el tiempo en el que el astillero de Euskalduna estaba en todo su esplendor. Se fabricaban barcos de gran tonelaje. Por esa parte de ría llegaban navíos desde todos los lugares del mundo. No son lugares a descubrir por ese acceso abierto ahora. Desde siempre han estado a la vista de todos. Bastaba con ir por el campo de fútbol de San Mamés, seguir por el camino de la Ventosa, bajar por la calle Dique o por el camino de Troca. También allí se ven crecer en las paredes florecillas horizontales en primavera. Y por la ría pasan gaviotas suavemente dormidas en el viento. Otras veces se las ve gaviotando de gozo sobre la ría. Con el espacio abierto se pueden ver atardeceres de recuerdo. Al fondo se perfila el monte Serantes, allí donde acaban los 14 kilómetros de ría para entrar en el mar. Espléndida ría, pese al detritus degradante que la emporca. ¿Para cuándo su adecentamiento? Si es verdad que la ciudad es como el rostro del país, su expresión más inteligente, he comprobado, a lo largo de los años que paseo por Olabeaga, que los vecinos del barrio mantienen un espíritu solidario basado en la amistad y buena vecindad. Todavía el contacto humano es lo que cuenta. La mano en el hombro apoyando a quien lo necesita, la grata fusión de esa misma amistad que nos mejora. Tal vez esa buena convivencia y grata fusión de amistad sea parte intuitiva del asombro de quienes recorren esos lugares por primera vez. El paisaje se ve. El paisanaje se intuye y se le escucha. Donde prevalece eso que conocemos por barrio, necesariamente nos hace volver al pasado. Y constatamos la evidencia de que en todo hombre ha habido un chico. Los recuerdos se agolpan en la memoria. Cada cual tiene sus recuerdos. Cuando éramos niños la ciudad era una cosa abstrata y remota. Lo pequeño y reducido era todo el mundo. Las cosas del barrio eran lo concreto: para unos la fuente, los bancos donde sentarse a escuchar a los chicos mayores, para otros la tienda de ultramarinos, la zapatería, la barbería, las tabernas con aquellos chiquiteros de fuego. En esos nuevos (para algunos) recorridos, todo un mundo de experiencias deambulantes se añadirían a sus existencias. A media docena de metros más arriba sentirán pasar el tren que va de Bilbao a Santurtzi. Viajeros que van y vienen de sus trabajos desde Barakaldo, Sestao, Portugalete... Y enfrente, la otra ribera, con una casa inclinada como la torre de Pisa, una empresa de anhídridos que data de 1923, construida con un estilo art nouveau bastante reprimido; y en el número 45 de la ribera de Deusto aparece una casa remozada y retejada que refleja la gracia que tuviera en el pasado, por la plenitud de su carácter. De vuelta a casa, el viajero comprobará que desde Olabeaga el nuevo Palacio de Euskalduna se torna demasiado impositivo. Es como si al arquitecto se le hubiera ido la mano en la escala. La Ría sigue su curso, con las mareas alzándose o bajándose cada seis horas. Una ría cantada por escritores y pintada por artistas. Pío Baroja quiso enaltecerla, sin dejar de trazar una de sus clásicas puntadas: "Bilbao mira su ría como si fuera su arteria aorta" (..). "Los bilbaínos no están a la altura de su ría". ¿Llegaremos a estar a su altura cuando adecentemos la ría y su entorno?

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